Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo. William Shakespeare

Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo - William Shakespeare


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      Necesario es que así suceda. Nadie se levanta de la mesa del festin con el mismo apetito que cuando se sentó á ella. ¿Qué caballo muestra al fin de la rápida carrera el mismo vigor que al principio? Así son todas las cosas. Más placer se encuentra en el primer instante de la dicha que despues. La nave es en todo semejante al hijo pródigo. Sale altanera del puerto nativo, coronada de alegres banderolas, acariciada por los vientos, y luego torna con el casco roto y las velas hechas pedazos, empobrecida y arruinada por el vendaval.

      (Sale Lorenzo.)

      SALARINO.

      Dejemos esta conversacion. Aquí viene Lorenzo.

      LORENZO.

      Amigos: perdon, si os he hecho esperar tanto. No me echeis la culpa: echádsela á mis bodas. Cuando para lograr esposa, tengais que hacer el papel de ladrones, yo os prometo igual ayuda. Venid: aquí vive mi suegro Sylock. (Llama.)

      (Jéssica disfrazada de paje se asoma á la ventana.)

      JÉSSICA.

      Para mayor seguridad decidme quién sois, aunque me parece que conozco esa voz.

      LORENZO.

      Amor mio, soy Lorenzo, y tu fiel amante.

      JÉSSICA.

      El corazon me dice que eres mi amante Lorenzo. Dime, Lorenzo, ¿y hay alguno, fuera de tí, que sospeche nuestros amores?

      LORENZO.

      Testigos son el cielo y tu mismo amor.

      JÉSSICA.

      Pues mira: toma esta caja, que es preciosa. Bendito sea el oscuro velo de la noche que no te permite verme, porque tengo vergüenza del disfraz con que oculto mi sexo. Pero al amor le pintan ciego, y por eso los amantes no ven las mil locuras á que se arrojan. Si no, el Amor mismo se avergonzaria de verme trocada de tierna doncella en arriscado paje.

      LORENZO.

      Baja: tienes que ser mi paje de antorcha.

      JÉSSICA.

      ¿Y he de descubrir yo misma, por mi mano, mi propia liviandad y ligereza, precisamente cuando me importa más ocultarme?

      LORENZO.

      Bien oculta estarás bajo el disfraz de gallardo paje. Ven pronto, la noche vuela, y nos espera Basanio en su mesa.

      JÉSSICA.

      Cerraré las puertas y recogeré más oro. Pronto estaré contigo.

      (Vase.)

      GRACIANO.

      ¡Á fe mia que es gentil, y no judía!

      LORENZO.

      ¡Maldito sea yo si no la amo! Porque mucho me equivoco, ó es discreta, y ademas es bella, que en esto no me engañan los ojos, y es fiel y me ha dado mil pruebas de constancia. La amaré eternamente por hermosa, discreta y fiel.

      (Sale Jéssica.)

      Al fin viniste. En marcha, compañeros. Ya nos esperan nuestros amigos.

      (Vanse todos menos Graciano.) (Sale Antonio.)

      ANTONIO.

      ¿Quién?

      GRACIANO.

      ¡Señor Antonio!

      ANTONIO.

      ¿Solo estais, Graciano? ¿y los demas? Ya han dado las nueve, y todo el mundo espera. No habrá máscaras esta noche. El viento se ha levantado ya, y puede embarcarse Basanio. Más de veinte recados os he enviado.

      GRACIANO.

      ¿Qué me decis? ¡Oh felicidad! ¡Buen viento! Ya siento ganas de verme embarcado.

      ESCENA VII.

      Quinta de Pórcia en Belmonte.

      PÓRCIA y el PRÍNCIPE DE MARRUECOS.

      PÓRCIA.

      Descorred las cortinas, y enseñad al príncipe los cofres; él elegirá.

      EL PRÍNCIPE.

      El primero es de oro, y en él hay estas palabras: «Quien me elija, ganará lo que muchos desean.» El segundo es de plata, y en él se lee: «Quien me elija, cumplirá sus anhelos.» El tercero es de vil plomo, y en él hay esta sentencia tan dura como el metal: «Quien me elija, tendrá que arriesgarlo todo.» ¿Cómo haré para no equivocarme en la eleccion?

      PÓRCIA.

      En uno de los cofres está mi retrato. Si le encontrais, soy vuestra.

      EL PRÍNCIPE.

      Algun dios me iluminará. Volvamos á leer con atencion los letreros. ¿Qué dice el plomo? «Todo tendrá que darlo y arriesgarlo el que me elija.» ¡Tendrá que darlo todo! ¿Y por qué?... Por plomo... ¿Aventurarlo todo por plomo? Deslucido premio en verdad. Para aventurarlo todo, hay que tener esperanza de alguna dicha muy grande, porque á un alma noble no la seduce el brillo de un vil metal. En suma, no doy ni aventuro nada por el plomo. ¿Qué dice la plata del blanco cofrecillo? «Quien me elija logrará lo que merece...» Lo que merece... Despacio, Príncipe: pensémoslo bien. Si atiendo á mi conciencia, yo me estimo en mucho. No es pequeño mi valor, aunque quizá lo sea para aspirar á tan excelsa dama. De otra parte, seria poquedad de ánimo dudar de lo que realmente valgo... ¿Qué merezco yo? Sin duda esta hermosa dama. Para eso soy de noble nacimiento y grandes dotes de alma y cuerpo, de fortuna, valor y linaje; y sobre todo la merezco porque la amo entrañablemente. Sigo en mis dudas. ¿Continuaré la eleccion ó me pararé aquí? Voy á leer segunda vez el rótulo de la caja de oro: «Quién me elija logrará lo que muchos desean.» Es claro: la posesion de esta dama: todo el mundo la desea, y de los cuatro términos del mundo vienen á postrarse ante el ara en que se venera su imágen. Los desiertos de Hircania, los arenales de la Libia se ven trocados hoy en animados caminos, por donde acuden innumerables príncipes á ver á Pórcia. No bastan á detenerlos playas apartadas, ni el salobre reino de las ondas que lanzan su espuma contra el cielo. Corren el mar, como si fuera un arroyo, sólo por el ansia de ver á Pórcia. Una de estas cajas encierra su imágen, pero ¿cuál? ¿Estará en la de plomo? Necedad seria pensar que tan vil metal fuese sepulcro de tanto tesoro. ¿Estará en la plata que vale diez veces menos que el oro? Bajo pensamiento seria. Sólo en oro puede engastarse joya de tanto precio. En Inglaterra corre una moneda de oro, con un ángel grabado en el anverso. Allí está sólo grabado, mientras que aquí es el ángel mismo quien yace en tálamo de oro. Venga la llave: mi eleccion está hecha, sea cual fuere el resultado.

      PÓRCIA.

      Tomad la llave, y si en esa caja está mi retrato, seré vuestra esposa.

      EL PRÍNCIPE (abriendo el cofre).

      ¡Por vida del demonio! sólo encuentro una calavera, y en el hueco de sus ojos este papel: «No es oro todo lo que reluce: así dice el refran antiguo: tú verás si con razon. ¡Á cuántos ha engañado en la vida una vana exterioridad! En dorado sepulcro habitan los gusanos. Si hubieras tenido tanta discrecion y buen juicio como valor y osadía, no te hablaria de esta suerte mi hueca y apagada voz. Véte en buen hora, ya que te ha salido fria la pretension.» Sí que he quedado frio y triste. Toda mi esperanza huyó, y el fuego del amor se ha convertido en hielo. Adios, hermosa Pórcia. No puedo hablar. El desencanto me quita la voz. ¡Cuán triste se aleja el que ve marchitas sus ilusiones!

      PÓRCIA.

      ¡Oh felicidad! Quiera Dios que tengan la misma suerte todos los que vengan, si son del mismo color que éste.

      ESCENA VIII.

      Calle en Venecia.

      SALARINO y SALANIO.

      SALARINO.


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