Descolonizar. Raúl Zibechi

Descolonizar - Raúl Zibechi


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       DESCOLONIZAR

      el pensamiento crítico y las prácticas emancipatorias

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       A José Carlos Carballa, Pepe (1951-2018), espíritu libre, corazón de paloma

       Prólogo

      En los entresijos de la selva, asoma un frondoso ygary, árbol que en el imaginario mitológico päi representa el elemento vital, jasuka, del que surgen dioses y todo lo contenido en el universo. Conocido por nosotros como cedro, en el mundo guaraní es concebido como un árbol antiguo, primigenio, que proviene de un universo mudo y esencialmente botánico. Parece estático, pero lo cierto es que su genealogía remota ha oscilado al ritmo de los continentes que navegan por los océanos de la Tierra, levantando y hundiendo montañas en ciclos que crean, era tras era, nuevas realidades.

      La cosmogonía guaraní, de esta forma, descifra con claridad lo esencial del mundo, el cimiento que persiste más allá de lo pasajero, lo inmanente a nuestro devenir. El ygary, de hecho, es protegido por el dios Karaí Guasú, guardián de este árbol mítico, sui generis.

      Así, alejados por abismos del paraíso primigenio, los guaraníes fijan su atención en el mundo ultraterreno, al cual se unen mediante el lenguaje, bien común de humanos y dioses, cuya máxima expresión es el canto luminoso, que junto a la danza y a la música hacen vibrar sus cuerpos, provocando cierta experiencia mística que disuelve la realidad y desnuda aquella dimensión del tiempo imperceptible en la tierra de las imperfecciones.

      Su lenguaje no se articula solamente en su sentido corriente. Existen dos tipos más: uno es de sentido religioso, usado por ancianas y ancianos, mientras el otro es secreto, reservado, escasamente revelado a occidentales, y denominado por el guaraní como ñe’e pará, es decir, «palabras de nuestros padres». En ambos casos, pese a la fluctuación de las épocas —cuya antigüedad es imposible de vislumbrar—, la literatura antigua persiste gracias a una lengua dada al canto antes que a la comunicación cotidiana. Hay, como es evidente, adaptaciones a través del tiempo, tal como hubo infinitas variaciones a lo largo y ancho de la espesa selva. Aun así, en todos los casos, se concibe que la palabra posea un origen divino. Por ello, la lírica del canto luminoso es, ante todo, lenguaje que desea superar lo humano, estar próximo a los dioses y diosas, padres y madres verdaderos de la Palabra.

      El caso del mal encuentro entre el mundo europeo occidental y el americano, contando desde el año 1492, es sin duda alguna la representación más clara de esto. Cinco siglos de un proceso de colonización avasallador y sangriento, sucio y biológicamente enfermo, basado en una ilusoria noción de naturaleza que se sostiene en la relación de amos y esclavos. Al decir de Albert Camus, la historia oficial ha sido siempre la historia de los grandes criminales. Corresponde a nosotros, por ende, sentir y pensar el tiempo de otra forma, concebir la estampa del tiempo en un sentido territorial. Excavar, en otras palabras, lo que Occidente tapó tras el manto de la historia. Es el valor, por ejemplo, que podemos concebir en el conocimiento de las cosmogonías que en estas tierras emergieron y que dotaron a millones de hombres y mujeres, niños y niñas, ancianas y ancianos, del sentido de un mundo de iguales donde la felicidad se reparte equitativa y abundantemente. Es la enseñanza del viejo ygary, o, si queremos saltar hacia el océano Pacífico, es esa primera momia negra que en el 7000 a. C. fue hecha en el esplendor de la quebrada Camarones (cerca de la disputada frontera entre Perú y Chile) por la denominada cultura Chinchorro, que durante milenios momificó sin distinción social ni etaria a todos sus miembros, desde fetos a ancianos, y abandonó esta actividad entre el 1700 a. C. y el 1100 a. C., y continuó, como cultura, en diversos grupos que se dispersaron a través de la costa.

      Experiencias situadas en otra idea de tiempo, contrapuestas, en el caso Chinchorro, a momificaciones artificiales posteriores, como la egipcia, reservada a cierta estirpe dominadora con afán de eternidad. Experiencias que ocurrían en estos parajes mientras en el Mediterráneo se institucionalizaba la violencia, la muerte y la esclavitud. Experiencias, no obstante, que en nuestros días se exhiben en museos, como sepultadas por la historia.

      Quedan, entonces, las preguntas en suspensión: ¿cómo resistir a este apabullante paso? ¿Existe un porvenir para estas antiguas prácticas o solo queda someterse a la estructura de dominación que día a día se afianza en los espacios y en los espíritus? ¿Cuál es el presente de la antigua memoria del territorio americano? En este punto de las interrogantes, el trabajo realizado por Raúl Zibechi durante las últimas décadas es fundamental para conocer los tejidos


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