Esta noche, el Gran Terremoto. Leonardo Teja
i. ¿Desde cuándo le importa la llegada de elGran Terremoto a esta Ciudad? Papel moneda, réplica no negociable ¿Habla laPosteridad? Cíclope Croquis “Prólogo” en Manual de procedimientos para la llegada de elGran Terremoto del Gremio Ciudadano de Alojamiento Nocturno Llamada breve Paraguas Segunda entrevista de trabajo Concursos escolares de dibujo Gente que asegura haber visto a elGran Terremoto. Anexo del manual Manual de procedimientos
ii. Versiones El primer telegrama del telegrafista Sobre la existencia de los impuntuales Otra vez, la Encuesta Correspondencia dirigida a elGran Terremoto (repetición) Enriqueta Sueca Altar La encuestadora se queda sin trabajo
iii. Crucigrama Juanas y Juanes Pérez Una de esas noches Bagazo Correspondencia Otra llamada breve Nuevo papel moneda ElMejor Imitador de elG. T. Conmutador Redada Segundo piso Día libre De vuelta en el departamento Esta noche, elGran Terremoto Último telegrama
Para Julia, porque me vendió un pastel.
—¿Qué es lo que nos hacía falta? —preguntó el doctor sonriendo al niño. Cottard se agarró de pronto a la portezuela y gritó con voz llena de lágrimas y furor:
—Un terremoto. Pero uno de verdad.
Albert Camus
Es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía.
Samuel Beckett
¿Desde cuándo le importa la llegada de elGran Terremoto a esta Ciudad?
Nunca supe qué responder en esa pregunta de la Encuesta. La dejaba para el final. O escribía algo equivalente a no responderla, algo como “Desde siempre, por supuesto, ¿por quién me toman?”. Mucha gente decía con orgullo, o cansancio, que acostumbraba poner cualquier cosa para sacarse de encima el compromiso y nunca les había pasado algo, como amenazaban las autoridades que podría pasarle a quien se burlara de las preguntas de la Encuesta. Con el tiempo la pregunta cambió a “Sin usar siempre, ¿desde cuándo le importa la llegada de elGran Terremoto a esta Ciudad?”.
Recuerdo que en casa me guiaban, aunque eso iba en contra de las reglas, para responder con quejas disfrazadas, tales como “…la llegada de elGran Terremoto me importa desde que tengo uso de razón, y por eso no creo necesario que los simulacros nocturnos me saquen de la cama en días de escuela”. Para las otras preguntas, siempre, quiero decir, la mayoría de las veces, tuve una libertad absoluta.
Papel moneda, réplica no negociable
En la escuela no era distinto. Desde el tercer grado nos enseñaban la importancia de la llegada de elGran Terremoto. Recuerdo especialmente a la señorita Susana, tras su regreso de unas largas vacaciones.
Se había ausentado durante todo segundo año para arreglar una dislalia: ceceaba al hablar. Todos lo hacíamos en esa clase, en mayor o menor grado, y por eso nos conocían como el grupo ceceante. Nadie podía escapar de la etiqueta, ni siquiera nuestra profesora: Susana Salmones. Cada vez que alguno de nosotros pronunciaba completo ese nombre, se podía ver la incomodidad en el rostro de la señorita Susana: endurecía la mirada, abría las fosas nasales y apretaba tanto la boca que sus labios palidecían como el ano de un gato. Se había ausentado para intentar corregir el problema y, de ese modo, poder enseñar a un grupo menos estigmatizado; sólo pudo hacerlo parcialmente, y por eso tuvo que regresar a su escritorio frente a nosotros. Eso sí, con el humor avinagrado.
Sin embargo, la gota que le derramó el vaso, como suele decirse, a la señorita Susana, fue la noticia de que, precisamente para el año de su regreso, el Órgano Rector de Educación Básica había decidido quitar los libros de Historia, sustituyéndolos con cajas y más cajas en las que sólo había fajos de billetes. O mejor dicho, réplicas no negociables de cada papel moneda que hubiera circulado desde la fundación de esta Ciudad. Bajo el nuevo sistema, la señorita Susana comenzaba cada clase con una queja sobre el asunto. Decía que así no era posible enseñar nada a nadie y que, encima de eso, no ganaba lo suficiente como para enmarcar y empotrar los billetes con dinero de su bolsa.
No recuerdo cuántos marcos colgaban en la pared del salón. Lo que no se me olvida son los cientos de retratos de próceres que estaban impresos en cada réplica; cada uno parecía mirar algo que sobrevolaba nuestras cabezas, pero sin tener una opinión fuerte al respecto.
Profa. SS: (Aburrida, en monólogo didáctico) A ese hombre del billete de un millón de centavos le debemos patria y soberanía… Al de cuatro con cincuenta y tres, la edificación del Acueducto… El del billete de ochenta y nueve inauguró el Acueducto… El de bigotes y casaca militar, de ¼, destruyó el Acueducto con una sola carga de dinamita y una mula… La mujer del billete de doce prohibió la concepción entre primos hermanos… La de setenta mil fue la primera en leer un decreto oficial con los ojos vendados… (sus ojos chispean de pronto) Este hijo de puta no debería estar en ningún billete…
Infante cualquiera: (Impertinente) ¿Por qué?
Profa.