El hechizo de la misericordia. José Rivera Ramírez
en la misericordia de Dios, y, por tanto, no tenemos el gozo de la esperanza, porque la esperanza produce gozo. La esperanza de lo que esperamos, la esperanza cristiana produce alegría. Me estoy sintiendo, lo que cuento muchas veces de la guerra, entusiasmado y voy hasta el fin del mundo o donde sea, porque sé que el fruto que voy a producir es plenamente satisfactorio, aunque yo no lo vea.
Después de esto, lo mismo que he dicho de la oración, procurad hacer un examencito de la misericordia (limosna), porque la cumbre de la perfección del sacerdote es la caridad pastoral y, claro, la caridad pastoral es misericordia pastoral. Entonces examinad: ¿Cómo empleáis los bienes materiales, ¿cómo empleáis los bienes humanos que tenéis (el entendimiento, la voluntad, los mismos sentidos)?, ¿cómo empleamos las capacidades espirituales?, ¿cómo empleamos la salud?, ¿cómo empleamos el pensamiento?, ¿qué pensamos de los demás?, ¿tenemos un pensamiento creador (de manera que donde hay pecado, edifico, devuelvo la vida, si es pecado mortal, que donde no hay salud devuelvo la salud)?
Está la gente llena de pecados veniales, si la miro con un amor suficiente, los pecados veniales desaparecen, produzco contrición, la produce Jesucristo, claro, pero lo puede Jesucristo, con mi colaboración, y ahí la misericordia. No estoy hablando ni siquiera de que haya nada que hacer, nada más que el simple mirar, el simple pensar con amor en una persona. Naturalmente, recorrer un poco las necesidades del mundo, y bueno, me parece difícil, mejor dicho, me parece imposible, que no se nos ocurra a cualquiera de los que estamos aquí, y a cualquiera que se pare, una serie de aspectos en que podemos mejorar. Si nos detenemos de vez en cuando, habrá siempre aspectos que veremos que realizamos deficientemente. Y habrá aspectos, como la humildad –pues comprenderéis que es buena– que me constituye en objeto de la misericordia de Cristo y me hace sentirme partícipe, hasta que salgamos todos de la maldad de los demás, lo cual me hace sentirme comprensivo y, además, me da esa actitud, otra vez, de esperanza. Me voy dando cuenta de que yo tengo deficiencias, pero espero que Dios me las enjugue, acabe con ellas, y es casi imposible que no se nos ocurran algunas mejoras, pues todos podemos vivir un poco más austeros, todos podemos dar un poco más dinero, podemos dárselo porque tenemos más de lo que damos, o podemos dárselo porque pedimos más de lo que pedimos; podemos administrarlo, en fin, mejor, más inteligentemente, porque lo que he dicho antes no está en contra de que uno emplee su inteligencia para administrar las cosas de una manera que produzcan mejor efecto, aún a modo terreno.
Cuando Jesucristo dice aquello de San Mateo: “Venid benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de comer”, no dice, venid benditos porque tuve hambre y os hubiera gustado darme de comer, dice “me disteis de comer”. Quiere decir que hay que tender a la eficacia, pero hay que tender a la eficacia que salga de la misericordia, no a la eficacia que sale del egoísmo, ni a la eficacia que sale del puro gusto material humano de una buena administración, sino que la buena administración consiste en ejercitar la misericordia; pero la misericordia se ejercita intentando llegar hasta las consecuencias, como cuando predico. Pues bien, si no veo ningún fruto, pues me quedo tranquilo, pero claro, a lo que tiendo ciertamente es a producir fruto, ése es el dinamismo normal de la predicación. El dinamismo normal de la misericordia es producir fruto. Ahora, como se trata de una misericordia que está ejercida en las condiciones terrenas, pues, sobre todo, cuando se trata de manifestaciones de la tierra, de signos, como la curación de enfermos, todas estas cosas que aparecen en el Evangelio, el dinamismo tiende al logro, y si no lo consigue se quedará tranquilo: «bueno, pues aquí no me lo ha concedido Dios», pero vamos, el dinamismo tiende a eso.
Bueno, pues ver luego, el tiempo: ¿cómo gastamos el tiempo?, si lo gastamos en misericordia o si lo gastamos de cualquier modo. Y con la humildad siempre de saber que no vamos a llegar de aquí a Pentecostés a las últimas realizaciones, pero una cosa es que no lleguemos a las últimas y otra cosa es que no progresemos.
Misericordia y ayuno
Y finalmente, examinar un poco el ayuno. Daos cuenta de lo que es actualizar el criterio. Yo aquí no me voy a detener ya, porque ya vale con lo que he dicho. Me parece que no hay más que aplicarlo, porque ya lo sabéis. Claro, que el ayuno no es sólo el prescindir de alimentos, pero ya lo he advertido muchas veces, tened cuidado cuando se dice: «no es sólo una cosa», que no se entienda: «no es esa cosa». Porque de decir: «el ayuno no consiste sólo en no comer», pasamos a decir: «el ayuno no consiste en no comer»; de decir: «la pobreza no es sólo el individuo que no tiene dinero, hay otras formas de pobreza», se pasa a decir: «el no tener dinero no importa, ni que la gente se muera de hambre, vamos a atender a las viejas ricas si están un poco abandonadas de sus familiares que las tienen en casa porque esperan la herencia, pero maldito el caso que les hacen». ¡No, no!, eso será también una pobreza, pero la otra pobreza es mucho más dura todavía, porque los duelos con pan son menos, ¡hombre!, y entonces resulta que hay muchísimas personas en esa misma situación y, además, con otra serie de agravantes, claro está. Fijaos que puede ser que realmente lo sientan menos, porque están tan embotados ya de sufrir que pueden sentirlo menos, pero eso no les hace menos indigentes, les hace más. A este respecto hay una degradación humana, porque no es que como ellos están llenos de paciencia y de deseo de sufrir no sienten siquiera el sufrimiento, ¡no, no! Simplemente es que están embotados, están hartos de sufrir, han sufrido tanto que ya ni lo sienten. Y entonces, naturalmente, pues es una degradación; y de ahí hay que sacarlos.
Lo mismo digo del ayuno. El ayuno no consiste sólo en no comer, ¡pero el ayuno consiste en no comer!, claro, y esto es lo que dice la Liturgia, cuarenta veces. Os recomiendo que repaséis antes de que empiece la Cuaresma, así un poco por encima, las oraciones y las lecturas, y veréis la cantidad de veces que aparece el ayuno material, vamos, el no comer, sencillamente. Pero bueno, no sólo eso, y entonces me refiero a todas estas cosas que ya sabéis: ayuno de curiosidades, ayuno de gustos, ayuno de comodidades, ayuno de estarse a gusto con la televisión y todas estas cosas. Aquí me parece además que, por una parte, el ayuno tiene su valor mortificante: puede suceder que no sienta ninguna molestia, pero no deja de ser una mortificación de la tendencia de la carne que, aunque no me la registre no dejo de tenerla, claro, de alguna manera. Me privo de algún gusto, aunque no lo sienta como una aflicción, no hay ninguna pena, ninguna tristeza, ni sienta grandes ansias de tener aquello, pero, de hecho, no lo tengo, me quito un gusto que podía tener.
Ayuno-oración-limosna
Después, claro, el ayuno está íntimamente relacionado con la oración. Cuanto más ayune de cosas, pues más abierto estoy a la oración. Yo no digo que la expresión que voy a usar ahora mismo sea perfectamente exacta, pero a mí muchas veces se me ocurre. Se me ocurre, porque lo he leído en una serie de santos que decían estas cosas: «Si tuviéramos menos deseo de comida material, tendríamos más hambre del Pan Eucarístico». Cuando estamos suficientemente saciados de las satisfacciones naturales, parece normal que no sintamos el deleite del Espíritu de la Eucaristía y, cuando un individuo, va prescindiendo de los gustos que puede encontrar en el mundo, siempre encontrará cosas agradables, porque las hay, pero vamos, él prescinde de lo que puede, pues me parece normal que sienta el gusto, el sabor, sensible también, de la Comunión, de la Eucaristía. El ayuno, en este sentido, es fruto de la oración. Simplemente, si me dedico a hacer oración, me quito un montón de gustos, eso está claro.
Y el ayuno, tiene un sentido de la misericordia respecto de los demás, porque es evidente, que cuanto menos coma yo, más puedo dar de comer a los demás. Y esto no sólo porque se puede materializar con cierta facilidad, pues tengo la comida. La historia de san Pío X en esta faena, se cuenta muchas veces. Lo que pasa es que entonces algunas personas, como mi hermana, dicen: «Pero la santa era su hermana que se lo consentía». Cuentan, por lo menos cuando estaba de párroco, que iba un pobre y le daba lo que había para comer y llegaba la hermana, tranquila de que tenía la comida hecha, y ahí no había comida, ni hecha, ni sin hacer, es que había desaparecido todo. Claro, san Pío X se la había dado al primer pobre que se había encontrado. Bueno, y mi hermana dice: «La santa era su hermana que aguantaba semejante rollo continuamente», y bueno, pues puede que los santos fueran los dos.
Entonces, no es sólo por esta materialización, es que, naturalmente el ayuno me lleva a un género de vida,