Como desees. Cary Elwes

Como desees - Cary Elwes


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qué? —pregunté.

      —Porque muchas de las prendas tenían que confeccionarse en Damasco y era difícil conseguir que los sastres de allí hicieran exactamente lo que queríamos.

      Me dijo entonces que ya había hecho algunas pruebas de los trajes para Westley y que le gustaría que me las probara para que la costurera hiciera los ajustes necesarios. Su asistente me condujo al vestidor, donde colgaba de un perchero el traje que se convertiría en icónico: un par de pantalones negros de ante, botas de cuero negro, un cinturón fino negro, un par de camisas negras con volantes y cordones, guantes negros y una máscara negra. Era todo muy elegante y sorprendentemente cómodo. Me probé la camisa ancha y de mangas enormes. Ya había llevado una muy similar para Lady Jane, así que me resultaba familiar. Luego, los pantalones ajustados de ante. Y, finalmente, las botas.

      Una vez estuve completamente vestido, me miré en el espejo. Incluso sin la máscara, supe lo que debían de haber sentido Douglas Fairbanks o Errol Flynn al probarse sus trajes el primer día en cualquiera de sus clásicas películas de piratas. Un golpecito en la puerta me sacó de mi ensimismamiento.

      —¿Se puede? —La voz de Phyllis atravesó la madera.

      —Sí.

      Abrió la puerta, me miró, y dijo:

      —Aaah… No está nada mal. —Se detuvo a reflexionar—. Pero… hay algo que falta.

      Entonces, llamó a su asistente y le pidió que fuera a buscar un poco de satén negro. Cuando esta regresó con la tela, Phyllis me ató un trozo alrededor de la cabeza y otro alrededor de la cintura como un cinto.

      —Exacto —dijo—, ¡eso está mejor!

      Luego me hizo probar unas máscaras provisionales que había diseñado, que, de hecho, no eran muy diferentes a las que llevó Fairbanks en La marca del Zorro. Pero ninguna de ellas quedaba del todo bien. Phyllis me explicó que, como la llevaría durante la mayor parte de la película, no solo tenía que encajar perfectamente, sino que, sobre todo, debía ser cómoda y que la única forma de conseguirlo era sacando un molde de yeso de mi cabeza. Este es un procedimiento bastante estándar en la producción de películas que incluyen acción, efectos especiales o superhéroes que llevan máscaras, aunque yo no lo había experimentado antes.

      Apareció, entonces, una costurera, que colocó unos cuantos alfileres en los pantalones para que fueran todavía más ajustados. Le pregunté a Phyllis si podría ponérmelos sin dificultad una vez estuvieran listos. Me respondió que preferiría coserlos cada día una vez puestos, pero que no sería práctico dado que iba a hacer muchas escenas de acción con ellos. Y, siendo de ante, de todos modos, darían un poco de sí con el tiempo, me explicó. Yo bromeé sobre que ahora sabía cómo se debió de sentir Jim Morrison con sus distintivos pantalones de cuero ajustados.

      Me probé un traje hecho básicamente de arpillera y algodón grueso, que serían las ropas de Westley como el famoso muchacho de la granja. Phyllis me dijo que se había inspirado en cuadros de N. C. Wyeth y Bruegel y, a mi parecer, eran muy auténticas, pero ella no estaba del todo satisfecha.

      —No, volvamos con estas. Necesitas algún tipo de capucha.

      Phyllis dijo que necesitaba un poco más de tiempo para resolverlo y que haríamos más pruebas de vestuario pronto. Después de sacar algunas fotos Polaroid para enseñárselas a Rob, volví a ponerme mis aburridos vaqueros y mi camiseta, le di las gracias a Phyllis, a su asistente y a la costurera, y me fui a casa. El hombre de negro comenzaba a tomar forma.

      Al día siguiente, recibí otra llamada de la oficina de producción y me dieron instrucciones sobre dónde ir a que me hicieran un molde de la cara. Viajé hasta los estudios Shepperton, donde se encontraban nuestras oficinas de producción, y visité a la gente del departamento de efectos especiales (conocido como «FX»). Shepperton se encuentra en el condado de Surrey, más o menos a una media hora a las afueras de Londres, y en general está considerado como uno de los grandes estudios de cine europeos. Desde una perspectiva histórica, es el tipo de sitio que tiene un atractivo casi reverencial para la mayoría de gente del mundillo. Entre las películas que se han filmado allí figuran Lawrence de Arabia, ¿Teléfono rojo?, Volamos hacia Moscú, 2001: Una odisea en el espacio, El hombre elefante, Star Wars, Alien, Gandhi…, por nombrar solo algunas.

      Trabajé como asistente de producción en mi adolescencia, así que sabía desenvolverme un poco en los platós de cine, pero estar allí, en los famosos estudios Shepperton, como protagonista de una gran película de Hollywood, era una experiencia totalmente distinta. Con el mapa en la mano, fui hasta una de las «tiendas» asignadas a nuestro departamento de FX en el set y me encontré con Nick Allder, nuestro supervisor de efectos especiales. Nick tenía una gran carrera: había trabajado ya en Alien (sí, es su criatura la que se escapa del pecho de John Hurt), El imperio contraataca (para los jedis que estéis leyendo esto, hay una fuerte conexión entre Star Wars y La princesa prometida, de la que hablaré más adelante), Conan el Bárbaro, y La joya del Nilo. Nick, un tipo muy afable, me presentó a su equipo, uno de los cuales estaba ya trabajando en un animatrónico sin terminar de un Roedor de Aspecto Gigantesco (RAG), el mismo que acabaría mordiéndome durante nuestra pelea en el Pantano de Fuego. Estaba hecho de gomaespuma blanca y no tenía pelo, lo que le daba un aspecto todavía más grotesco. Se veían todos los cables y roldanas unidas a los servomotores que permitían que el «titiritero» le moviera la boca. Incluso en esa fase parecía muy efectivo y estaban orgullosos de enseñármelo. Mientras miraba fijamente a los ojos muertos de la rata gigante, me pregunté si Bill Goldman se habría topado con las mismas ratas gigantes que yo me había encontrado cuando vivía en Manhattan; esas del tamaño de un gato y que te hacían detenerte en seco. Ese tipo de ratas que no se asustan de los humanos, caminan con ese contoneo y te miran de esa manera que parece que digan: «Venga, ¿qué vas a hacer?».

      Nick me explicó que, mientras que el proceso de cubrirme la cara con yeso húmedo de París era relativamente indoloro, podía ser muy tedioso, ya que tendría que pasar mucho tiempo, tal vez una hora, sentado en una silla con la cara cubierta de dicho material. Me preguntó si sufría de claustrofobia, cosa que ya en sí misma me puso un poco nervioso, a lo que respondí: «No, la verdad es que no», sin tener ni idea de lo claustrofóbico que sería todo el proceso. Entonces, dijo:

      —Vamos a cubrirte toda la cabeza, pero te daremos un par de pajitas para que te las metas en la nariz y puedas respirar.

      Menos mal.

      Él continuó:

      —Si en algún momento te sientes incómodo, no puedes respirar o tienes algún tipo de ataque de pánico, simplemente haz un gesto con la mano como si te cortaras la garganta y te quitaremos el yeso.

      —Vale —contesté, preguntándome cuántos actores habrían sufrido ataques de pánico antes.

      —Solo para que lo sepas —añadió Nick—, si hacemos eso, tendremos que repetir todo el proceso para terminarlo.

      Contesté que lo entendía.

      —¡Genial! —dijo Nick—. Entonces, empecemos.

      Él y sus colegas procedieron entonces a cubrirme la cabeza completamente con vaselina y, luego, con escayola, y me proveyeron de las ya mencionadas pajitas para que me las pusiera en las fosas nasales y respirara. Decir que era claustrofóbico sería quedarse corto, amigos. Era como si te encerraran la cabeza en una calabaza o un casco gigante, pesado y asfixiante, hecho de arcilla. Una hora después, acabaron, y el yeso finalmente se secó. Entonces, lo abrieron cuidadosamente, me lo quitaron de la cabeza, y el producto resultante se utilizó como molde.

      Tenía que parecer un pirata. Y no solo un pirata cualquiera, sino el pirata Roberts (vagamente basado en el famoso corsario Bartholomew Roberts), el azote de los siete mares. Se suponía que su identidad debía ser un secreto. Y, mientras que era necesario dar un voto de confianza para asumir que los otros personajes de la película (sobre todo Buttercup) no notarían inmediatamente el parecido entre Westley y el hombre de negro, el público era libre de hacer la conexión (cosa que, por supuesto,


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