Una Corona para Los Asesinos. Морган Райс

Una Corona para Los Asesinos - Морган Райс


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si la gente recordara qué se siente cuando no eres el que da las órdenes.

      —Tal vez —le dio la razón Sofía. Ahora estaba viendo que la gente los observaba y una mirada rápida a los pensamientos de aquellos que tenía alrededor le dio a entender que estaban esperando a que ella hablara. No lo tenía planeado, pero aun así, sabía que no podía decepcionarles.

      —Amigos míos —dijo, cogiendo una copa de zumo de manzana fresco—. Gracias a todos por venir a esta celebración. Es maravilloso ver a tanta gente a la que Sebastián y yo conocemos y amamos y a muchos otros que espero que tendremos la oportunidad de conocer en los días venideros. Este día no hubiera sido posible sin todos vosotros. Sin amigos y sin ayuda, seguramente nos hubieran matado a Sebastián y a mí hace muchas semanas. No nos tendríamos el uno al otro, ni tampoco a este reino. No tendríamos la posibilidad de mejorar las cosas. Para todos vosotros.

      Alzó la copa para brindar, cosa que los otros que estaban allí pronto secundaron. En un impulso, se dio la vuelta y besó a Sebastián. Eso provocó unos vítores que resonaron por los jardines y Sofía decidió que ellos no tendrían que marchar a escondidas como Catalina y Will; si anunciaban que se iban, seguramente la gente los llevaría de vuelta hasta sus aposentos. Tal vez deberían intentarlo. Tal vez…

      Notó los primeros espasmos en lo profundo de su ser, sus músculos se contraían con tanta fuerza que casi hacían que Sofía se doblara. Ella soltó un profundo gemido de dolor que la dejó con dificultades para respirar.

      —¿Sofía? —dijo Sebastián—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

      Sofía no podía contestar. Apenas podía mantenerse de pie cuando una nueva contracción de sus músculos le golpeó tan fuerte que ella gritó. A su alrededor, la multitud murmuraba, algunos parecían evidentemente preocupados cuando la música paró de golpe.

      —¿Es veneno?

      —¿Está enferma?

      —No seas estúpido, es evidente que…

      Sofía notó la humedad corriendo por sus piernas cuando rompió aguas. Después de tanto tiempo esperando, ahora parecía que todo iba a suceder demasiado rápido.

      —Creo… creo que viene el bebé —dijo ella.

      CAPÍTULO CINCO

      Endi, Duque de Ishjemme, escuchaba el rechinar de las grandes estatuas mientras sus hombres las arrastraban hasta la orilla. Odiaba el ruido, pero le encantaba lo que esto representaba. Libertad para Ishjemme. Libertad para su pueblo. El día de hoy sería un símbolo y una señal que la gente no olvidaría.

      —Hace años que deberíamos haber destrozado las estatuas de los Danse —le dijo a su hermano.

      Oli asintió.

      —Si tú lo dices, Endi.

      Endi percibió el tono de duda. Le dio golpecitos en el hombro a su hermano y notó que este se encogía—. ¿No estás de acuerdo, hermano? Venga, a mí me puedes decir la verdad. No soy ningún monstruo que solo quiere a la gente diciendo que sí.

      —Bueno… —empezó Oli.

      —En serio, Oli —dijo Endi—. No deberías tenerme miedo. Tú eres mi familia.

      —Solo es que estas estatuas son parte de nuestra historia —dijo Oli.

      Ahora Endi lo comprendía. Debería haber imaginado que su estudioso hermano odiaría destrozar cualquier cosa conectada con el pasado, pero era eso, pasado, y Endi se encargaba de procurar que se quedara así.

      —Controlaron nuestra patria durante demasiado tiempo —dijo Endi—. Mientras tengamos recordatorios de ellos colocados a lo largo de los fiordos junto a nuestros verdaderos héroes, esto será una afirmación de que pueden dar marcha atrás siempre que quieran gobernarnos. ¿Comprendes, Oli?

      Oli asintió.

      —Comprendo.

      —Bien —dijo Endi e hizo una señal a sus hombres para que empezaran su trabajo con hachas y martillos, haciendo añicos las estatuas, reduciéndolas a escombros que no servirían más que para construir con ellos. Disfrutaba al ver cómo destrozaban las imágenes de Lord Alfredo y Lady Cristina. Era un recordatorio de que Ishjemme ya no estaba en deuda con ellos o con sus hijos.

      —Las cosas cambiarán, Oli —dijo Endi— y cambiarán para mejor. Habrá casas para todos los que las necesiten, seguridad para el reino, un comercio mejor… ¿Cómo están las cosas con el proyecto de mi canal?

      Era un plan atrevido intentar conectar los fiordos de Ishjemme, dada la cantidad de montañas que había en el interior de la península, pero si salía bien, Ishjemme podría llegar a ser tan rico como cualquiera de los estados mercantiles. Esto también significaba que su hermano tenía algo útil que hacer, hacer un seguimiento de su proceso y asegurarse de que hubiera buenos mapas que usar.

      —Es difícil avanzar —dijo Oli—. Se necesitan muchos hombres para atravesar las montañas y construir esclusas para los barcos.

      —Y mucho tiempo —dijo Endi—, pero lo conseguiremos. Así debe ser.

      Demostraría al mundo lo que Ishjemme puede ser. Demostraría a su familia lo mucho que la tradición había sido un lastre para ellos. Con un proyecto como este a su nombre, seguramente todos sus hermanos y hermanas reconocerían que él siempre debería de haber sido el heredero de su padre.

      —Ya hemos tenido que desviar varias secciones —dijo Oli—. Por el camino hay varias granjas y la gente se muestra reacia a dejar sus casas.

      —¿Les has ofrecido dinero? —preguntó Endi.

      Oli asintió.

      —Tal y como tu dijiste y algunos se fueron, pero hay gente que ha vivido allí durante generaciones.

      —El progreso es necesario —dijo Endi, mientras el chasquido de los martillos continuaba—. Pero no te preocupes, pronto se resolverá el problema.

      Dieron una vuelta por allí, donde había más hombres trabajando en los barcos. Endi insistía en conocer todos los barcos que ahora llegaban al puerto. Había pasado el tiempo suficiente tratando con espías y asesinos para saber lo fácilmente que podían colarse. Observaba el progreso de los hombres mientras estos trabajaban para recolocar algunas de las embarcaciones que todavía estaban atoradas en el agua. Tenían que defender Ishjemme.

      —Endi, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo Oli.

      —Claro que puedes, hermano —dijo Endi—. Aunque el listo eres tú. Supongo que no existen muchas cosas que puedas preguntarme que no hayas leído en uno de tus libros.

      En realidad, Endi sospechaba que había un montón de cosas que él sabía y su hermano no, sobre todo acerca de los secretos que guardaba la gente o las cosas que hacía la gente para conspirar contra otros. Ese era su mundo.

      —Se trata de Rika —dijo Oli.

      —Ah —respondió Endi, ladeando la cabeza.

      —¿Cuándo la dejarás salir de sus aposentos, Endi? —preguntó Oli—. Lleva semanas allí encerrada.

      Endi asintió con tristeza. Su hermana pequeña estaba demostrando ser inesperadamente intransigente.

      —¿Y qué quieres que haga? No puedo dejarla ir mientras esté así de rebelde. Lo mejor que puedo hacer es procurar que esté cómoda con la mejor comida y con su arpa. Si la gente ve su discrepancia a cada paso, esto nos hace parecer débiles, Oli.

      —Aun así —dijo Oli—, ¿no ha sido suficiente?

      —No es lo mismo que mandarla sin cenar a la cama porque ha robado una de las muñecas de Frig —dijo Endi, sonriendo al pensar en Frig jugando con muñecas en lugar de espadas—. No puedo dejarla salir hasta que haya demostrado que se puede confiar en ella. Hasta que me jure lealtad, se queda allí.


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