Aprender con big data. Viktor Mayer-Schonberger
para un alumno en particular. La retroalimentación se enfoca en el resultado del aprendizaje, más que en el proceso docente. Y esto se debe a la consabida dificultad de obtener y analizar los datos.
Los big data están cambiando todo esto. Podemos recolectar datos sobre aspectos de la enseñanza que antes no podíamos reunir: estamos datificando el proceso docente. Y ahora podemos combinar los datos de maneras nuevas, y aprovecharlos para mejorar la comprensión y el resultado de los alumnos, así como compartirlos con profesores y administradores para mejorar el sistema educativo.
Veamos el caso de la lectura. Era imposible saber si la gente releía un pasaje determinado porque este era especialmente elegante o especialmente difícil. ¿Tomaban notas los alumnos al margen de los párrafos? ¿Y de qué párrafos? ¿Y por qué? ¿Se rendían algunos lectores antes de completar el texto; y, de ser así, dónde? Se trata de datos sumamente reveladores, pero eran difíciles de averiguar… hasta la invención de los ebooks.
Cuando el libro de texto está en una tableta o un ordenador este tipo de indicadores pueden recolectarse, procesarse y emplearse para retroalimentar a estudiantes, profesores y editoriales. No en balde los principales libros de texto escolares se están pasando en masa al formato electrónico. Compañías como Pearson, Kaplan y McGraw-Hill quieren tener datos sobre el uso de sus materiales a fin de mejorarlos; y también para crear contenidos adicionales a medida para los alumnos con necesidades específicas. Esto no solo mejorará el resultado de los alumnos, sino que las firmas estarán mejor posicionadas para competir contra sus rivales, siendo más relevantes y más eficaces.
Por ejemplo, algo que las editoriales esperan averiguar es la “curva de declive” que registra el grado en que los alumnos olvidan lo que han leído anteriormente y que tal vez en algún punto eran capaces de recordar. De esta manera, el sistema sabrá exactamente cuándo repasar determinada información con un alumno para que este tenga más oportunidades de retenerla. El alumno puede recibir un mensaje de que tiene un ochenta y cinco por ciento más de probabilidades de recordar un módulo y responder correctamente en una prueba si mira el vídeo de repaso por la noche, dos días antes del examen; no la noche anterior, y nunca en la misma mañana del examen.
Los adelantos como este transforman el mercado de los libros educativos. En ese campo, los materiales mal escritos hacen más daño que una aburrida novela que dejamos por la mitad. Generaciones de estudiantes frustrados pudieran no alcanzar todo su potencial por haber sido expuestos a materiales educativos defectuosos. No hay más que tomar un manual de enseñanza primaria más o menos de la década de 1940, con aquellas tipografías diminutas, vocabulario arcano y ejemplos estrambóticos divorciados de la realidad para ver la tragicomedia de lo que enseñábamos a los niños en esa época.
Claro que hoy las juntas escolares vetan extensivamente los materiales educativos. Pero estas juntas muchas veces están constreñidas a la hora de hacer sus evaluaciones. Pueden examinar la corrección e imparcialidad del contenido y compararlo con los estándares pedagógicos aceptados. Pero no tienen ningún modo sencillo y empírico de saber si esos materiales educativos funcionan para los alumnos que los utilizan, o para ver cómo reaccionan los alumnos a partes específicas del libro de texto, a fin de corregir cualquier deficiencia.
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