Ana, ¿verdad?. Francisco Hinojosa

Ana, ¿verdad? - Francisco Hinojosa


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      © de la edición: Diego Pun Ediciones, 2018

      © del texto: Francisco Hinojosa, 2010

      © de la ilustración: Víctor Jaubert, 2018

      1ª edición versión electrónica: Febrero 2019

      Diego Pun Ediciones

      Factoría de Cuentos S.L.

      Santa Cruz de Tenerife

      www.factoriadecuentos.com

      [email protected]

      Dirección y coordinación:

      Ernesto Rodríguez Abad

      Cayetano J. Cordovés Dorta

      Consejo asesor:

      Benigno León Felipe

      Elvira Novell Iglesias

      Maruchy Hernández Hernández

      Diseño y maquetación: Iván Marrero · Distinto Creatividad

      Conversión a libro electrónico: Eduardo Cobo

      Impreso en España

      ISBN formato papel: 978-84-948779-1-9

      ISBN formato ePub: 978-84-948779-9-5

      Depósito legal: TF 441-2018

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la Ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

      Índice

       Créditos

       Nota

       Comienzo

      El español es un idioma muy rico y se habla en varios países. Aunque todos los hispanohablantes podemos entendernos entre nosotros sin dificultad, hay ciertas palabras y expresiones que son más comunes en determinadas regiones y que resultan incomprensibles para las personas que viven en otras. El autor de este libro es mexicano y usa algunas palabras que a nosotros podrían parecernos extrañas. Por eso, los editores hemos añadido varias notas al final de las páginas para explicar el significado de términos como guácala, charola, platicar…

      Ana era una niña despistada. Sus papás le decían siempre que estaba en las nubes, que vivía en la luna, que habitaba en las estrellas.

      Tan despistada era que un día salió de su casa rumbo a la panadería para comprar el pan dulce de la cena y se perdió.

      Cruzó la calle dando saltitos, al llegar a la avenida esperó pacientemente a que el semáforo se pusiera en verde, pasó junto a la panadería de don Silvestre y se siguió de frente durante un buen rato.

      Poco a poco, conforme avanzaba, el frío se iba haciendo cada vez más y más intenso. Tanto que no lograba cobijarse con sus propios abrazos. Justo cuando empezaban a caer los primeros copos de nieve, llegó a un lugar extraño que nunca antes había visitado. Toda la gente vestía de verde y llevaba sus impermeables y paraguas del mismo color.

      –Pero, niña –le dijo una señora–, ¿cómo es posible que salgas a la calle sin tu resbalagua y sin tu paragotas?

      –Es que... –trató de decir Ana, pero le castañeteaban tanto los dientes que no pudo continuar.

      Una niña y un niño jugaban sobre un tablero un juego que ella no conocía.

      –¿Qué es eso?

      –¿Qué es qué? –se sorprendió el niño.

      –Eso que están jugando.

      –No estamos jugando: estamos haciendo la tarea. Y además, ¿por qué no tienes tu resbalagua puesto?

      –¿Qué es resbalagua?

      –Pues qué va a ser: la ropa que uno se pone cuando sale a la nieve.

      –Ah, quieres decir el impermeable –respondió Ana.

      –¿Qué es impermeable?

      –Pues la ropa que uno se pone cuando sale a la nieve o a la lluvia.

      –¿Qué es lluvia? –preguntó la niña.

      –Las gotas que caen del cielo cuando...

      –Dirás el aguabaja.

      Al escuchar todo eso la señora se acercó a Ana y la miró con extrañeza.

      1 Una cuadra es una manzana, o sea, ese trozo de una ciudad rodeado de calles por los cuatro lados.

      2 Bandejas.

      –A ver, a ver, a ver: ¿no sabes lo que es un resbalagua?

      –Sí, señora, un impermeable, acabo de enterarme.

      –¡Un impermeable! ¿Dónde te enseñaron esa palabra?

      –Sólo sé que todo el mundo les dice impermeables a los impermeables.

      –¿Cómo te llamas?

      –Ana –contestó con timidez.

      –¡Ana! –gritaron los niños, que seguían muy extrañados con la presencia de la niña.

      –¡Ana! –repitió la señora–. ¿Quién puede llamarse Ana?

      –Así me llamo, se lo juro.

      –No me gustan las mentiras. Para nada. Me caen mal las niñas que andan diciendo mentiras. En este momento llamamos por teléfono a tus papás para que vengan por ti. Y les diré que te traigan tu resbalagua y tu paragotas. Mira que salir a la calle así...

      –Sí, señora, por favor, llámelos por teléfono. Yo sólo salí a la panadería a comprar...

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