Futuro esplendor. Andrea Casals Hill
globales para resguardar la vida en el planeta. Si bien Carson y Lovelock provienen de un ámbito diferente al de las humanidades, junto a otros intelectuales y científicos a nivel mundial, constituyen el antecedente que sitúa la perspectiva ecológica como un puente hacia la interdisciplinariedad que se precisaba; la misma que permitirá el desarrollo de los estudios culturales y, particularmente, de las humanidades ambientales.
Entrado el siglo XXI, los estudios culturales y la misma ecocrítica se han fragmentado en diversos campos de trabajo, entre los que figuran el análisis ecocrítico en las artes escénicas, los estudios ambientales y de globalización, el ecofeminismo, y la justicia ambiental. Así como desde los estudios culturales se entiende que los discursos reflejan las condiciones políticas, sociales y económicas de su tiempo, la ecocrítica entiende los discursos, y las producciones culturales en general, como medios de representación del entorno geográfico, físico y material, como construcción de la valoración social del espacio en que se sitúa, y su relación en y con la Naturaleza. Como afirma Theresa J. May, esta intersección, la interfaz entre Naturaleza y cultura, es justamente el territorio de la ecocrítica y es el nicho y punto de partida de la discusión medioambiental en Occidente.7
Si lo planteamos en términos antropológicos, siguiendo a Tim Ingold, los territorios determinan las culturas que en ellos florecen, tal como la cultura moldea y determina dichos territorios.8 Por cierto, no es simple decretar cuál de estos dos aspectos es el primero. Asimismo, el uso que hacemos de la Tierra afecta nuestro sentido de pertenencia, pero también ese proceso tiene un reflejo inverso en el contexto y determina las consecuencias de la interacción con el medio. Es decir, a modo de ejemplo, las culturas recolectoras y nómades se relacionan con el lugar de un modo diferente de como lo hacen las culturas sedentarias (extractivas, rurales, urbanas, o aquellas altamente tecnologizadas). Desde esta reflexión, podemos afirmar que una de las preguntas que surge es: cómo se ven reflejadas estas diferentes realidades en las producciones culturales del campo de las humanidades y las artes en su relación para con el medioambiente. Desde una mirada ecológica, entendemos que la utilización de tecnología sobre la Tierra no solo ha alterado la Naturaleza a un límite que muchas veces supera la capacidad de resiliencia de esta, sino que también ha determinado el modo en que percibimos el territorio, mercantilizando, por ejemplo, la Tierra y los recursos como un mero sostén para la actividad extractiva y la dependencia humana del crecimiento permanente.
Desde la “conciencia de especie… de la tribu”9 amenazada de desaparecer es que Nicanor Parra sostiene que
el error consistió
en creer que la Tierra era nuestra
Cuando la verdad de las cosas
Es que nosotros somos de la Tierra”.10
Contemporáneos —N. Parra y Luis Oyarzún— Oyarzún se manifiesta en Chile, a fines de los años sesenta, ante la cuestión ecológica con una retórica distinta a la de Parra, aunque igualmente visionaria. En el libro Defensa de la Tierra, una larga reflexión en la que Oyarzún advierte cómo “la tierra está enferma de nuestra alma”, el intelectual chileno agrega, “[e]l hombre es esencialmente depredador, destructor de su ambiente y, por ende, de sí mismo”.11 N. Parra se pregunta sobre el valor de las revoluciones políticas de la época: “¿De qué valdría una revolución triunfante sobre una tierra calcinada y destruida con fallas irrecuperables?”.12 Ambas reflexiones están en oposición consciente a la suposición de que la Tierra es un mero sostén productivo, destacando la sensibilidad de estos intelectuales en sintonía con su tiempo.
De tal modo, observamos que la ecocrítica, concebida a partir de los 90, como lo muestra Glotfelty, coinciden con las palabras de Rafael Elizalde Mac-Clure, Nicanor Parra y Luis Oyarzún, y hoy, desde otros campos del saber, convergen con el pensamiento de autores a nivel mundial. Bruno Latour, en su visita a Chile para el Festival Puerto de Ideas, Valparaíso 2014, plantea su visión desde el título de su conferencia “Estado de la Naturaleza”, argumentando que, en la época del Antropoceno, es preciso reconocer que esta Tierra es el único espacio que podemos habitar. El sufijo “ceno”, en Antropoceno, sigue las designaciones de la escala temporal geológica, como el Pleistoceno, que remite a pleistos en griego “lo más” y kainos, “nuevo, reciente”. Ante este panorama, Glotfelty afirma que la motivación común en el trabajo ecocrítico brota de:
la perturbadora conciencia de que hemos alcanzado la era de los límites ambientales, la era en que las consecuencias de la acción humana están dañando los sistemas básicos que sostienen la vida en el planeta.13
Para plasmarlo de otro modo, la presión de la acción humana sobre la Tierra es tal, que esta pierde su capacidad de resiliencia o autorregulación. Este punto de inflexión, para el académico británico Timothy Morton, es descrito como la transición de la época del Antropoceno a “la Era de la Asimetría”, extremando aún más la conciencia de lo que hemos hecho sobre nuestro planeta, sentenciando la idea de que el fin del mundo es algo que ya ocurrió. Morton se refiere a una relación asimétrica justamente dada la presión humana por los recursos naturales y el impacto de nuestra contaminación, que es mayor que la capacidad de autorregulación de la Tierra. Para él, el fin del mundo se puede datar en el siglo XVIII, con el proceso de industrialización, la máquina a vapor y el modelo de desarrollo posterior.14 Ya volveremos sobre esto.
Como señalaba Oyarzún, “[n]os habituamos a pensar que la tierra todo lo da, que lo dará siempre todo, que siempre habrá tierra”, y agrega, “[s]olo clama justicia tanta tierra descuidada, perdida, estrujada”.15 Esta apelación puntual, Oyarzún la recoge del texto que dos décadas antes, Rafael Elizalde Mac-Clure había publicado: La sobrevivencia de la tierra. Esta obra visionaria tuvo una reedición en 1970 y señala la coincidencia del tema a nivel local, respecto a la discusión internacional. Ante el panorama actual, cuarenta años después, cuando se hacen perceptibles cotidianamente los efectos del calentamiento global a pesar de que algunas autoridades políticas pretendan ignorarlo, ambos trabajos cobran nuevo énfasis. Morton, tal como nuestros autores antes citados, advierte que el mayor riesgo es la indolencia, dada la magnitud del impacto tecnológico y sus consecuencias para la sustentabilidad de la vida humana en la Tierra, y, por ende, la magnitud de las acciones que es preciso iniciar si se pretende alcanzar la reparación. No obstante, como un mecanismo defensivo, obviamos el problema o asumimos la solución como un gesto mágico.
Respecto a la percepción del riesgo y peligro, Sabucedo y Rodríguez explican que cuando una persona percibe que puede hacer algo para evitar o prevenir un peligro que la amenaza, esta persona intentará manejar la situación enfrentando el problema. Contrariamente, cuando una persona percibe un riesgo latente ante el cual no hay nada que pueda hacer, bloquea este mensaje y hace como si no existiera el peligro, pues, de lo contrario, la situación se haría insoportable.16 Esta actitud defensiva es lo que Morton llamará el “sueño” del que es preciso y urgente despertar,17 pues el “umbral del apocalipsis”, como lo llama N. Parra, nos paraliza. La necesidad de generar conciencia sobre el problema, para así conformar un compromiso ético con “la tribu”, se tensiona con la tendencia defensiva a ignorar un problema ineludible.18 En este sentido, las promociones de una reflexión interdisciplinaria permiten representar escenarios posibles, donde no solo se visualice la amenaza, sino también se imaginen acciones tendientes a la superación de la crisis por medio de una convivencia sustentable, así como concreta y material.
En otras palabras, la situación que destaca Morton es análoga a estar “durmiendo con el enemigo”. Porque, tal como ocurre con las comunidades más pobres que viven en asentamientos en el lecho de un río u otras zonas inundables, áreas contaminadas o antiguos vertederos, no pueden pensar en el peligro inminente. Si esas personas pudieran optar por mejores condiciones, no elegirían vivir en esos lugares. Su única opción es actuar como si el riesgo no existiera. En una escala mayor, siguiendo a Morton, el riesgo del fin del mundo, o al menos la amenaza sobre las condiciones adecuadas para la vida humana sobre la Tierra, es una realidad tan abrumante que actuamos como si el cambio global no estuviese ocurriendo y no tuviese relación con la acción humana. Quizás existen soluciones hacia la reversión de dichos efectos, pero implica desplazarse de la zona de