Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke


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en la medida que muestra a sus participantes como libres e iguales y que a este orden no lo marca ninguna estructura de intereses ni de dominación. Además, sus protagonistas son fundamentalmente de clase media: empleados, profesionales, profesores, vendedores, policías, ascensoristas, y que no aparecen en el mundo del trabajo. Goffman describe eventos que transcurren en la calle, en restaurantes, en horas libres, etc. Los individuos no aparecen como homo faber ni como zoon politikon. Con eso, resulta un mundo artificial que no toma en cuenta las radicales asimetrías existentes entre los participantes, las cuales involucran que ellos tengan recursos de poder diferenciales para definir la situación. Brunner lo ilustra con el caso de Molloy, de la obra de Becket, descansando en muletas e interpelado por un policía por su “mala postura” sin que pueda defenderse e impedir ser llevado a la comisaría. No hay una efectiva negociación de la situación. Algo semejante es lo que podría decirse de la interacción laboral cotidiana entre un empleado y los gerentes de su empresa, o entre una secretaria y su jefe.

      De tal modo, Goffman contribuye a otorgarle objetividad, junto con verdad y carácter moral, a un orden en que se oculta la subordinación al poder y la desigualdad (Brunner, 1977f: 99). En la interpretación de Brunner, la visión goffmaniana del orden cotidiano es: “Hay que hacer lo debido porque es bueno hacerlo, y es bueno porque es lo que hay que hacer” (Brunner, 1977f: 35). Plena circularidad del argumento moralista o normativista de Goffman.

      Las obras fundamentales de Goffman son de los años 1960 y 1970. El análisis crítico que hace Brunner es contemporáneo a su producción y representa un tipo de cuestionamiento, conectado con enfoques europeos, que en ese momento no se está haciendo. Representa, además, un tipo de crítica que análogamente puede extenderse a otras obras con raíces en la fenomenología que en esta época adquieren gran difusión, como las de Schutz, Garfinkel, Cicourel, Berger y Luckmann. Los trabajos de Brunner podrían haber tenido acogida internacional si es que hubiera procurado posicionarlos en las revistas de países centrales. Brunner, no obstante, no estaba interesado en ello, como no lo estaban en general sus colegas de Flacso, ni los cientistas sociales chilenos en esos años. Lograr publicar en los países centrales no era ni buscado ni mayormente valorado. No tenía repercusiones en el campo científico local, ni era fuente de motivación o crédito para los investigadores.

      El orden social del cotidiano es introducido, según Brunner, por las disciplinas. Ellas lo organizan y le dan su contenido de regulaciones. Se trata de formas de poder que no operan ni por medio de la violencia ni a través de las ideologías, sino por medio de una variedad de técnicas que actúan en el detalle de gestos, miradas, posturas, expresiones y movimientos, en el despliegue de las fuerzas del cuerpo. Sobre estos micropoderes, sobre este mundo de las disciplinas “se asienta toda la estructura de las dominaciones y explotaciones” (Brunner, 1977f: 54).

      En la parte final de este texto, El orden del cotidiano, de 103 páginas, Brunner analiza el orden de lo que llama sociedad disciplinaria, es decir, de una sociedad que funda el orden directamente en las disciplinas, sin una mediación de consenso. Aunque habla en general, el referente permanente de Brunner es la sociedad chilena, y respecto a ella ejemplifica y hace alusiones.

      Las disciplinas se convierten en prolongación del Estado y sus aparatos (Brunner, 1977f: 84). El Estado autoritario reorganiza la esfera pública de la sociedad, reduciéndola a un mero ámbito de orden público. Así, la esfera pública deja de ser espacio de acción común, de búsqueda de consenso y es, en cambio, objeto de relaciones disciplinarias donde no se acepta el conflicto. La política se vacía de contenidos comunicacionales y se asume como técnica, materia de expertos. Es lo que ocurre, por ejemplo, respecto a la pobreza (Brunner, 1977f: 90-94). Las mediaciones culturales se hacen superfluas. Expresión de los efectos que esto provoca es el llamado “apagón cultural” ampliamente comentado en la prensa de esos años.

      Esta concepción de Brunner sobre un orden fundado exclusivamente en los micropoderes disciplinarios es su interpretación de un régimen que en sus primeros años se ha basado en la represión y en el control administrativo. Gradualmente, sin embargo, la dictadura irá diversificando su forma de acción y sus intelectuales orgánicos la irán proveyendo de nuevos mecanismos y procedimientos que también impactarán en la cultura y apelarán al consentimiento. En sus obras de dos o tres años después Brunner considerará otros elementos del régimen que expresan esfuerzos por el logro de hegemonía cultural y no solo el disciplinamiento.

      En este texto, además, la noción misma de disciplina, pese a que es reiterada, queda en una cierta nebulosa en cuanto al contenido y operatoria precisa de los mecanismos disciplinarios en el caso chileno. Uno debe remitirse a los textos de Foucault para obtener mayor especificidad empírica. En sus estudios sobre la cultura autoritaria en Chile, Brunner especificará mecanismos de disciplinamiento. En sus trabajos sobre el período posterior a la dictadura, sin embargo, prácticamente desaparecerán las referencias al disciplinamiento

      Brunner conecta la noción de hegemonía con la operación de las prácticas disciplinarias, pese a que, como reconoce, “en rigor, las disciplinas no internalizan nada, no apelan a la conciencia de los individuos, no forman parte de su ‘educación moral’. Operan directamente sobre los cuerpos a los que introducen en un aparato de producción y a los que sujetan a relaciones de poder” (Brunner, 1977f: 54). Hay en esto una incongruencia entre la forma de operación de la hegemonía y la de las disciplinas. En este momento, Brunner está sumando, abstractamente, a Foucault y Gramsci. El momento para afinar las conexiones y resolver los desacoples o desajustes será cuando realice trabajos sistemáticos de investigación empírica.

      Tal como en un texto anterior (1980k) Brunner había puesto especial atención en discutir el concepto de ideología, en “Conciencia de clase: I Problemas de la ontología marxista” (1980n), hace algo análogo con el de conciencia de clase. Uno tras otro va abordando, discutiendo y clarificando elementos conceptual teóricos que son parte de la organización de la cultura, que es su objeto general de estudio y sobre la cual ha estado armando su discurso sociológico. En este texto analiza la conciencia de clase desde la perspectiva de la ontología marxista, basándose en Marx, Lukács, Lenin y Mészáros, principalmente. Es un análisis crítico, que muestra las insuficiencias teóricas de tal enfoque y que Brunner –según declara– se proponía complementar, en futuros trabajos, con la perspectiva de Gramsci.

      El punto de partida es que “para el marxismo no hay probablemente otra cuestión que dé lugar a tanta confusión y polémicas como lo es la cuestión de la conciencia de clase” (Brunner, 1980n: 1). En el marxismo inicial, hay una oscilación entre asumir clase y conciencia, con carácter ontológico y definidas abstractamente en cuanto realidades transhistóricas, y entenderlas con una existencia empírica, histórica. Con frecuencia, en estos primeros análisis, la lucha de clases parece ocurrir entre esas clases “puras, abstractas”, lógicas, pero ontologizadas. Se requería, así, una reconexión con la clase y conciencia empíricas.

      El problema es precisado por Lukács, quien aporta una línea de solución con grandes repercusiones prácticas. El ser de la clase (obrera), determinada por su posición en la relación de producción, con su subordinación al capital, conlleva una conciencia de clase verdadera, consciente de su situación y de la necesidad de su liberación. Tal conciencia, sin embargo, es atribuida o imputada; es una posibilidad objetiva. Es una conciencia que percibe los objetivos finales, de largo plazo, que da cuenta de la totalidad social. La conciencia empírica o psicológica, por su parte, está sometida a determinantes históricos y se orienta a intereses momentáneos. Es el tipo de conciencia que conduce habitualmente a una orientación sindicalista, de reivindicaciones puntuales. Lukács es quien precisa el papel interconector del partido y sustenta, de tal modo, los planteamientos de Lenin. El partido es el medio que conecta la lectura del momento histórico y, por ende, la conciencia psicológica o empírica de clase con la visión del conjunto de la sociedad y con el tiempo largo; es decir, conecta con la ontología social, con la clase “objetiva” y con esa conciencia “verdadera” o atribuida. El partido es la entidad social que puede transportar e importar tal conciencia al proletariado.

      El partido, a través de la teoría marxista, logra


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