La segunda pérdida. Nahuel Krauss
del imaginario en las neurosis. Si menospreciásemos la importancia de dicho registro, correríamos el riesgo de pecar de “falta de tacto” y de conmover demasiado rápido el narcisismo de quien nos visita sin que éste tenga de dónde sujetarse. Retomaremos esto más adelante, no sin antes situar algunas coordenadas que nos permitan pensar los fenómenos referidos anteriormente.
Exceso y desorden
Levi Strauss afirma que, en cierto momento, el hombre se larga a hablar. Expresiones como “¡se largó a hablar de una!”, sugieren que no hay un aprendizaje gradual del habla, sino que, repentinamente, un corte parece dar rienda suelta a dicha capacidad. Una acumulación significante empuja al estallido de un aparato que es puesto a trabajar a partir de la extracción de un significante que el antropólogo llamará “cero”. El significante cero habilita el funcionamiento de la cadena y el ordenamiento de las vías simbólicas donde la metabolización de un excedente acumulado se hace posible.12
Un joven, al que atendí en una institución, relataba cómo era obligado por su padre a robar en hogares: “entramos a robar con mi padre, mi hermano, y X”, decía, pronunciando aquí su nombre. Es necesario que en cierto momento algo se extraiga y permita el funcionamiento del aparato, operación que permitirá al sujeto descontarse del campo del Otro y así poder decir “Yo”. Es decir, el sujeto, en tanto existente, es hijo de un rechazo –aunque no de un repudio–, ya que hablar, tomar la palabra, en tanto acto, supone traicionar nuestro lugar de origen.
***
La lucha pulsional es primaria. Los complejos son las vías de ordenamiento del afecto desparramado de un caos originario.13 El orden simbólico y su puesta en función a través de complejos –Edipo, intrusión, destete– ordenan el desborde pulsional14 que aniquilaría al sujeto al quedar este último frente a la irrupción desmedida de una tensión para la cual ningún tipo de respuesta, ni siquiera la huida, es suficiente. Es decir, el desamparo del sujeto no es ante un hecho exterior, ante el que no habría nada que hacer, sino respecto de las propias pulsiones, por lo que no se trata tanto de que uno tiene miedo, sino que “se” tiene miedo. Dicha forma de concebir al desamparo nos aleja de cualquier concepción ambientalista del asunto. No se trata de que la madre se va y el niño tiene miedo de que no vuelva porque siente hambre. Sino que, en principio, el temor se produce ante un hambre que en sí mismo devora. Será el lazo social, la relación a un discurso, el único modo de tratar con dichas fuerzas.15
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