Sincronía. Paula Velásquez "Escalofriada"
—No pasa nada.
Ambos bebieron sus cervezas en silencio. Ella pensó en que debía agradecerle por cubrirla, pero no supo cómo hacerlo.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —Abandonó su hombro, fijó la mirada en sus oscuros ojos.
—Sí, pienso que tu trasero es sensacional.
Layla golpeó su abdomen.
Patrick rio.
—Lo siento. No puedo ver esa cara que tienes. Tienes apenas veintidós años. Tu vida no ha terminado. Solo... tomó un nuevo rumbo.
Ella suspiró.
—Mi pregunta es... —Layla bebió otro sorbo—. ¿Crees que es difícil tratarme? ¿Trabajar conmigo?
Patrick cruzó sus brazos.
—¿Quieres una respuesta honesta? ¿No vas a golpearme o anular mi capacidad de tener hijos?
Layla resopló.
—No. No creo.
—Está bien... Eres un búnker. Nunca quieres hablar muy a fondo de ti, ni conocer a los demás. No aceptas críticas o reconoces tus errores. El problema es que no confías en los demás, ni para que hagan parte de tu vida, ni para trabajar con ellos.
Bueno, eso era demasiado honesto.
—¿Y qué sugieres que haga?
—Tienes que bajarte del trono y hablar con los plebeyos, su alteza.
Dicen que las personas reservadas acumulan todo en su interior, hasta que un día, con la chispa adecuada, explotan. Esa sencilla frase fue la llama que detonó la dinamita dentro de Layla.
—¿Quieres que vaya por ahí como tú hablando de todo con todos como si fuera una fiesta y todos estuvieran invitados? Algunos no somos así. No podemos ser así, no nos gusta ventilar nuestras vidas, pavonearnos frente a todos.
—Tú me pediste ser honesto. Lo estoy siendo. ¿Por qué me atacas a mí? Soy el único que te defendía en esa cocina. Soy el que está aquí contigo acompañándote en tu día de mierda. Deja de ser la hija mimada de Vincent Bramson y acepta que no eres perfecta.
—No estoy en un trono y no soy una mimada. No sabes lo que pasé para llegar aquí, lo duro que me esfuerzo cada día por ser la mejor en lo que hago, tú no sabes nada sobre mí.
—¡Ese es el problema! Nadie sabe nada sobre ti, nadie sabe cómo tratarte, ni de qué hablarte. A veces te estamos hablando
y tú solo nos miras como rogando que nos callemos.
—Tú no entiendes por qué soy así. Nadie puede. No puedo hablar con nadie sobre lo que me atormenta. ¿Sabes qué es sufrir en silencio porque los demás me lastiman sin siquiera saberlo? Estoy maldita, mi cuerpo está maldito. La única forma de mantenerme a salvo es mantener la distancia entre la gente y yo.
Su voz se cortó. Las lágrimas querían salir, pero ella se frotó los ojos con las manos. Patrick lucía confuso, como si lo hubieran abofeteado en la cara, pero no supiera por qué. Llamó al mesero.
—Quiero un Caesar1 —dijo.
—Que sean dos —secundó Layla.
Después de unos minutos de silencio incómodo, Patrick empujó su hombro.
—No entendí la mitad de lo que dijiste, pero siento haber sido duro contigo y ponerte así.
Ella solo bebía su cóctel.
—Si sé qué se siente no poder hablar con nadie de lo que me atormenta. Dime, ¿qué sabes sobre mí? ¿Sabes a qué escuela de cocina fui? ¿Con quién vivo? ¿Sabes al menos si tengo novia?
—continuó.
Layla abrió la boca, pero luego la cerró. No sabía nada de esas cosas.
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