El amor, Aún. Una lectura del Seminario 20 de Lacan y sus fuentes antiguas. Carmen González Táboas
italiana” de Wolfgang Amadeo Mozart: Drama jocoso en dos actos: Il dissoluto punito ossia Don Giovanni, con guión de Lorenzo Da Ponte, judío converso y libertino veneciano amigo de Casanova. Mozart y Da Ponte dejaron la corte de José II en Viena y estrenaron la obra en Praga, ciudad más permisiva, a un año de Le nozze di Figaro.
Para Kierkegaard, el Don Juan hizo de Mozart un clásico, cuya genialidad radica en la relación absoluta entre idea, forma, materia y la música como médium (22). Se trata de una obra coral. Acto I: Don Giovanni mata al padre de Ana; violentada por Don Giovanni, ante sus gritos su padre el Comendador había acudido a defenderla. El astuto gentilhombre manejará los hilos (“¡viva la libertad!”) sin sombra de culpa (23), hasta que tropiece con la estatua de piedra del Comendador muerto, a la que invita a cenar. (Decía el arrogante Don Juan de Zorrilla: “Si de vuestro alcázar mortuorio albergáis venganza fiera, daos prisa que aquí os espera, otra vez, Don Juan Tenorio”). La estatua acepta el convite. En el Don Juan de Mozart es la crédula y amante Elvira la que, antes del infernal epílogo, en vano le suplica “cambiar de vida”.
Elvira es una mujer “de la que no se puede estar más harto” para un Don Juan gozador, orgulloso de sí mismo, rico y ocioso, burlador de mujeres. Leporello, su siervo y su doble, para librarlo de ella (que es de Burgos) le muestra la lista de sus conquistas; son campesinas, burguesas, nobles, mujeres de todo rango y estado: 140 en Italia, 231 en Alemania, 100 en Francia, 91 en Turquía, ¿y en España? ¡mille e tre! No logra asustar a Elvira, que defiende tenazmente su fantasma de amor: “Leporello, ¿crees que las ama a todas? ¡No! ¡Tan solo a mí!”. (En otro Don Juan, de los muchos que hay, pero más romántico, ella declara: “Estoy ebria de ti, de tu voz varonil, dulce y suave, que me adormece en sedas y me alza en éxtasis de amor” (24)). Dice Lacan en Aún, “Si la mujer no fuese no toda en su cuerpo como ser sexuado, nada de esto se sostendría” (18).
En la pieza de Mozart, entre truenos y tinieblas, la estatua de piedra se presenta e intima al burlador; “Yo hablo. Tú escucha”; la orden es: “arrepiéntete”. La respuesta indeclinable de Don Giovanni es: “no”; se libra de la mano de la estatua para caer envuelto en “torbellinos de fuego horrendo” (25). Lucía D’Angelo se aleja del Don Juan de Kierkegaard para decir que “mientras Casanova busca el placer, Don Giovanni no, y su verdadera obsesión es una búsqueda que lo condena a la muerte” (26). ¿Cuál es esa búsqueda? “Don Juan pasa de una a otra porque ninguna es La mujer” (27). En la mística cristiana el infinito del goce femenino excluye algo más que la cuenta de Leporello. Goce opaco por excluir el sexo y el sentido, es inefable en la medida que el goce arrebata los cuerpos hablantes (con gemido y jaculación), “toda ciencia trascendiendo” (28) (San Juan de la Cruz (29)).
“A Dios se lo hace existir amándolo”, dice Lacan, que se vuelve hacia la mística cristiana porque necesita una lógica que exponga los efectos de afecto del significante en el cuerpo viviente. En la experiencia mística, inaprehensible para la lógica del Uno y el Todo, el alma se dirige hacia ese partenaire inhumano que viene en lo inefable de una presencia diseñada por las Escrituras reveladas, sentida, estremecida, gozada, padecida. Santa Teresa dice que se sufre con un dolor no del cuerpo sino del espíritu, y agrega: “aunque no deja de participar el cuerpo y aún mucho”. Y las palabras con las que al místico se le pide escribir sobre la experiencia no le dicen en realidad nada, no retienen nada de todo eso, o apenas unos jirones en los bordes de la obra poética.
COMPLEMENTO SOBRE LA NECEDAD
El “Complemento sobre la necedad”, es la palabra de Lacan presentando (12/12/72) la intervención de François Recanati que veremos enseguida. Se había propalado la noticia: ¡Lacan ha hablado de amor! A lo que Lacan dice que Parlez-moi d’amour no es más que una canción, que también hay la carta, la declaración, la palabra de amor (son todas diferentes)… pero que él habló “de la necedad” (la bêtise) en la que estamos inmersos por gozar de hablar… también de amor. ¿La necedad “condiciona” ese Encore este año anunciado? (20). ¿Qué quiere decir Encore? Es un adverbio de intensificación, una aspiración, una jaculación (¡no más, vamos, otra vez!), que no se comprende si no se trata de un gozar. Lacan habla del peso de su propia presencia en el Seminario; “ustedes gozan de ella”, como él mismo goza pues vuelve cada vez. “Mi presencia es mi necedad”; podría estar haciendo otra cosa, y ellos también. “No puedo situarme sino en el campo de ese aún”, el campo del goce del hablanteser, el que encore (aún otra vez cada vez) goza en corps. Eso no cesa. Aunque no lo sepa.
Hablo, participo de la necedad; hablo, no hay relación sexual. Y hay el discurso analítico, en el cual, debajo de la a (lugar del semblante) se escribe el S2 (en el lugar de la verdad) (26) para producir ¿qué?... necedad. ¿Cómo salir de la necedad? ¿Acaso el discurso analítico no se sustenta de la dimensión de la necedad? Lacan ofrece la clave del asunto: no fue el discurso analítico el que descubrió que no hay relación sexual. Lo sabía el judío fariseo San Pablo: las mujeres por un lado, los hombres por otro. Pero sucede que se goza. Se imagina. Se sueña. Se ama. La necedad nos engloba. ¿Cómo salir de la necedad sin pasar por ella? En los otros discursos se huye de la necedad; en el discurso analítico la necedad es una dit-mansion, la mansión del dicho.
La intervención de François Recanati no se registra en el Seminario 20. Tampoco se transcribió su intervención del año anterior en … ou pire (30), donde había hablado sobre la construcción del concepto de “campo potencial”, del que daré una idea antes de retomar la palabra sobre la Lógica de Port Royal. No es casualidad que Lacan haya invitado a Recanati. Lacan es psicoanalista. Hace tiempo que frecuenta a Frege, el matemático, y a Peirce, el lógico, que de algún modo se articulan. Se puede flotar toda una vida en el lenguaje, como los ángeles, sin cuerpo; sin que nada de lo que se diga tenga la menor consecuencia para ese uno que habla; no sabe que es hablado.
EL CAMPO DE POTENCIAL DE PEIRCE
A menos que el sujeto crea en el síntoma y tome la vía de la transferencia analítica. El campo del lenguaje, dice Peirce, es potencial: hay posibilidades no inscritas. Hay lo que aún no vino al lenguaje. Y una inscripción de lo aún no inscrito puede darse o no darse, según los sujetos estén en posición de aceptación o de rechazo de eso nuevo que puede venir al campo del lenguaje. Peirce admite la idea de Frege, de que el cero permite pensar el origen del número. Un día se inventó el 0, y Frege vio que en la inscripción del 0 ya se cuenta 1. Pero Peirce dio un paso más al diferenciar dos ceros (31). Uno es el cero relativo: hay imposibilidades no inscritas que pueden pasar a la inscripción; ¿y el otro cero? Es el cero absoluto; la absoluta imposibilidad de lo inescribible. Lacan ha reconocido su deuda con Peirce (32). Hay lo que no cesa de no escribirse, y no cesará. Ya estamos en el psicoanálisis; en su dispositivo algún pedacito de real puede pasar a la escritura, algo puede cesar de no escribirse de lo que no cesará de no escribirse.
El discurso analítico hace surgir, por el desplazamiento de la negación (33), el campo de potencial. El descifrado sería infinito si no encontrara su límite en lo escrito. La lógica modal marca la condición de esta escritura: la función espacio implica el modo tiempo; para que algo cese de no escribirse (para que la contingencia acontezca en el espacio del goce) se necesita el acto del analista, “los instantes de tirón” (34). La semiótica de Peirce permite ubicarlo. Hay fuga del sentido (35); un imposible de decir relativo puede pasar por la equivocidad de lalengua, mientras el sentido sexual será siempre imposible de decir. Algo puede pasar al decir en una estela fugitiva y equívoca u homofónica. Si se la atrapa, se escribe. Contamos con eso. Sobre lo cual tratarán los capítulos 3 y 4.
RECANATI (36) Y LA LÓGICA DE PORT ROYAL (37)
Port Royal es un reducto jansenista (38) y cartesiano del siglo XVII que concurre al debate lingüístico y filosófico de la época con sus términos: el signo, la predicación, la sustancia y el ser. Si se trata del Otro (goce), dice Lacan, sería presuntuoso ignorar lo que en el curso de los siglos se ha elaborado sobre el amor, incluido muy precisamente el amor divino, si como sabemos, el amor de transferencia es el pivote y el resorte de lo que se moverá en un análisis para salir de la necedad.
Se habla. Se parlotea. Si digo: “El