Hibridismo cultural. Peter Burke

Hibridismo cultural - Peter  Burke


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rica documentación. La interpretación general sobre la imagen real proyectada en los medios de comunicación de la época (grabados, numismática, ballets) intentaba mantenerse en un punto medio entre una visión reduccionista en términos de propaganda política sin más y otra («ingenua») que la considerase una respuesta a las necesidades psicológicas relacionadas con la relación entre el rey y el pueblo. El autor optó por tratar la «fabricación» de la imagen real como una creación colectiva que respondía a una demanda parcialmente inconsciente, pero que era a la vez una construcción de la mistificación del poder, capaz de influir en la realidad política, aunque no necesariamente según las previsiones, como pusieron de relieve los comentarios críticos de una parte de la audiencia. Por otro lado, aunque de manera menos evidente, La fabricación de Luis XIV explora también las tesis de Goffman sobre la importancia de la teatralización del comportamiento social. El equipo de gestores de la imagen de Luis XIV trabajaba en realidad para controlar la impresión causada por el soberano en sus apariciones públicas. Lo hacían considerando el valor de los escenarios, el vestuario, el porte y los gestos, factores también centrales en esa otra forma de la presentación de la persona que era el retrato, según los términos planteados en otro de los ensayos de Historical Anthropology. Como el mismo autor comentó años más tarde, el libro sobre Luis XIV entroncaba con el interés creciente de los historiadores por las representaciones o actuaciones (performances) de los individuos, un asunto del que se volvería a ocupar en trabajos posteriores[28].

      Un año después de publicarse el libro que acabamos de comentar salió a la luz Hablar y callar (en original The art of conversation) (1993), una colección de ensayos dedicados a la historia social del lenguaje. El tema había ocupado un lugar importante en algunos ensayos de Historical Anthropology, especialmente en el titulado «Lenguajes y antilenguajes», que, en retrospectiva, puede leerse como un esbozo de este nuevo libro. En aquellas páginas el autor había lanzado algunas ideas y propuestas para el estudio de los usos de la lengua hablada como cauce de la movilidad social, medio de exclusión e integración, forma de distinción y presentación en sociedad, y como indicador de relaciones sociales, basadas en la deferencia, la familiaridad o la solidaridad. También discutía en aquel trabajo la variedad de registros que una misma persona podía utilizar en situaciones distintas y llamaba la atención sobre la importancia del latín y los dialectos en el periodo de desarrollo de las lenguas vernáculas, así como sobre los libros de buenos modales, como fuente para estudiar la conversación[29]. Todas estas cuestiones fueron tratadas con mayor amplitud en este nuevo libro, que comenzaba con un capítulo teórico sobre la historia social del lenguaje y concluía con unas sugerentes notas sobre las posibilidades de estudiar no sólo el habla sino también el silencio. Otro capítulo se ocupaba del papel de la lengua en la formación de los sentimientos de pertenencia e identidad a una comunidad cultural (la italiana de principios de la época moderna) y otro de la importancia que el latín mantuvo en ese periodo, atendiendo a diversos dominios, como el ejemplificado por el soldado húngaro que avisó de la llegada del enemigo al grito de «Heu Domine, adsunt Turcae». Finalmente, el ensayo principal del libro –el que daba título al conjunto en la edición original inglesa– se dedicaba al arte de la conversación, el estudio de los manuales que formulaban las reglas implícitas en las conversaciones de la gente educada.

      Los temas tratados en esta colección de ensayos avanzaban en buena medida la importante monografía que Burke publicaría unos diez años más tarde (Lenguas y comunidades en la Europa moderna), aunque, evidentemente, no tenía entonces previsto realizarla. Después de haber colaborado en varios proyectos sobre historia social del lenguaje con el historiador de la medicina Roy Porter en los años ochenta, Hablar y callar parecía una buena manera de difundir los resultados principales y, de ese modo, como apuntaba él mismo en el prefacio, desbrozar el terreno para que «otras generaciones» lo cultivaran[30]. Da la impresión de que en aquel momento, a principios de los años noventa, el interés de Burke por el estudio de la historia social de las lenguas retrocedía (temporalmente), en favor de otro que al parecer estimulaba más su curiosidad: las formas de comportamiento. En buena medida, ambos temas eran complementarios y también las teorías en las que podía apoyarse su estudio, como él mismo puso de manifiesto en el ensayo teórico sobre historia social del lenguaje: con toda facilidad pasaba allí de las ideas de Bajtin sobre la creatividad y adaptabilidad del habla respecto a la gramática como conjunto de reglas fijas, a la noción de habitus, el término que Bourdieu había impulsado en su Esquisse d’une théorie de la practique (1972) para referirse a los esquemas o patrones de percepción y conducta que permiten responder a las más diversas situaciones a través de improvisaciones reguladas. De forma similar, en «El arte de la conversación» Burke se movía entre la valoración de los manuales de conversación como fuente para el estudio de la lengua hablada en la Edad Moderna y su análisis como género literario cercano a los tratados de cortesía y buenos modales que proliferaron a partir del Renacimiento. Esta literatura había interesado también a Norbert Elias, otro de los teóricos más influyentes en la obra de Burke y cuya conocida obra, El proceso de civilización ([1936]; 1977), se dedicaba precisamente a estudiar el desarrollo de la civilidad o urbanidad de los europeos del periodo posterior a la Edad Media. A diferencia del sociólogo alemán, el historiador británico insistía en las variaciones geográficas y cronológicas de las normas de urbanidad, dejando claro que éstas no se desarrollaron únicamente en la Francia del siglo XVII, sino también en la Gran Bretaña ilustrada y, antes, en la Italia del Renacimiento. Desde este último contexto, Burke trazaba la recuperación de las ideas clásicas sobre la conversación, en particular desde Cicerón, modelo explícito de las obras italianas más importantes sobre el tema. El Cortesano de Baldassare Castiglione era, así, discutido como el primero de una larga serie de escritos sobre el arte de conversar y, de forma más general, de comportarse y actuar en el mundo cortesano. La enorme difusión de este libro en la Europa del siglo XVI suscitó tanto interés al historiador cultural, que la convirtió en su proyecto prioritario más inmediato.

      El resultado del nuevo proyecto fue Los avatares de El Cortesano (1995), una monografía sobre la producción, difusión y recepción en Europa de uno de los libros más influyentes del Renacimiento italiano. El autor sigue la trayectoria del libro durante el siglo posterior a la primera edición de 1528, cuando las numerosas ediciones, traducciones y adaptaciones pusieron de manifiesto el entusiasmo que suscitó en Italia y muchos otros países europeos. En parte un estudio de historia intelectual, el estudio arrancaba de las interpretaciones de El Cortesano como expresión del sistema de valores e ideales del caballero de corte en la Italia del Renacimiento, aunque se cuidaba de entroncar la obra tanto con textos de la Antigüedad (de donde procedían las virtudes propuestas para moverse en sociedad), como con la literatura medieval del amor cortés, origen de la novedosa noción de cortesía que Elias consideraba central para la domesticación del noble guerrero. Más allá del contenido preciso del libro escrito por Castiglione, al historiador inglés le interesaba su difusión como manual práctico de comportamiento, como una guía de modales para presentarse y actuar de forma adecuada en la corte. Así lo indica el análisis de las transformaciones producidas en las ediciones posteriores no controladas por el autor, las traducciones o adaptaciones a otras lenguas, las imitaciones de otros autores y las formas de lectura activa detectadas en algunos casos. Para tratar este último punto, especialmente escurridizo, el historiador recogió información relativa a más de trescientos lectores, a través de inventarios de bibliotecas particulares de la época y rastreando individualmente los ejemplares conservados hasta la actualidad, en algunos casos subrayados y anotados por los lectores. De este modo, su trabajo se situaba de lleno en la historia del libro más reciente, al estilo de la que practicaban Robert Darnton y Roger Chartier. Sin renunciar a los métodos cuantitativos, de nuevo en forma de prosopografía, y manteniendo el interés por las mentalidades (pues las formas de lectura remitían a ciertos hábitos de pensamiento y supuestos implícitos) Burke se centraba en el análisis de la recepción y para ello se servía de nociones como «apropiación» (Paul Ricoeur), «discurso» (Michel Foucault) y «recontextualización» (Michel de Certeau), muy influyentes en los historiadores con los que dialogaba. Nuestro autor volvió a ponerlas a prueba en un estudio más general sobre la recepción del Renacimiento italiano en Europa, una obra publicada


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