Tormenta de guerra. Victoria Aveyard
de la Guardia Escarlata. Incluso dormida, envuelve entre sus brazos a Clara, a la que mece al ritmo del avión para que esté tranquila. El coronel se quedó en la base, probablemente eufórico; en ausencia de Farley, es ahí el miembro de más alto rango de la Guardia. Podrá jugar a la comandancia cuanto quiera mientras su hija transmite datos a la organización.
En la superficie, el verdor de las Tierras Bajas, trenzado con ríos pantanosos y onduladas colinas, da paso sin cesar a los terrenos aluviales del Río Grande. Los territorios en disputa se extienden a ambas orillas, con fronteras extrañas y siempre variables. Sé poco de ellos salvo lo obvio: la comarca de los Lagos, las Tierras Bajas, la Pradera y hasta Tiraxes, más al sur, contienden por ese trecho de ciénaga, pantanos, colinas y árboles, sobre todo para controlar el río. Así lo espero. Los Plateados combaten por nada la mayoría de las veces, derraman sangre roja a cambio de poco menos que polvo. Dominan esta zona también, aunque sin la misma severidad que ejercen en Norta y los Lagos.
Continuamos en dirección al oeste sobre las aplanadas pasturas y gentiles colinas de la Pradera. Una parte de ésta es terreno agrícola. El trigo emerge en olas doradas, entreverado con interminables hileras de maíz. El resto da la impresión de ser paisaje descubierto, salpicado por un ocasional bosque o lago. Que yo sepa, la Pradera no tiene reyes, reinas ni príncipes; sus señores gobiernan por derecho de autoridad, no de sangre. Cuando un padre dimite, el hijo no siempre toma su lugar. Éste es otro país que no creí ver jamás, pero ahora lo contemplo desde las alturas.
El extraño sentimiento que se desprende de la singular división entre lo que yo era antes y lo que soy ahora no se extingue. Fui una chica de Los Pilotes, el conocido pantanal, atrapada en un espacio estrecho hasta el fatal destino del alistamiento. Mi futuro se reducía entonces a un gran vacío, pero ¿era más fácil que esto? Me siento muy lejos de esa vida, a un millón de kilómetros y un millar de años.
Julian no viaja en nuestra nave, o de lo contrario estaría tentada a preguntarle sobre los países por los que pasamos; vuela en otro avión, el jet de Laris con franjas amarillas, junto al resto de los representantes de las Casas de Calore y Samos y sus agentes, por no hablar de su equipaje. Todo indica que un aspirante a rey y una princesa requieren una inmensa cantidad de ropa. Nos siguen, visibles desde las ventanas de la izquierda, con alas metálicas que resplandecen bajo la luz del sol.
La electricona Ella me contó que es originaria del territorio de la Pradera que está antes de Montfort, las Colinas de Arena, un país de saqueadores: más términos que no entiendo. No está aquí para explicármelos, permanece con Rafe en la base de las Tierras Bajas. Aparte de mí, Tyton es el único electricón que vino con nosotros; nacido en Montfort, sospecho que visitará a sus familiares y amigos. Está sentado cerca del fondo de la nave, tumbado sobre dos asientos y con la nariz metida en un libro maltrecho. Cuando lo miro, siente mis ojos y nuestras miradas se cruzan un segundo: hace parpadear sus luceros grises y calculadores. Me pregunto si siente las minúsculas pulsaciones de electricidad en mi cerebro. ¿Sabe lo que cada una de ellas significa? ¿Distingue entre arranques de temor y de emoción?
¿Podré hacerlo algún día?
Apenas comprendo el pleno alcance de mis habilidades. Lo mismo les sucede a todos los nuevasangre que he conocido y entrenado. Pero quizá no sea así en Montfort; puede ser que los ardientes sepan qué somos y todo lo que podemos hacer.
De lo siguiente que me doy cuenta es de que alguien sacude mi brazo y me libra de un sueño intranquilo. Papá apunta a la redonda ventana entre nosotros, engastada en una pared curva detrás de nuestros asientos.
—Jamás pensé que vería algo así —tamborilea los dedos sobre el grueso cristal.
—¿El qué? —pregunto y trato de incorporarme; él afloja mis cinturones para que pueda moverme con libertad y asomarme.
He visto montañas en otras ocasiones. En los Grandes Bosques, junto a la Muesca, verdes cordilleras se atavían del fuego del otoño y el páramo del invierno y un frío que cala los huesos. En la Fisura, crestas encorvadas se tienden al horizonte y suben y bajan como olas inagotables. Las laderas campo adentro de las Tierras Bajas se pierden en un azul y púrpura distantes, y sólo es posible vislumbrarlas desde las ventanas de un aeroplano. Todas estas cumbres forman parte de las Allacias, la larga y antigua cordillera que va de Norta al interior de las Tierras Bajas. Pero jamás había visto montañas como las que se alzan en este momento frente a nosotros. No creo que siquiera sea posible llamarlas montañas.
Fijo boquiabierta los ojos en el horizonte mientras el jet arquea hacia el norte. Las llanuras de la Pradera terminan en forma abrupta, perforada su margen occidental por el muro de una vasta y escarpada cadena montañosa, más grande que cualquiera que haya visto nunca. Las cuestas se elevan como cuchillos, demasiado altas y afiladas; componen una fila tras otra de gigantescos dientes serrados. Algunos picos están desnudos, desprovistos de árboles, como si no pudieran crecer ahí. Unas cuantas montañas remotas están cubiertas de nieve, pese a que estamos en verano.
Respiro con dificultad. ¿A qué clase de país hemos venido a dar? ¿Plateados y ardientes lo controlan por completo, con fuerza suficiente para erigir una nación tan increíble? Estas montañas me infunden temor, pero también un poco de emoción. Incluso desde el aire, este país parece distinto. La República Libre de Montfort remueve algo en mi sangre y mis huesos.
Junto a mí, papá pone una mano en el cristal. Sigue con los dedos la silueta de la cordillera, traza los picos.
—¡Qué hermoso! —sisea, tan bajo que sólo yo puedo oírlo—. Ojalá este lugar nos traiga bendiciones.
Es cruel dar esperanzas donde no hay ninguna.
Él dijo eso una vez, a la sombra de una casa sobre pilotes. A falta de una pierna, estaba confinado a una silla de ruedas. Yo creía entonces que era un hombre deshecho. Ahora sé que no es así: está tan entero como cualquiera de nosotros, y lo ha estado siempre. Sólo quería protegernos del dolor de que deseáramos algo que no podríamos tener, un futuro que nadie nos permitiría. Nuestro destino ha sido muy diferente y se diría que mi padre ha cambiado con él. Puede tener esperanzas.
Respiro hondo y me doy cuenta de que mi situación es igual, aun después de Maven, mis largos meses de cárcel, toda la muerte y destrucción que he visto o causado; de mi corazón roto, que no cesa de sufrir; del temor persistente por las personas que amo y las que quiero salvar. Todo esto permanece, es un peso constante, pero no permitiré que me ahogue.
También tengo esperanzas todavía.
SEIS
Evangeline
El aire es extraño, ligero, muy limpio, como separado del resto del mundo.
Lo percibo en los bordes de mis prendas de hierro, plata y cromo, y en el penetrante olor metálico de los aviones a reacción, cuyos motores todavía están calientes por el viaje. La sensación es irresistible, aun después de que pasé tantas horas apretujada en el vientre de una nave de Laris en medio de innumerables placas, tubos y tornillos. En el vuelo dediqué más tiempo del que querría admitir a contar los remaches y seguir las uniones del metal. Si hubiera hecho destrozos aquí, allá o acullá, en un instante le habría quitado la vida a Cal, Anabel o a quienquiera, yo incluida. Tuve que permanecer sentada junto a un señor de Haven durante buena parte del viaje, y su ronquido rivalizaba con el trueno. Bajar de un salto casi parecía ser una mejor opción.
Pese a la estación del año, el aire es frío y la piel se me eriza bajo la fina seda que cuelga de mis hombros. Procuré vestirme como debe hacerlo una princesa, aunque ésa es la razón de que ahora padezca frío. Es mi primera visita de Estado como representante de la Fisura y futura reina de Norta. Si ese maldito futuro ocurre en realidad, me veré obligada a hacer un buen papel y a lucir formidable e impresionante hasta las pintadas uñas de los pies. Debo prepararme, estoy mucho más allá de los límites del mundo que conozco. Inspiro de nuevo, con una respiración superficial; aun el acto de respirar es aquí una experiencia inusitada.
A pesar que no