Lady Felicity y el canalla. Sarah MacLean
realmente imposible?
Ella lanzó una risa forzada.
—¿Aparte de que un cotizado duque me elija a mí en vez de a cualquier otra mujer de Gran Bretaña?
Tap. Tap.
—Incluso eso es posible, Felicity Faircloth, la mayor, sosa, testaruda y abandonada. Esta es la parte del cuento en la que la princesa consigue todo lo que siempre ha deseado.
Pero aquello no era un libro de cuentos. Y ese hombre no podía darle lo que ella deseaba.
—Esa parte suele comenzar con algún tipo de hada. Y usted no tiene aspecto de nada mágico.
Volvió a escucharse su risa grave.
—Ahí debo darle la razón. Pero hay otras criaturas que, sin ser hadas, se dedican a una profesión similar.
Su corazón volvió a latir con fuerza, odiaba que continuara invadiéndola aquella salvaje esperanza de que ese extraño en la oscuridad pudiera cumplir su imposible promesa.
Era una locura, pero fue avanzando hacia él hasta volver a iluminarlo, y más cerca, hasta llegar al final de sus piernas increíblemente largas, al final de su bastón increíblemente largo y, entonces, alzó la vela para revelar su rostro increíblemente apuesto una vez más.
Esta vez, sin embargo, pudo verlo entero, y su perfecto lado izquierdo no coincidía con el derecho, donde había una terrible cicatriz, blanca y fruncida, que empezaba en la sien y terminaba en la mandíbula.
Cuando ella inhaló con brusquedad, él apartó la cara de la luz.
—Una lástima. Esperaba con ansias el sermón que parecía estar a punto de darme. No pensaba que se desanimaría tan fácilmente.
—Oh, no estoy en absoluto desanimada. De hecho, estoy agradecida de que ya no sea el hombre más perfecto que haya visto nunca.
Él se volvió y su oscura mirada buscó la de ella.
—¿Agradecida?
—En efecto. Nunca he entendido del todo qué es lo que se debe hacer con hombres extremadamente perfectos.
Él levantó una ceja.
—Lo que se hace con ellos.
—Además de lo obvio.
Ahora inclinó la cabeza.
—¿Lo obvio?
—Mirarlos.
—Ah… —respondió.
—En cualquier caso, ahora me siento mucho más cómoda.
—¿Porque ya no soy perfecto?
—Todavía está muy cerca de parecerlo, pero ya no es el hombre más apuesto que haya conocido nunca —mintió.
—Creo que debería sentirme insultado, pero lo superaré. Por curiosidad, ¿quién ha usurpado mi trono?
«Nadie. Si acaso, la cicatriz le hace más apuesto».
Pero ese no era el tipo de hombre al que podía decirle aquello.
—Técnicamente, él tenía el trono antes que usted. Simplemente ha vuelto a reclamarlo.
—Agradecería un nombre, lady Felicity.
—¿Cómo lo llamó antes? ¿Mi polilla?
Se quedó completamente quieto por un momento, pero no lo suficiente como para que una persona normal se diera cuenta.
Felicity sí se dio cuenta.
—Creí que ya se lo esperaba —dijo en tono burlón—. Dado que se ha ofrecido a conseguirlo para mí.
—La oferta sigue en pie, aunque no encuentro al duque apuesto. En absoluto.
—No es necesario debatir sobre ello. Ese hombre es empíricamente atractivo.
—Mmm… —replicó, aparentemente sin estar convencido—. Dígame por qué mintió.
—Dígame usted por qué está tan dispuesto a ayudarme a arreglarlo.
Él le sostuvo la mirada durante un buen rato.
—¿Me creería si le digo que soy un buen samaritano?
—No. ¿Por qué estaba fuera del baile de Marwick? ¿Qué significa él para usted?
Él levantó un hombro y después lo dejó caer.
—Dígame por qué no cree que él estaría encantado de prometerse con usted.
Ella sonrió.
—En primer lugar, porque no tiene ni idea de quién soy.
Un lado de su boca se movió, y ella se preguntó cómo sería verlo sonreír por completo.
Tras dejar a un lado ese estúpido pensamiento, continuó.
—Y, como dije, los hombres extremadamente apuestos no me sirven.
—Eso no es lo que dijo —respondió él—. Dijo que no estaba segura de qué se debía hacer con los hombres en extremo apuestos.
Ella pensó por un momento.
—Ambos enunciados son ciertos.
—¿Por qué cree que Marwick no le serviría?
Ella frunció el ceño.
—Creo que eso sería obvio.
—No lo es.
Se resistió a contestar, y cruzó los brazos como si quisiera protegerse.
—Esa es una pregunta grosera.
—También ha sido grosero por mi parte trepar por la celosía e invadir su dormitorio.
—Así es. —Y entonces, por algún motivo que nunca llegaría a comprender, respondió a su pregunta, dejando que la frustración, la preocupación y una sensación muy real de ruina inminente se apoderaran de ella—. Porque soy el epítome de lo ordinario. Porque no soy hermosa, ni entretenida, ni una conversadora ejemplar. Y aunque una vez pensé que era imposible que acabara siendo una solterona madura, aquí estamos, y nadie me ha querido de verdad. Y no espero que las cosas comiencen a cambiar ahora con un apuesto duque.
Él permaneció en silencio durante bastante tiempo, y la vergüenza que sentía la sofocaba.