La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela
de un país que siempre dudó de su identidad y que no duda en buscar traidores a los que achacar su fracaso en cada época.
La España prerromana carece de unidad en los libros que estudia B. Padín, porque no hay un pueblo único que le sirva de sustrato, sino muchos, o por lo menos dos: íberos y celtas, semitas e indoeuropeos en la versión de Vicente Risco, que se fundirían en un único pueblo, los celtíberos, que proporcionarían el sustrato étnico de la historia de España, o que quedarían eternamente divididos, como cuando Murguía reivindique el componente celta como exclusivo de Galicia, o el nacionalismo vasco reivindique sus derechos como el pueblo primigenio y más antiguo de Europa, siguiendo las huellas de W. von Humboldt, estudioso alemán de la lengua vasca a comienzos del siglo XIX.
Cada nacionalismo reivindicará su base étnica y, aunque los hispanos actúen supuestamente unidos frente a Roma en la historia secular de la conquista romana de Hispania, la traición estará presente en primer plano en la muerte de Viriato y la maldición de las guerras civiles de la propia Roma republicana, que alcanzará su apogeo con la figura de Sertorio. De la misma manera, Roma tampoco será capaz de garantizar esa unidad, al mantener siempre la existencia en la Península de diferentes provincias, y por eso habrá que esperar a los visigodos para que esa idea de unidad se consolide gracias a la imposición por parte del poder real y a los poderosos instrumentos que fueron los Concilios de Toledo y la religión católica, unida desde entonces a la supuesta esencia nacional española.
La unión de la religión y el poder real en el mundo visigodo continuará presente en la Edad Media con la pervivencia de la idea de Hispania en las monarquías asturiana, leonesa y castellana. Pero la ocupación musulmana la consolidará aún más, al tener lugar un enfrentamiento entre diferentes reinos que es a la vez un enfrentamiento entre dos religiones y dos mundos en el que los judíos están integrados en cada una de las dos partes, por lo que ambas les podrán achacar a veces el estar colaborando con la otra parte, el ser traidores, otras, en una dirección doble, cuando en realidad sólo eran fieles a su propia religión e intentaban sobrevivir en cada ciudad y cada reino.
Pero es que, además, en la España cristiana convivirán diferentes reinos: León y Castilla, Navarra, Aragón, con distintas configuraciones según las épocas, no existiendo la idea de una monarquía unitaria hasta la llegada de los Borbones en el siglo XVIII,cuando los intentos de reforma y racionalización de la administración y mejora de la economía se encontrarán con la resistencia de poderes locales, fueros y privilegios, pasando así en cierto modo a ser la propia razón un elemento ajeno a la historia de España[9]. La razón se asociará a lo ajeno y a lo externo, a la nueva monarquía o al ejército invasor de Napoleón, y sus nuevos traidores emboscados pasarán a serlo los masones y los afrancesados.
En la historiografía de España da la impresión de que el cultivo y la crianza del odio se encauzaron tanto hacia el enemigo exterior como hacia los supuestos enemigos internos. Siglos de guerras entre reinos hispánicos medievales, levantamientos de catalanes y repetidas guerras carlistas parecieron querer desembocar casi naturalmente en nuestra Guerra civil y en la crisis de la idea de España y la génesis de unos nacionalismos que pasaron a asumir el rol de traidores, una vez que la consolidación del sistema parlamentario, haya sido mejor o peor, desterró la idea de que el rival político no puede ser un traidor, ya que es consustancial a la democracia parlamentaria la idea de oposición. Debe haber un gobierno, pero también quien se le oponga, y la traición solo debería ser un delito capital en caso de guerra contra al enemigo externo. Pero ¿qué ocurre si diferentes naciones se proclaman a sí mismas como unidades cerradas, mónadas perfectas incompatibles entre sí? Pues que entonces la idea del traidor y la traición renacen en toda su plenitud: vascos, gallegos y catalanes, por lo menos, son traidores a España, y, a su vez, en el seno de cada de esas naciones vuelve a haber enemigos internos: españoles agazapados que no quieren reconocer su verdadero ser y desean entregar a quienes sí lo hacen en manos de ese enemigo exterior y eterno que se enfrenta en los relatos a los poderes centrales desde los comienzos de la historia hasta el tiempo presente, siempre de la misma manera ejemplar. Los indígenas galaicos que luchan contra Roma son los mismos que los visigodos que se enfrentan a los suevos, que los nobles y efímeros gallegos que luchan contra los leoneses y castellanos. Y es que los gallegos siempre se han enfrentado al centro desde su periferia, sea ese centro Roma, Toledo, León, Valladolid o Madrid.
Lo mismo ocurrirá en las historias de los vascos y catalanes. La traición sigue viva, el odio alerta y, al contrario que los judíos de España en su Shabbath, ya nadie parece querer que en la historia las épocas entren y salgan en paz, cuando así lo pedían en su Shalom alejem.
En la tradición romana y en las religiones del mundo antiguo existía la idea de que el nacimiento de un niño podría simbolizar la llegada de una nueva época de paz. Virgilio así lo describió en su IV Égloga, en la que el nacimiento de un niño, que los cristianos identificaron posteriormente y de modo interesado con Cristo –haciendo cristiano al poeta latino–, supondría el fin del odio, las guerras civiles y la llegada de la paz que traería a la tierra la vuelta de la Edad de Oro: redeant Saturnia regna[10]. Tal como se supone lo habría logrado el emperador Augusto, al poner fin a las guerras civiles y ordenar el cierre de las puertas del templo de Marte.
Para los romanos el nacimiento de un niño marca el comienzo de una nueva época de paz en la historia política del mundo. Para los cristianos ese nacimiento será un acontecimiento esencial en la historia de toda la humanidad y de todo el universo, tal como se celebra en la Navidad. De acuerdo con ese cambio tendrían que llegar el reino de la justicia, la paz y la fidelidad, que es todo lo contrario de esa traición que los propios cristianos atribuyeron a los judíos, al no reconocer al hijo de su verdadero Dios, tal como se analiza en uno de los capítulos de este libro.
Después de tantas traiciones que se han ido desplegando ante nuestros ojos como metros y metros de una gran alfombra, que se saca para celebrar la sangrienta fiesta de la historia de España, en cuya bandera un río de oro riega un campo de sangre, podríamos acabar con unos versos de uno de los villancicos más famosos del mundo:
O Tannenbaum
O Tannenbaum
O Tannenbaum
wie treu sind deine Blätter!
Du grünst nicht nur fur Sommerseit
nein auch im Winter, wenn es schneit.
¡O Tannenbaum, O Tannenbaum wie treu
sind deine Blätter!
¡Oh abeto,
oh abeto,
qué fieles son tus hojas!
No sólo estás verde en verano,
sino también en el invierno, cuando nieva.
¡Oh abeto,
oh abeto, qué fieles son tus hojas!
Suplan las verdes hojas del abeto esa fidelidad que tantas veces ha estado ausente de esta continua historia de traiciones que ha sido la historia de España. Y sea este nuestro particular Shalom alejem.
José Carlos Bermejo Barrera
[1] Véase E. Zerubabel, The Seven Day Circle. The History and Meaning of the Week, Nueva York, The Free Press, 1985.
[2] Puede escucharse en la interpretación de Susana Allen, fácilmente localizable en Youtube, https://www.youtube.com/watch?v=WeYh6f3U1E8.
[3] The Other within. The marranos. Split Identity and Emerging Modernity, Princeton, Princeton University Press, 2009.