Sex and the City. Carolina Vegas
la serie por primera vez, de los diecisiete a los veintiocho años, con algunas interrupciones y muchas repeticiones, siempre me identifiqué con Carrie. Quizás era la coincidencia de la escritura como forma de vida, o el cuerpo y los movimientos esbeltos de quien se intuye fue bailarina en algún momento de su vida. Pero tal vez lo que me cautivaba de ese personaje era su inmadurez casi estática. Su estar siempre igual en el mundo, más allá de lo que le pasaba, más allá de lo que vivía. Parecía que las enseñanzas para un cambio, o evolución le zumbaban por el lado de las orejas, sin tocarla, sin atravesarla.
Hay una añoranza de juventud a la espera de que las cosas no cambien. Un deseo por lo inmóvil, que el tiempo se quede parado en lo maravilloso. Como el enamoramiento. Un anhelo constante por las mariposas en el estómago. Pero eso es un deseo, porque la vida debería aspirar a una constante evolución. Permitir que la experiencia nos atraviese y nos transforme. Eso es lo que se supone que debe pasar. Eso es lo que significa crecer.
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