El Carisma de Schoenstatt. P. Rafael Fernández de A.

El Carisma de Schoenstatt - P. Rafael Fernández de A.


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con la vida de la fe en medio de las realidades temporales que debe enfrentar hoy día.

      De parte de la Iglesia, más allá del Concilio Vaticano II, una declaración clara en relación con este desafío es la hecha por el papa Benedicto XVI en su primera Encíclica Deus Caritas est:

      Hemos creído en el amor de Dios; así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. (n. 2)

      Las preguntas son cómo vivir esa fe y cómo transmitirla.

      Podemos atribuir la dificultad al influjo de la cultura que existe por doquier y a las carencias o debilidades que manifiesta la Iglesia, especialmente en relación con el clero. Podemos dar estas y otras explicaciones; sin embargo, abordar positivamente estos desafíos, sin duda no es fácil.

      Es en este contexto donde aparece con mayor nitidez el aporte del fundador de Schoenstatt.

      El carisma del P. Kentenich precisamente se centra en una espiritualidad y pedagogía de la fe que unen lo natural y lo sobrenatural, superando así el divorcio entre fe y cultura.

      2.7. Signos de esperanza

      Hemos señalado, al explicar los factores que inciden en la cultura actual, las aristas débiles que esta muestra y, de modo semejante, tocamos las falencias que mostramos como cristianos en nuestra vida de fe.

      Destacamos esto porque de esta forma se podía visualizar mejor la novedad de lo que propone el P. Kentenich. Sin embargo, ello no nos impide ver los extraordinarios progresos que ha habido en el mundo de la ciencia, de la técnica y de la justicia social.

      Sin duda, en muchos aspectos hay formidables y valiosos progresos tendientes a construir un mundo más humano y más fraterno.

      Por otra parte, respecto a la misma Iglesia, señalamos cómo, ya a comienzos del siglo XX, empieza a generarse una nueva forma de vivir la fe, esta vez sin abandonar el mundo sino tratando de vivir una santidad en medio de las realidades temporales.

      El P. Kentenich fue un pionero en relación a este cambio. Ciertamente él no está solo. Son muchas las comunidades laicales y religiosas que han asumido ese desafío. Tal como sucedió con san Francisco de Asís o san Ignacio de Loyola: en su tiempo surgieron otras iniciativas que iban en la misma dirección de lo que estos fundadores proponían.

      La tarea apostólica que asumimos como Movimiento de Schoenstatt es extraordinariamente importante. Schoenstatt, como un Movimiento “en salida”, tendría que jugarse en todos los campos señalados, contando con apóstoles compenetrados con el carisma kentenijiano, juntando sus fuerzas con otros que también quieren ser fermento de un nuevo orden cristiano de la sociedad.

      Debe ser un grupo de cristianos que creen en el Dios que nos creó y redimió; que imprimió su sello en todo lo creado dándole sentido; que más allá de crear el mundo está presente ahora en él. Un Dios que nos hizo libres y que nos llama a realizar con él su plan creador y redentor, dando forma así a su reinado en el mundo.

      El Espíritu Santo ha soplado fuertemente en la Iglesia, especialmente a través de los Movimientos eclesiales y de lo que cada uno de ellos aporta a la renovación de la Iglesia y de la sociedad según su propio carisma, complementando así el aporte de todos aquellos que buscan también la renovación profunda de nuestra Iglesia.

      Nos adentraremos ahora más profundamente en la propuesta del P. Kentenich, la cual posee un acentuado sello mariano y patrocéntrico, que expresa y posibilita el cultivo de una auténtica armonía entre lo natural y lo sobrenatural. Abordaremos en primer lugar la propuesta mariana de nuestro padre fundador.

      III. UN CARISMA

      MARCADAMENTE MARIANO

      Al iniciar estas reflexiones, nos hicimos la pregunta respecto a la afirmación del fundador de Schoenstatt, en 1929: A la sombra del santuario se van a codecidir por siglos los destinos de la Iglesia y del mundo.

      Tras lo expuesto anteriormente, esta afirmación puede ser mejor comprendida.

      El fundador de Schoenstatt no profetizaba, en su tiempo, una utopía, sino que había visualizado una problemática de fondo, marcada por un estilo de espiritualidad que justamente dificultaba la unión armónica de naturaleza y gracia.

      La cultura que se generó a partir del Renacimiento profundizó aún más esta separación.

      Teniendo presente este trasfondo abordaremos ahora, más de cerca, el carisma de nuestro padre fundador.

      Lo que él enseñó y vivió respecto a María constituye un elemento esencial de su carisma. Su visión de María está íntimamente relacionada con la armonía entre naturaleza y gracia, tanto en la espiritualidad como en la pedagogía de la fe.

      El fundador de Schoenstatt nos entrega una nueva visión de María, una nueva forma de relacionarnos con ella y una nueva manera de realizar el apostolado con la impronta mariana.

      Su visión y su propia experiencia mariana constituyen elementos esenciales de su propuesta.

      Schoenstatt es conocido en la Iglesia, en primer lugar, como un Movimiento mariano y en verdad lo es. Sin embargo, en el pueblo cristiano, existe una gran variedad respecto a la imagen de María, a la devoción que se le profesa y a las formas del apostolado mariano que se ejerce.

      Desde los primeros siglos de la era cristiana, surge en la Iglesia la veneración a la Virgen María. Recuérdese, por ejemplo, a san Efrén, padre de la Iglesia, y a la proclamación del dogma de la Virgen María como “Madre de Dios.3

      Durante la Edad Media, se constata un florecimiento de la piedad mariana cuyo máximo representante es san Bernardo de Claraval (1090-1153), quien postula que María, el camino a través del cual nos llegó la gracia del Redentor, debe ser también el camino que nos lleve a Cristo Jesús.

      En la Iglesia surgieron innumerables comunidades marcadas con el sello mariano.

      Lutero y la presencia del protestantismo redujeron la imagen y la devoción de María a un minimalismo que se limitaba a mostrarla como Madre de Jesús en el plano biológico. La influencia protestante se hizo notar especialmente en los pueblos anglosajones. En cambio, en el mundo latino, ha continuado hasta nuestros días una viva devoción mariana y presencia de María.

      En la primera mitad del siglo XX, se profundiza en la Iglesia la imagen bíblica de María y muchos teólogos destacan su rol no solo como Madre, sino también como Medianera de gracias y ejemplo vivo del seguimiento de Cristo, como segunda Eva, junto al Redentor, el segundo Adán.

      Cabe destacar el notable aporte del libro de san Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, que, sin duda, ejerció una gran influencia en los amantes de María 4. Tras haberse extraviado, el manuscrito de este libro, fue descubierto después de 130 años y, posteriormente, reconocida su autenticidad y pureza doctrinal por el papa Pío IX, en un decreto del 12 de mayo de 1853, un año antes de ser promulgado el dogma de la Inmaculada Concepción.5

      Las apariciones de la Virgen en Lourdes (1858) y luego en Fátima (1917) reavivaron la devoción mariana en el pueblo creyente.

      A esto se suma el aumento de la devoción mariana por la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción de María (1854) y luego del dogma de la Asunción de María a los cielos (1950).

      El Concilio Vaticano II es el primer Concilio que nos brinda, en la Constitución Apostólica sobre la Iglesia, una visión completa de la enseñanza de la Iglesia sobre María.

      Sin embargo, tras el Concilio, especialmente en grupos influidos por la teología de la liberación o bien preocupados por despertar en la Iglesia la importancia de promover la justicia social, se tendió a ver la devoción mariana como una especie de alienación. Se pensaba que la devoción a María representaba


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