Gente en las sombras. Jaime Collyer Canales
era más fácil entrar en esos entramados insurgentes que abandonarlos.
–Criminales y sádicos por vocación, es un poco fuerte, ¿no? –acotó Ruy Díaz–. ¿Es lo que piensa del coronel?
–Es lo que me gustaría averiguar en la entrevista esa –dijo él administrando ahora las palabras–. No tengo hasta aquí un juicio definitivo respecto a él, ni lo conozco personalmente… De los servicios de contrainsurgencia, en un sentido amplio, no tengo buena opinión, ciertamente.
–Sí, bueno, es un tema complejo –coincidió Ruy Díaz y extrajo una pitillera, ofreciéndole uno de sus cigarrillos, con una borla dorada en torno al filtro–. Convengamos en que era gente un poco zafia, la que se dedicaba a esos menesteres –le dio fuego a Larrondo con su encendedor también dorado, en consonancia con la pitillera–. Gente muy básica, Larrondo. El propio Efraín es un hombre muy simple, no se olvide de eso. Un hombre sencillo, ¡algo simplón, incluso! No hay que exigirle demasiado a un hombre así. Pídale que le hable de su experiencia en la Escuela Militar, eso le encanta. O con los caballos, ya sabrá usted que fue un gran equitador en su juventud… Usted y yo pertenecemos a otro nicho –agregó con la actitud indolente del basset hound adherida a su rostro–. Crecimos en la ciudad, fuimos a la universidad. Somos gente más refinada, para decirlo sin rodeos.
Larrondo evaluó en su interior su propio refinamiento, no muy seguro de que fuera equiparable al de su interlocutor, sintiéndose igual halagado, encaramado de pronto a la misma tarima que él, en esa especie de autotraición automática que la gente como Ruy Díaz suscitaba en su entorno.
–Gente refinada, como su padre –matizó el propio interlocutor al advertir que había presionado una cuerda sensible–. Efraín es más frontal, ¡y más sano, a su modo! No creo, de hecho, que haya torturado personalmente a nadie, no iba a estar haciendo él esas cosas en persona. Eso requería de individuos aún más básicos, esa gente que abunda en cualquier institución, ¡las manzanas podridas! Gente sometida por la disciplina o por su propia falta de perspectiva, el mismo resentimiento que movilizaba a algunos de esos «revolucionarios» que debían cazar día y noche. Así podían desquitarse de su condición de suboficiales o las humillaciones que ellos mismos vivían en los cuarteles, de la paga insuficiente, los ascensos restringidos por el color de la piel o el apellido mapuche... Es la lucha de clases en estado puro, amigo mío, qué le voy a decir yo. La famosa lucha de clases, que a fin de cuentas ocurre siempre entre los de abajo…
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