Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo. William Shakespeare

Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo - William Shakespeare


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      LORENZO.

      Todo el mundo juega con el equívoco, hasta los más tontos... Dentro de poco, los discretos tendrán que callarse, y sólo merecerá alabanza en los papagayos el don de la palabra. Adentro, pícaro: dí á los criados que se dispongan para la comida.

      LANZAROTE.

      Ya están dispuestos, señor: cada cual tiene su estómago.

      LORENZO.

      ¡Qué ganas de broma tienes! Diles que pongan la comida.

      LANZAROTE.

      Tambien está hecho. Pero mejor palabra seria «cubrir».

      LORENZO.

      Pues que cubran.

      LANZAROTE.

      No lo haré, señor: sé lo que debo.

      LORENZO.

      Basta de juegos de palabras. No agotes de una vez el manantial de tus gracias. Entiéndeme, ya que te hablo con claridad. Dí á tus compañeros que cubran la mesa y sirvan la comida, que nosotros iremos á comer.

      LANZAROTE.

      Señor, la mesa se cubrirá, la comida se servirá, y vos ireis á comer ó no, segun mejor cuadre á vuestro apetito.

      (Vase.)

      LORENZO.

      ¡Oh, qué de necedades ha dicho! Tiene hecha sin duda provision de gracias. Otros bufones conozco de más alta ralea, que por decir un chiste, son capaces de alterar y olvidar la verdadera significacion de las cosas. ¿Qué piensas, amada Jéssica? Dime con verdad: ¿Te parece bien la mujer de Basanio?

      JÉSSICA.

      Más de lo que puedo darte á entender con palabras. Muy buena vida debe hacer Basanio, porque tal mujer es la bendicion de Dios y la felicidad del paraíso en la tierra, y si no la estima en la tierra, no merecerá gozarla en el cielo. Si hubiera contienda entre dos divinidades, y la una trajese por apuesta una mujer como Pórcia, no encontraria el otro dios ninguna otra que oponerla en este bajo mundo.

      LORENZO.

      Tan buen marido soy yo para tí, como ella es buena mujer.

      JÉSSICA.

      Pregúntamelo á mí.

      LORENZO.

      Vamos primero á comer.

      JÉSSICA.

      No: déjame alabarte, mientras yo quiera.

      LORENZO.

      No: déjalo: vamos á comer: á los postres dirás lo que quieras, y así digeriré mejor.

      (Vanse.)

Ilustración de adorno Ilustración de adorno

       Índice

      ESCENA PRIMERA.

      Tribunal en Venecia.

      DUX, SENADORES, ANTONIO, BASANIO, GRACIANO, SALARINO y SALANIO.

      DUX.

Y ilustrada

      ¿Y Antonio?

      ANTONIO.

      Á vuestras órdenes, Alteza.

      DUX.

      Te tengo lástima, porque vienes á responder á la demanda de un enemigo cruel y sin entrañas, en cuyo pecho nunca halló lugar la compasion ni el amor, y cuya alma no encierra ni un grano de piedad.

      ANTONIO.

      Ya sé que V. A. ha puesto empeño en calmar su feroz encono, pero sé tambien que permanece inflexible, y que no me queda, segun las leyes, recurso alguno para salvarme de sus iras. A ellas sólo puedo oponer la paciencia y la serenidad. Mi alma tranquila y resignada soportará todas las durezas y ferocidades de la suya.

      DUX.

      Decid que venga el judío ante el tribunal.

      SALARINO.

      Ya viene, señor. Está fuera, esperando vuestras órdenes.

      (Entra Sylock.)

      DUX.

      ¡Haceos atras! ¡Que se presente Sylock! Cree el mundo, y yo con él, que quieres apurar tu crueldad hasta las heces, y luego cuando la sentencia se pronuncie, haces alarde de piedad y mansedumbre, todavía más odiosas que tu crueldad primera. Cree la gente que en vez de pedir el cumplimiento del contrato que te concede una libra de carne de este desdichado mercader, desistirás de tu demanda, te moverás á lástima, le perdonarás la mitad de la deuda, considerando las grandes pérdidas que ha tenido en poco tiempo, y que bastarian á arruinar al más opulento mercader monarca, y á conmover entrañas de bronce y corazones de pedernal, aunque fuesen de turcos ó tártaros selváticos, ajenos de toda delicadeza y buen comedimiento. Todos esperamos de tí una cortes respuesta.

      SYLOCK.

      Vuestra Alteza sabe mi intencion, y he jurado por el sábado lograr cumplida venganza. Si me la negais, ¡vergüenza eterna para las leyes y libertades venecianas! Me direis que ¿por qué estimo más una libra de carne de este hombre que tres mil ducados? Porque así se me antoja. ¿Os place esta contestacion? Si en mi casa hubiera un raton importuno, y yo me empeñara en pagar diez mil ducados por matarle, ¿lo llevariais á mal? Hay hombres que no pueden ver en su mesa un lechon asado, otros que no resisten la vista de un gato, animal tan útil é inofensivo, y algunos que orinan, en oyendo el son de una gaita. Efectos de la antipatía que todo lo gobierna. Y así como ninguna de estas cosas tiene razon de ser, yo tampoco la puedo dar para seguir este pleito odioso, á no ser el odio que me inspira hasta el nombre de Antonio. ¿Os place esta respuesta?

      BASANIO.

      No basta, cruel hebreo, para disculpar tu fiereza increible.

      SYLOCK.

      Ni yo pretendo darte gusto.

      BASANIO.

      ¿Y mata siempre el hombre á los séres que aborrece?

      SYLOCK.

      ¿Y quién no procura destruir lo que él odia?

      BASANIO.

      No todo agravio provoca á tanta indignacion desde luego.

      SYLOCK.

      ¿Consentirás que la serpiente te muerda dos veces?

      ANTONIO.

      Mira que estás hablando con un judío. Más fácil te fuera arengar á las olas de la playa cuando más furiosas están, y conseguir que se calmen; ó preguntar al lobo por qué devora á la oveja, y deja huérfano al cordero; ó mandar callar á los robles de la selva, y conseguir que el viento no agite sus verdes ramas: en suma, mejor conseguirias cualquier imposible, que ablandar el durísimo corazon de ese hebreo. No le ruegues más, no le importunes: haz que la ley se cumpla pronto, á su voluntad.

      BASANIO.

      En vez de los tres mil ducados toma seis.

      SYLOCK.

      Aunque dividieras cada uno de ellos en seis, no lo aceptaria. Quiero que se cumpla el trato.

      DUX.

      ¿Y quién


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