La fiesta del Espíritu. Darío López

La fiesta del Espíritu - Darío López


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oración pentecostal no es un extenso monólogo desabrido ni una forma de meditación trascendental orientada a desinfectar la conciencia religiosa del individuo o de una comunidad. Tampoco una forma de secuestro ideológico que los aliena de su realidad histórica de violencia, miseria, opresión y exclusión. No es así. La oración pentecostal es un diálogo con Dios, un encuentro íntimo con el Padre Celestial, una expresión de amistad con el dueño de la vida. Es una disciplina espiritual clave para el crecimiento en la fe y para el peregrinaje en el mundo, cuya práctica tiene que ser fresca, espontánea y cotidiana. En tal sentido, no se trata de un ejercicio espiritual privatizado, una práctica religiosa desconectada del contexto histórico, una expresión de resignación, un mecanismo de evasión de la realidad, un instrumento de desmovilización social y política, o un sedante colectivo que los desconecta del marco temporal concreto en el que están situados como seres humanos de carne y hueso.

      La oración Pentecostal no ignora ni evade los distintos problemas cotidianos. Más bien, confiando en el poder liberador del Dios de la vida, la oración traduce una absoluta confianza en su constante guía, protección y sustento. Así, antes que un mero ejercicio espiritual o una actividad religiosa ingenua y despistada, la oración es un acto espiritual inteligente en el cual se refleja su fe insobornable en Dios como Dios de la vida, Señor de la historia y Sustentador del Universo. Así, cuando un creyente pentecostal ora en su casa o en el templo, cuenta su historia, narra su experiencia, expresa sus anhelos y su esperanza, y articula teológicamente su comprensión de Dios como el Dios de la vida que le acompaña continuamente en su peregrinaje y que le empodera para hacer frente a las violencias de cada día.

      2. El canto

      El canto alegre y festivo, espontáneo y expresivo, constituye uno de los ingredientes infaltables en el culto pentecostal. La fiesta del Espíritu no estaría completa si en ella el canto estuviera ausente o almacenado en la memoria como un simple dato del pasado. Una nota característica del pueblo pentecostal, conformado mayoritariamente por familias pobres y por los llamados sobrantes de la sociedad, es precisamente el ambiente de fiesta de sus reuniones colectivas. Allí todos son actores y protagonistas activos. Varones y mujeres de todas las edades, cantan con gozo desbordante y profunda gratitud, dándole al culto comunitario el sabor inconfundible de una fiesta animada y controlada en todo momento por el Espíritu.

      ¿Por qué los pobres y los sectores sociales considerados como desechables cantan con gozo y gratitud a pesar de las condiciones infrahumanas en la que viven? ¿Por qué el dolor y el sufrimiento no han logrado abatirlos ni derrotarlos? ¿Cuál es la fuente de donde brota la fuerza de su canto alegre y festivo? Para los miembros de las iglesias pentecostales, el canto es un vehículo de liberación cuya fuente inagotable es la presencia vivificadora del Espíritu Santo. A los pobres y a los excluidos les pueden robar todas las posesiones materiales y condenarlos al ostracismo social y al estercolero de la historia; pero su canto alegre y festivo, no puede ser ni arrebatado ni secuestrado por los poderosos de este mundo, porque el poder liberador del evangelio y su efecto transformador, no está limitado por las condiciones materiales adversas en la que se encuentran los creyentes.

      El canto de los pobres y de los excluidos no tiene fronteras ni depende de las circunstancias, puesto que se trata de un canto de liberación que no está atado a ningún factor humano que limita o que castra su poder transformador. Es un canto que nunca está encadenado ni preso. Esto es así porque la fuente inagotable de la que brota ese canto, no se encuentra en ninguna realidad ni poder humano. La fuente inagotable de la que discurre un canto fresco y festivo es la presencia del Espíritu Santo, que transforma incluso la adversidad y las sombras de muerte, en un canal de liberación. El canto se constituye así en una forma de protesta individual y colectiva frente a los señores terrenales y en una forma concreta de poner en tela de juicio el poder de los señores terrenales.

      El canto de la comunidad pentecostal es un canto de liberación, porque al proclamar públicamente el señorío universal de Jesucristo, cuestiona el poder de los señores temporales así como la pretensión que ellos tienen de poseer la última palabra en la historia de los pueblos. Cuando los pentecostales cantan al Dios de la vida, están proclamando que únicamente Él es el Rey de reyes y Señor de señores. Esto es así porque su canto expresa la libertad que tienen en el Señor que los ha liberado de todas las opresiones, y da cuenta de la fe inquebrantable e inconmovible que tienen en el Dios de la vida.

      Nadie ha podido arrebatar —ni puede hacerlo— la alegría de su canto y el ambiente de fiesta en el cual se expresa este discurso teológico no formal que da cuenta de la cotidianidad de su compromiso con Jesús de Nazaret encarnado, crucificado y resucitado. Y en ese canto se refleja su situación presente, que la asumen con realismo antes que con una simple resignación desmovilizadora, sus expectativas sociales y sus anhelos políticos temporales, así como su esperanza en un cielo y en una tierra nueva en la que more la justicia (2P 3.13) y en la cual ya no habrá muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor (Ap 21.4).

      3. El testimonio

      Los pentecostales, de su examen de la Sagrada Escritura, derivan tres principios que delinean y modelan su testimonio.

      En primer lugar, entienden que para dar testimonio de su fe, la voluntad y la capacidad humanas son insuficientes. Desde su perspectiva, para el testimonio cristiano, la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente es un requisito irremplazable. Únicamente una iglesia llena del Espíritu está capacitada para no dejar de decir lo que ha visto y oído. Así entienden el tema del poder para el testimonio.

      En segundo lugar, la obediencia absoluta al Señor en toda circunstancia histórica, una convicción que implica que la lealtad al Señor está definida, pues de esa manera se puede hacer frente a las distintas formas de presión que ejercen los señores terrenales.

      En tercer lugar, la urgencia del mensaje que se tiene que compartir con el prójimo, pues como la primera comunidad de discípulos, tampoco ellos pueden dejar de decir lo que han visto y oído (Hch 4.20). Para ellos, la tarea de dar testimonio no es una tarea exclusiva de los pastores o de los líderes, sino una tarea colectiva que debe estar fundamentada en lo que han visto y oído. O, como se confiesa en el viejo canto pentecostal:

      Sólo el poder de Dios puede cambiar tu ser,

      la prueba yo te doy. Él me ha cambiado a mí.

      No ves que soy feliz, siguiendo al Señor,

      nueva criatura soy, nueva soy.

      Consecuentemente, cuando un pentecostal da testimonio de su fe, no está narrando una historia extraña para él o contando una experiencia ajena, sino que da cuenta de su relación continua con Dios y expresa lo que actualmente está pasando en su peregrinaje espiritual, porque tiene una historia fresca que narrar o un testimonio que contar. Esto es así porque para él, Dios no es un simple dato del pasado o una simple formulación doctrinal, sino un Dios cercano que lo acompaña en todas las circunstancias y que está a su lado en todo tiempo. Dios no es un extraño, un desconocido, un ausente, alguien distante y despreocupado de la situación en la que él vive. En tal sentido, el testimonio pentecostal narra una historia de vida en la cual el personaje central es el Dios de la vida, Dios que peregrina junto con su pueblo en cada recodo del camino.

      4. La predicación

      La predicación apasionada o «caliente» es una de las notas distintivas de esa forma especial de ser evangélico que es la fe pentecostal. Un pentecostal expone la palabra de Dios ilustrando su mensaje con las experiencias cotidianas de seres humanos de carne y hueso cuyas vidas han sido transformadas por el poder de Dios. La predicación en estas iglesias no es un discurso meticulosamente documentado cuya coherencia lógica apunta sólo a la mente de los individuos.

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