Tormenta de guerra. Victoria Aveyard
a la ventana opuesta, donde sigue con un dedo las volutas del cristal de diamante—. Ese muchacho no alberga otra cosa que mordacidad y vacío. Es un desalmado, mató a su padre y trató de hacer lo mismo con su hermano exiliado. Sea lo que haya hecho su diabólica madre, condenó al rey de Norta a una vida de tormento. Yo no te condenaré a eso; no permitiré que desperdicies tu vida a su lado. Tarde o temprano su corte lo devorará, o él a ella.
Aunque comparto este temor, resulta inútil lamentar decisiones que ya se tomaron, puertas que ya fueron abiertas, caminos emprendidos con antelación.
—¡Si me lo hubieras dicho antes —me burlo—, podría haber dejado que él muriera cuando los Rojos atacaron durante nuestra boda, y mi padre viviría aún!
—Sí —estudia la ventana como si fuera un fino lienzo para no tener que mirar a sus hijas.
—Y si Maven hubiera muerto… —bajo la voz a fin de parecer tan fuerte como ella y Tiora, una reina de nacimiento. Me acerco y poso mis manos en sus estrechos hombros; siempre ha sido más delgada que yo— nosotras libraríamos una guerra en dos frentes: contra el nuevo monarca de Norta y contra la rebelión Roja que bulle en apariencia por todas partes. —En mi propia nación, me lamento; esa rebelión empezó en nuestro suelo, frente a nuestras propias narices: fuimos nosotros quienes permitimos que esa podredumbre se esparciera.
Mi madre bate sus oscuras pestañas sobre las mejillas morenas y cubre mi mano con la suya.
—Sin embargo, yo tendría conmigo a tu hermana y a ti, estaríamos juntas otra vez.
—¿Por cuánto tiempo? —pregunta Tiora, quien, más alta que nosotras, nos contempla con presunción y hace crujir su seda negra y azul cuando cruza los brazos; semeja una estatuilla en el pequeño templo, lo que la eleva al nivel de los dioses—. ¿Quién puede asegurarnos que ese camino no conducirá a más muertes —inquiere—, a que nuestros cadáveres acaben en el fondo de la bahía? ¿Piensas, madre, que la Guardia Escarlata nos dejará vivas en caso de que derroquen nuestro reino? Yo no lo creo.
—Yo tampoco —oprimo la frente contra el hombro de la monarca—. ¿Tú qué opinas, mamá?
Su cuerpo se pone rígido bajo mi tacto, contrae los músculos.
—Puede hacerse —afirma—, ese nudo es posible de desenmarañar. Podrías quedarte con nosotras, pero la decisión es tuya, monamora.
Mi amor.
Si pudiese pedirle una cosa a mi madre, sería que decidiera por mí, que hiciera lo que ha hecho miles de veces en mi nombre. Ponte esto, come aquello, di lo que te recomiendo. Su sabiduría me molestaba entonces, que ella o mi padre asumieran mi responsabilidad, pero ahora querría esquivarla, poner mi destino en manos de los que confío. ¡Si fuera una niña aún, y todo esto apenas un mal sueño!
Busco a mi hermana por encima del hombro. Me frunce el ceño, abatida, y no ofrece ninguna escapatoria.
—Me quedaría si pudiera —se me quiebra la voz pese a que intento sonar como una reina—, tú lo sabes, como en el fondo también sabes que lo que me pides es imposible, una traición a tu corona. ¿Recuerdas lo que nos decías de pequeñas?
Tiora responde y mi madre hace una mueca:
—Primero el deber, siempre el honor.
Este recuerdo me reconforta. Aunque lo que me espera no es nada fácil, debo hacerlo; tengo ese propósito, al menos.
—Mi deber es resguardar la comarca de los Lagos tan bien como vosotras —les digo—. Quizá mi matrimonio con Maven no garantiza que ganemos la guerra, pero nos brinda una oportunidad; erige una barrera entre nosotras y los lobos que están al acecho. Por lo que se refiere a mi honor… no lo recuperaré hasta que mi padre sea vengado.
—¡Así sea! —gruñe Tiora.
—¡Así sea! —musita mi madre con un hilo de voz.
Miro a sus espaldas el rostro del dios risueño. Saco fuerzas de su sonrisa, de su seguridad. Me sosiega.
—Aunque Maven y su reino son un escudo, también son una espada. Tenemos que usarla, pese a que él represente un peligro para nosotras.
Mi madre sofoca una risita.
—En especial para ti.
—Así es.
—¡Jamás debí aceptarlo! —sisea—. Fue idea de tu padre.
—Lo sé, y fue una buena idea, yo no lo culpo. —Yo no lo culpo. ¿Cuántas noches de insomnio pasé sola en el Palacio del Fuego Blanco mientras me decía que no le guardaba rencor? ¿Que no me contrariaba que me hubiese vendido como una mascota o un solar? Era una mentira entonces y lo es ahora, si bien mi enojo a causa de estas cosas murió con mi progenitor.
—Cuando todo esto termine… —dice mi madre.
—Si ganamos… —la interrumpe Tiora.
—Cuando ganemos —mamá da media vuelta y sus ojos reflejan un destello de luz; en el centro del santuario la fuente ondulante retarda su fluir y el agua enlentece su incansable caída—. Tan pronto como tu padre nade en la sangre de sus asesinos; tan pronto como la Guardia Escarlata sea exterminada al igual que tantas otras ratas opulentas —el agua se detiene, suspendida por el ardor de sus palabras— no tendrá sentido que permanezcas en Norta, y menos todavía que un rey inepto e inestable conserve la corona de Arcón, máxime uno tan imprudente con la sangre de su pueblo y el nuestro.
—¡Así sea! —murmuramos al unísono Tiora y yo.
Mi madre gira hacia la fuente inmóvil y le da al líquido la forma que le place, lo hace arquearse en el aire como una compleja figura de cristal. La luz juega con el agua, que se astilla en prismas de todos los colores. La soberana ni siquiera parpadea, como si el sol no la deslumbrara.
—La comarca de los Lagos arrasará esos países ateos. Conquistará Norta y la Fisura. Estas naciones se muerden ya unas a otras, sacrifican a los suyos a causa de mezquinas rivalidades. No pasará mucho tiempo antes de que su fuerza se agote. Nada escapará a la furia del linaje de Cygnet.
Siempre he estado orgullosa de mi madre, desde que era una niña. Es una gran mujer, el deber y el honor personificados, visionaria e implacable, una guía para el reino y sus hijas. Ahora me doy cuenta de que yo desconocía la mitad de esto, la resolución que oculta bajo su aspecto apacible, tan fuerte como una tempestad. ¡Y qué gran tormenta será ésta!
—¡Que se ahoguen! —recito nuestra antigua maldición de castigo divino contra traidores y enemigos de toda laya.
—¿Y qué hay de los Rojos, aquéllos con habilidades y que se han refugiado en el país montañoso? Sus espías merodean por todo el reino. —Tiora arruga la frente, lo que abre un desfiladero en su piel. Aunque yo querría allanar sus innúmeros temores, tiene razón: hay que acabar con personas como Mare Barrow. Ellas también forman parte de esto y son nuestras rivales.
—Usemos a Maven contra ellos —le digo—. Está obsesionado con los nuevasangre, en particular con la Niña Relámpago. Los perseguirá hasta el fin del mundo si es necesario, y empeñará toda su fuerza en ello.
Mi madre asiente con siniestra aprobación.
—¿Y las Tierras Bajas?
—Hice lo que me dijiste —me enderezo con orgullo— y sembré esa semilla. Maven necesita a Bracken tanto como nosotras, así que intentará rescatar a sus hijos. Si podemos ganar al príncipe para nuestra causa, emplear sus ejércitos en lugar de los nuestros…
Mi hermana remata por mí:
—La comarca de los Lagos será preservada, reuniremos nuestras fuerzas y las tendremos en espera, e incluso podríamos lanzar a Bracken contra Maven.
—Sí —digo—. Con algo de suerte, todos se matarán entre sí antes de que nosotras mostremos nuestras verdaderas intenciones.