Más allá de la pareja. Eve Rickert
se respeten los planes que hayas hecho con quien tienes una relación; por ejemplo, que no se cambien en el último minuto por razones triviales.
• Que cada persona te trate como igual, no como subordinada, incluso cuando existan diferentes niveles de compromiso o responsabilidad.
Consentimiento, honestidad y autonomía
La «Declaración de Derechos de las Relaciones» incluye tres importantes ideas entrelazadas que necesitan un poco más de elaboración, porque son fundamentales para el tipo de poliamor ético que estamos defendiendo: consentimiento, honestidad y autonomía.
El consentimiento se refiere a ti: tu cuerpo, tu mente y tus decisiones. Tu consentimiento es necesario para acceder a lo que es tuyo. Las personas a tu alrededor tienen autonomía personal: No necesitan tu consentimiento para actuar, porque sus cuerpos, mentes y decisiones no son de tu propiedad. Pero si su conducta se cruza con tu espacio personal, necesitarán tu consentimiento.
La mayoría nos encontraremos situaciones, a lo largo de nuestra vida –quizá en el trabajo, con nuestra familia de origen o en la calle– en las que tenemos que protegernos emocionalmente y aceptar cierta pérdida de control sobre nuestras vidas, nuestras mentes o incluso nuestros cuerpos. Pero nunca debemos tener que hacer eso con nuestros seres queridos. Esto puede parecer obvio, pero no te confundas: es una idea radical.
La honestidad es una parte indispensable del consentimiento. Poder compartir, en la medida de tus posibilidades, quién eres realmente cuando estás en una relación es fundamental para que esa relación sea consensuada. Debes darle a quienes tienen una relación contigo la oportunidad de tomar una decisión informada para tener esa relación. Si mientes u ocultas información fundamental, privas a esa persona de la posibilidad de tener una relación consensuada contigo. Si una de tus relaciones tiene sexo con una docena de aventuras de una noche, puede que esté rompiendo alguno de vuestros acuerdos, pero no ha dejado de respetar (todavía) tu consentimiento. Si luego tiene sexo contigo –o se relaciona contigo íntimamente, incluyendo la intimidad emocional– sin contarte lo que ha hecho, no ha respetado tu consentimiento, porque te ha privado de la posibilidad de tomar una decisión informada.
Es especialmente importante comunicar cosas que pueden ser motivos para romper la relación, o que pongan en peligro la salud emocional o física de tus relaciones. Quien tiene una relación contigo tiene derecho a decidir cómo quiere participar en una relación contigo al recibir esa nueva información. Algunos ejemplos podrían ser la actividad sexual con otras personas, el consumo de drogas, la adquisición o uso de armas y la conducta o impulsos violentos. Debe contarse todo lo que sepas o sospeches que puede ser un motivo para romper la relación. No puedes obligar a alguien a tomar una decisión que quieres que tomen, y mentirles u ocultarles información, porque les niegas la posibilidad de saber que podían elegir.
Cuando la gente habla de falta de honestidad, a menudo se refieren a mentiras flagrantes. Según su definición más sencilla, una mentira es una afirmación que objetivamente no es verdad. Pero hay otros tipos de mentiras. Por ejemplo, Franklin habló con una mujer casada, que engañaba a su marido, y decía «¡No estoy mintiendo, porque no le estoy diciendo que esté siendo fiel!». En realidad, estaba mintiendo: estaba ocultando una información que, si él la supiese, habría cambiado su valoración de la relación. Cuando hablamos de honestidad en este libro, lo hacemos desde el punto de vista de que mentir por omisión sigue siendo una mentira.
A veces, cuando la gente se enfrenta al concepto de mentira por omisión, dice: «No mencionar algo no es una mentira. No le cuento a quien tiene una relación conmigo cada vez que uso el baño, ¡y eso no es mentir!». Esto nos lleva a la idea de relevancia. Una omisión es una mentira cuando es calculada para ocultar información que, si la conoce la otra parte, sería relevante para ella. No contarle cuánto tardaste en cepillarte los dientes no es una mentira por omisión. No contarle a quien tiene una relación contigo que estás teniendo sexo con quien te limpia la piscina sí lo es.
La autonomía está muy relacionada con el consentimiento. A mucha gente se le ha enseñado que si tenemos el poder de tomar nuestras propias decisiones –de tener autonomía personal– nos convertiremos en monstruos, por lo que debemos renunciar a parte de nuestro poder de decisión a favor de una autoridad externa (lo que se supone que de algún modo mágico nos protege de volvernos monstruos). Esta idea permea toda la sociedad, pero también parece dar forma a nuestra manera de construir las relaciones íntimas. Sin entrar a debatir si la gente es intrínsecamente buena o mala (u otra cosa), te pedimos que te fijes en tus relaciones y te preguntes si respetas su capacidad de decisión –incluso si su decisión te duele, incluso si no es lo que tú habrías elegido– porque no podemos dar nuestro consentimiento si no podemos decidir.
Empoderar a las personas para que tomen sus propias decisiones es en realidad la mejor manera de tener tus necesidades cubiertas. Las personas que se sienten desempoderadas se pueden volver peligrosas. Comunicar nuestras necesidades, y dotar a otras personas de la capacidad para poder cubrirlas, a menudo tiene mejores resultados que restringir o coartar a otras personas para cubrirlas. (Hablaremos más en el capítulo 13 sobre qué queremos decir con «empoderamiento».)
Cuando es complicado actuar de forma ética
Aceptar el poliamor te puede exponer a mucha más incertidumbre y más cambios de los que experimentan quienes tienen relaciones monógamas. Cada nueva relación es un cambio radical en potencia. (Ver capítulo 14, a partir de la página 365.) Cada nueva relación puede cambiarte la vida. Y eso es bueno, ¿verdad? Piensa en tus mejores relaciones. ¿Puedes pensar en cualquier relación realmente buena que no cambiase tu vida de una manera importante? La primera vez que tuviste una relación a largo plazo, ¿cambiaron cosas en tu vida? La primera vez que te enamoraste y esa persona también se enamoró de ti, ¿te cambió la vida? Cada persona con la que te relacionas tiene probabilidades de cambiar tu vida, sea mucho o poco. Si no fuese así, bueno ¿para qué hacerlo? Lo mismo le sucede a tus relaciones y a las nuevas personas con las que se relacionan. Y cuando cambia su vida, también cambia la tuya.
El cambio le da miedo a mucha gente, y prepararse para las relaciones poliamorosas en muchos sentidos consiste en valorar y mejorar nuestra capacidad de manejar los cambios. Incluso solo pensar sobre ello, respirar profundamente y decir: «Sí, sé que mi vida está a punto de cambiar», ya es un gran paso para prepararte a vivir poliamorosamente.
En algunos casos, para alguna gente, las circunstancias pueden hacer el cambio más duro de lo normal. Por ejemplo, si ya has sufrido algún otro cambio importante –un trabajo nuevo, o una mudanza, o haberte casado o divorciado, o un nuevo bebé–, los cambios adicionales te pueden provocar mucho más estrés de lo que lo harían normalmente. En esas situaciones es común que la gente mire al poliamor y a la manera en que podría cambiar sus vidas, e intentan limitar la cantidad de cambios que pueden suceder. En nuestra experiencia, esta táctica no funciona demasiado bien y alberga la posibilidad de provocar consecuencias negativas, como veremos en los capítulos 10 y 11.
Un caso muy común son las relaciones que tienen bebés. Un ejemplo que conocemos personalmente es el de una pareja con dos bebés muy pequeños, uno de muy pocos meses. La madre sufría un intenso estrés, como sucede a menudo en situaciones similares, y era emocionalmente voluble. Por esa razón, la pareja tenía un montón de límites para controlar las relaciones que tenía cada cual. Esas restricciones estaban causando mucho sufrimiento a la novia del padre, que estaba profundamente enamorada de él, pero se encontró con que la relación con él no podía desarrollarse, al mismo tiempo que se veía obligada a prestar servicios a la pareja, como ser su niñera, si quería seguir en contacto con él.
En situaciones así es fácil recurrir a ideas como «poner a las criaturas primero». Claramente, padres y madres necesitan ser capaces de vivir sus vidas de una manera que les permita cuidar de las necesidades de sus criaturas y darles un hogar amoroso y estable (hablaremos sobre esto más adelante). Pero demasiado a menudo, esa necesidad se usa como un escudo multifuncional para impedir cualquier análisis