El viaje de Missie Torken. Andrés Hereñu

El viaje de Missie Torken - Andrés  Hereñu


Скачать книгу
ello, encontrarás la felicidad”.

      Fue el abrazo más intenso que sentí, me traspasó el alma, fue un instante eterno, aún hoy siento la fuerza, energía y frescura de su abrazo.

      Mi padre me recordó que la vida es un camino sinuoso, lleno de dificultades, pero también de oportunidades y eso es lo maravilloso, ahí radica la energía vital para afrontar los desafíos, siempre recuerdo sus palabras. “Si tienes un día feliz o momentos buenos, disfrútalos intensamente, no durarán para siempre, si tienes un día o momentos malos, ten paciencia y fortaleza, tampoco durarán para siempre, en la vida tanto los buenos como los malos momentos son pasajeros, efímeros, por eso disfruta unos y sé fuerte en los otros”.

      Estos consejos me han acompañado toda mi vida.

      Fiel a nuestra tradición familiar, rezó por mí y me dio lo que consideraba su reliquia más preciada, una Biblia que tenía la firma de un tal Charles Spuergeon, mi padre dijo que este predicador fue el más importante de su tiempo . La personalidad más convocante e influyente de toda Inglaterra, muchos incluso dicen que llegó a rivalizar en popularidad con la misma monarquía, y esa Biblia se la había obsequiado personalmente a mi abuelo.

      No bien dejamos el puerto navegamos con un mar muy calmo, aun esta serenidad no impidió que la mayoría durante toda la noche y madrugada, algunos incluso por días, tuvieran dolencias estomacales y náuseas, muchos experimentaron sudores fríos y hasta incluso hubo gente con cuadros febriles, cosas habituales —nos dijeron— para aquellos que no están habituados a la navegación, se llama “síndrome o mal de mala mar” y que con el correr de los días desaparecerían, yo no experimenté ni vómitos ni dolores, pero sí me costó conciliar durante muchas noches el sueño.

      Las camas de los camarotes eran horriblemente incómodas y se mecían continuamente, las noches y los días se hacían eternos, la monotonía del azul del océano y del cielo hacía que pierdas la noción del espacio y el tiempo, solo eran perceptibles el día y la noche, por ello era muy común que la mayoría llevara diarios de viaje no solo para perpetrar en la memoria sus crónicas, sino también se anotaba el día de viaje y demás apreciaciones personales, la hora no tenía importancia, ya que, conforme avanzamos hacia aguas ecuatoriales, la hora variaba continuamente.

      Mi forma de pasar el tiempo era imaginarme cómo sería Bombay, su gente, su tradición, cómo sería la nueva vida allí, tan lejos, con gente tan distinta, todos los días me creaba una historia diferente, una nueva fantasía. También por momentos me invadía una profunda angustia, experimentaba miedos y dudas terribles, sentía un vacío muy grande, y miedo, mucho miedo, trataba de no caer en esa tristeza protegiéndome en los mundos e historias fantásticas, grandes aventuras, personajes, que surgían de mi imaginación, todo lo que me alejara de angustias y temores era válido, la mente puede ser tu mejor aliada, pero también tu más grande enemiga.

      Conforme navegábamos hacia aguas ecuatoriales, el calor era más intenso, esto, más las incomodidades, la monotonía del viaje y lo interminable que se hacía todo, muchas veces quebraba la voluntad.

      Las ganas, las energías, los sueños y la moral caían por el suelo y es inevitable preguntarte, cuestionarte, si realmente valía la pena, si tenía sentido tal empresa, ahí venían a mi mente las palabras de mi padre: “la vida es un camino sinuoso, lleno de dificultades, pero también de oportunidades”, esto me traía calma, me cargaba nuevamente.

      El capitán del barco era un hombre alto, de barba blanca con matices amarillentos probablemente de tanto sol, de contextura fuerte, de unos 50 años, su rostro tenía los surcos profundos y marcados, huellas que delataban las brisas salinas y el agua del mar, por sus venas seguramente corrían océanos enteros, historias infinitas.

      Nunca comprendí a estas personas, a los hombres del mar, el mismo lugar que era su cielo, también era su infierno, su vida, pero también muchas veces su tumba.

      Tenía una voz serena, pausada, en cada palabra denotaba muchos conocimientos de navegación y sabiduría de mar, nos reunió a todos los pasajeros una tarde y nos dijo: “Buenos días, espero que la navegación les esté siendo amena, los he reunido para informar que estamos ingresando a una zona de la derrota con aguas agitadas, les ruego que sepan mantener la calma y seguir todas las instrucciones según requieran los casos, muchas gracias”.

      El capitán se llamaba Joseph Ruddol, los marineros de su tripulación decían que venía de familia de navegantes, su bisabuelo, abuelo y padre fueron marineros de la East Indian Company, empresa que por mucho tiempo tuvo el monopolio de la navegación y comercio entre Londres y las colonias de las Indias Orientales, todo bajo el amparo y protección de la Corona británica.

      También decían a modo de orgullo y admiración que tanto su bisabuelo, como su abuelo y su padre yacían en las profundidades del océano, eso no me causaba para nada motivo ni de orgullo ni de admiración y hasta me generaba muchas dudas y miedos.

       2- TEMPORAL EN ALTA MAR

      Inopinadamente un fuerte y brusco movimiento sacudió el camarote, fue tan brusco que cuando abrí los ojos estaba en el suelo, el rugir histriónico del viento parecía que era la misma garganta del diablo que soplaba, las olas golpeaban con tanta ira los camarotes y el barco que nuestras pertenencias quedaron mojadas y desparramadas por todos lados, el barco no paraba de sacudirse hacia arriba y hacia abajo y en cada movimiento más y más agua.

      Se escuchaban gritos sórdidos de desesperación, solo matizados en momentos por murmullos de personas que rezaban, yo también en ese momento me uní a ese murmullo, casi todo el tiempo pensé que de esa furia de la naturaleza no nos salvaríamos, que ese gigante azul, a veces manso, brillante, sereno, pero otras caprichoso, indomable, indomesticable, nos tragaría y guardaría eternamente en sus profundidades.

      No recuerdo si fueron horas o días lo que llevó capear esa tempestad, lo cierto es que nunca olvidaré el nombre cabo de Buena Esperanza, me preguntaba qué irónico fue quien dio nombre a un lugar tan hostil, tan celoso de su camino, despiadado y lleno de una fuerza vehemencial. Paradójicamente la fuerza que impulsa estos vientos llenos de ira comienza como suaves brisas secas y calientes en el corazón del desierto del Sahara, ese gigante mar amarillo tan inabarcable, indomable, tan lleno de belleza, pero también de dolor intenso, desgarrador como este desierto azul.

      Esas brisas conforme sobrevuelan dunas y montañas de arenas con cada soplido se hacen más fuertes y poderosas a punto de desatar una fuerza jamás vista y temida por el hombre, esos vientos llamados “alisios” son los que dan la furia al cabo de Buena Esperanza, pero su fuerza va más allá de este cabo, de este verdadero cementerio marino, las fuerzas de los alisios generan las tormentas tropicales y huracanes. Esa furia vital, celosa, ciega, paradójicamente es muerte y vida, es destrucción y regeneración, es fin y comienzo, es el ciclo vital de la vida misma.

      Fueron estos mismos vientos alisios los que empujaron a los españoles a descubrir América, pienso que a América la descubrieron los alisios hace miles de años, los españoles quedaron atrapados en su camino y solo tuvieron que dejarse llevar por su fuerza, por su soplo perene.

      Cuando eres joven piensas en todo menos en la posibilidad de la muerte, en los momentos más críticos de la tormenta por primera vez en mis 20 años reparé en la posibilidad de que esto fuera el final, que aquí se esfumara mi vida y con ello todo lo que soñé, proyecté, absolutamente todo, y eso me dio un pánico paralizante, fue terriblemente frustrante saber que el control de las cosas, de los eventos, no está en tus manos, no tienes control ni poder sobre ello, eres una marioneta a merced del destino.

      Pensar que cada segundo podía ser el final de todo y no poder hacer nada por ello, aceptar pasivamente la realidad, las circunstancias y la situación en la que te encuentras atrapado y no poder, no atinar, no intentar hacer nada es una forma de empezar a morir, de sentirte muerta en vida y yo experimenté por momentos esto, por un segundo la seguridad se transformó en inseguridad, los sueños en pesadillas. Lo que creías importante termina siendo insignificante, aquello en lo que giraba tu vida y aspiraciones termina siendo banal y secundario y solo pides a Dios una segunda oportunidad, un instante más de vida, un aliento más, resignificas la vida


Скачать книгу