Annapurna. Igor Barreto

Annapurna - Igor Barreto


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del escritor venezolano Igor Barreto habla de cómo la poesía puede ser experiencia de dos posiciones antagónicas: la verticalidad y la horizontalidad. A través de un lenguaje que traslada y trafica saberes y memorias, el autor, navegante de río, gallero de profesión, va y viene del llano a la ciudad, “del campo al ascensor” de los bares de pueblo a la oficina, y, a través de estos desplazamientos, traza vínculos entre las cosas que ve y los relatos que oye, entre lo remoto y lo actual, lo nacional y lo extranjero, lo real y lo virtual, lo oral y lo visual. Este acto de avecinamiento de ámbitos referenciales desconectados requiere, de su parte, la adquisición de una posición incómoda dentro del lenguaje; colocarse en una zona donde la representación entra en crisis, hace crisis, y los límites del sentido se desfiguran y expanden. Desde el umbral y el intervalo Barreto arma su poética como un montaje de piezas y documentos que despliegan la historia de un lugar —San Fernando de Apure, el río, el llano, el país— que es también la historia de un modo de oír y sentir la cultura:

      un poeta debería asumir el riesgo de ubicarse entre esos estratos, en esas zonas de mayor ambigüedad donde los tiempos se encuentran y se confunden; y tratar desde la confusión y el balbuceo de ensayar el canto ensanchando la posibilidad de una lírica distinta.2

      Según este fragmento de El llano ciego, escribir supone poner a la poesía “fuera de sí”, sacarla de sus límites y colocarla cerca de la vida y de otros saberes y discursos. En este sentido, la poesía de Barreto participa de una tendencia común a ciertas obras contemporáneas latinoamericanas, que conciben la literatura como campo expansivo, “que en su inestabilidad y ebullición atenta(n) incluso contra la propia noción de campo como espacio estático y cerrado”3 y que además huye de la forma y plantea la estética como un dispositivo de hacer vida4.

      La obra de Barreto, a lo largo de sus diferentes etapas5, da cuenta de una poesía en diálogo con materiales que están fuera o en el límite de lo literario y que ingresan al campo poético sin perder su singularidad, lo que implica un cuestionamiento y enrarecimiento de la misma noción de poesía. Se trata de una obra-archivo donde conviven textos periodísticos con testimonios orales, referencias a la tecnología con léxicos del mundo de los gallos y de los escaladores de 8000 m, reportajes con traducciones, datos geográficos con referencias cinematográficas que adquieren una dimensión subjetiva. Desde un punto de vista formal, también se observa la presencia de diferentes formatos discursivos —poema largo, poema breve, fragmento, ensayo, anotación, carta, copla, traducción— que son usados para ser alterados y señalar, de esta manera, la potencia de variación y contaminación de la vida que exige una interrupción y fuga de la forma. Hasta desde el punto de vista editorial y gráfico, los libros de Igor Barreto, publicados por Ediciones Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro que él mismo dirige, funcionan como pequeños “sarcófagos” que, además de guardar “las historias esenciales” de la gente común, se pueden considerar como tumbas colectivas del afecto porque registran, en sus solapas, a manera de memorial y homenaje, la lista de los “Honorables miembros de la Sociedad”, fundada en 1820 en san Fernando de Apure, todos fallecidos, entre los que están personas de la familia del escritor argentino Sergio Chejfec, amigo del autor y hasta su perra Laika. Una lista sin punto para que sea infinita como es infinito el texto de la tradición.

      De lo anterior se desprende una primera reflexión sobre la poesía de Barreto: su tendencia a la expansión y a la contaminación; su fuerza vinculante y capacidad de desplazarse y conectar espacios, saberes y sujetos. La poesía se vuelve lo más cercano a la vida, a lo común de la vida, al afecto como pathos y crisis. El naufragio de un vapor, el asesinato de un caballo, las inundaciones del llano o las peleas de gallos son materia prima de su poesía; la “zona negra de lo concreto” donde un hombre muere porque se lo traga un caimán o un escalador no sobrevive a unas avalanchas, en ese umbral de indeterminación donde la vida se excede y desarticula, el poeta “ensaya” “una lírica distinta” que da cuenta de las emociones de una comunidad determinada.

      Annapurna. La montaña empírica. (Fábulas de un funcionario cuasimetafísico) es uno de sus libros más políticos —junto con El Duelo y Carreteras nocturas, ambos del 2010— que expresa el malestar y desacuerdo de Barreto por lo que él llama “la maldita circunstancia del presente por todas partes”. A partir de la referencia a experiencias singulares y a múltiples saberes y discursos, da cuenta de las implicaciones y consecuencias que la política actual venezolana tiene en la vida de la gente. Para esto usa la antípoda como una figura basada en la contraposición y oposición de espacios y hechos capaz de mostrar el desencuentro existente entre el poeta y la realidad. Y Annapurna es el lugar donde esta figura adquiere una contundencia extrema.

      El viajero del llano, navegante del río Apure, gallero y apostador, es ahora un funcionario público del Ministerio del Poder Popular para la Cultura que pasa los días encerrado en una oficina donde el lunes es como “una mancha de café” al igual que el viernes, y que busca un escape en la computadora que le brinda la posibilidad de realizar una de las empresas más temerarias que un ser humano pueda llevar a cabo: escalar el Annapurna. El funcionario no tiene “nada que hacer / como no sea viajar con Google Earth” porque la desolada rutina de informes y papeles administrativos lo arroja en el hastío más radical y lo conduce a emprender un viaje virtual por geografías lejanas: “Huí a 10 000, a 20 000 m de altura / y me aparté hacia el estancado desierto del Paquistán […]. / Y si el salario se va por una zanja inmunda / juro no descender jamás del Annapurna: / —a las colinas del tedio / torritremebundo—”.

      Es importante destacar que la primera edición de Annapurna tiene algunas imágenes que no voy a analizar, pero sobre las que me quiero detener brevemente, porque son una evidencia adicional del gesto de apropiación, intervención y contaminación de la poesía de Igor Barreto. Se trata de un libro cuadrado que se abre y cierra con una página negra que, junto al blanco de la portada, alude a la muerte de la montaña. A esta le siguen: una foto digital de la vista aérea del territorio del Annapurna, una foto en negativo de la montaña y una página negra con la silueta de un triángulo blanco que tiene al anverso un caligrama, también triangular, dedicado a Carlos Drummond de Andrade; ambas imágenes parecen simplificar la imagen de la montaña y convertirla en una figura geométrica. Al final del libro, al lado del penúltimo poema titulado “Declaración final de un funcionario”, aparece una foto en negativo de las Torres del Silencio —sede de la oficina que funciona como imagen-antípoda del Annapurna—. Finalmente, el libro se cierra con un anexo titulado: “Fotografías de un funcionario” donde se observa una foto a color de la oficina y del archivo muerto del museo donde aparecen junto a la imagen del autor, la de los diseñadores del libro, el corrector, Yolanda Pantin a quien está dedicado el libro, Alfredo Herrera —poeta amigo del autor—, el fantasma de su perra Laika volando y dos imágenes de la pantalla de una computadora con las manos de Barreto en primer plano “encuadrando” las fotos de los dos escaladores que hicieron por primera vez cumbre en el Annapurna.

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