La visita al enfermo. José Carlos Bermejo Higuera
de la ayuda psicológica, y bien vendría considerarla como clave para la visita al enfermo.
La presencia consciente mejora la comunicación y la afectividad, pues, al interactuar, estamos realmente allí, presentes, escuchando, abiertos, vacíos de ideas preconcebidas y, al mismo tiempo, fluyendo con la energía del enfermo.
Es vital además incluir en el estar presentes la apertura de corazón, el sentimiento de aportar lo mejor de nosotros en cada momento y conectarnos con un sentido de colaboración y servicio propio de la actitud empática.
En el fondo se trata, en todo caso, de una consideración de la importancia de no quedarse meramente en los síntomas que el enfermo presenta, sino conectar realmente con el significado profundo que estos tienen para la persona. Y ello requiere una atención concentrada.
El zumo de manzana
La presencia plena comporta una seria disposición de quien quiere ayudar a otro, a detenerse ante la realidad y aclararse con buena dosis de autocontrol. De acuerdo con el Buda, cada uno de nosotros tiene una semilla de mindfulness, pero habitualmente olvidamos regarla. Requiere entrenamiento. La práctica de detenerse es crucial. ¿Cómo nos detenemos? Nos detenemos tomando conciencia de nuestra inhalación, nuestra exhalación y nuestros pasos: respirar en conciencia y caminar en conciencia. Podríamos decir: estar en la ducha en conciencia, preparar el desayuno en conciencia, trabajar en conciencia, escuchar en conciencia.
Para explicar las implicaciones que la presencia plena tiene, un budista cuenta que vivió en una ermita y que un día llegó una familia de refugiados que había escapado de Vietnam. El padre estaba buscando trabajo en París y le pidió que cuidara de su hija de cinco años, Thuy, que significa «agua».
Thuy y otra niña se quedaron con él y llegaron al acuerdo de que, al atardecer, cuando fuera el momento de la práctica de la meditación, ellas se irían a dormir y no hablarían ni jugarían más. Un día, Thuy y otras niñas estaban jugando cerca de la ermita y entraron a pedir agua. El budista tenía zumo de manzana que un vecino le había regalado. Le ofreció un vaso de zumo a cada niña. La última porción del zumo de manzana le tocó a Thuy, quien no quiso tomárselo, porque tenía mucha pulpa. Dejó el zumo sobre la mesa y se fue a jugar. Aproximadamente una hora después volvió muy sedienta buscando agua. El budista le señaló su vaso de zumo de manzana y le preguntó: «¿Por qué no te lo tomas? Está delicioso». Ella miró el vaso de zumo y vio que ahora estaba muy claro, ya que, después de una hora, toda la pulpa se había depositado en el fondo. Se lo tomó muy contenta.
Después, la niña preguntó por qué el zumo de manzana se había aclarado, y el budista le contestó que había estado practicando meditación durante una hora. Y ella comprendió: el vaso de zumo se mantuvo quieto y se aclaró. La niña dijo: «Ahora entiendo por qué tú practicas meditación: quieres aclararte». Imitamos al zumo de manzana o el zumo de manzana nos imita a nosotros.
En efecto, la capacidad de hacer silencio interior aumenta las posibilidades de aclararse y estar presente –con presencia plena– en la visita al enfermo.
Lo que la presencia plena implica
Jon Kabat-Zinn, referente en este tema, dice que la mindfulness comporta una serie de actitudes de fondo:
– | No juzgar. Una actitud que los meditadores llaman epoché. Hablar con alguien sin juzgarle o juzgarse permite experimentar que cualquier persona encaja con su discurso. |
– | Paciencia. No es posible el desarrollo de esta actitud sin trabajo, sin entrenamiento. |
– | Mente de principiante. Podría referir también un genuino asombro de niño ante cada persona. |
– | Confianza en las personas. No tanto en los resultados cuanto en el camino que recorrer. |
– | No luchar. No ofuscarse saboteándose a sí mismo a través de oposiciones dialécticas. |
– | Aceptación de la experiencia tal y como viene y es. |
– | Dejar ir o, lo que es lo mismo, que fluya la relación o desasirse, desapegarse. No tratar de explicarlo todo o de encontrarle sentido a cualquier conducta, sino relacionarse habitado por la libertad. |
La presencia plena nos ayuda a reconocer qué está pasando en el momento presente. Practicar mindfulness no requiere que vayamos a un lugar especial o que hagamos cosas raras. Podemos practicar mindfulness en la cotidianeidad. Podemos hacer las mismas cosas que siempre hacemos –caminar, estar sentados, trabajar, comer y hablar–, excepto que las hacemos con conciencia de lo que estamos haciendo.
Cuando miramos un hermoso atardecer, si estamos plenamente presentes, podemos conectarnos muy profundamente con el atardecer. Pero si nuestra mente no está presente y está distraída por otras cosas –si estamos preocupados por el pasado, o por el futuro, o por nuestros proyectos–, no estamos plenamente en ese momento y no podemos disfrutar de la belleza de ese atardecer. Mindfulness nos permite estar totalmente presentes en el aquí y ahora de tal modo que podremos disfrutar las maravillas de la vida, que tienen el poder de sanar, transformar y nutrirnos.
Cuando esto lo practicamos en la visita al enfermo, la admiración ante el ser humano que sufre y sus potencialidades se convierten en un escenario muy potente de salud. Y escuchar, entonces, se torna una forma privilegiada y profunda de hospitalidad.
BUENAS Y MALAS PRÁCTICAS
Malas prácticas
▶ Iniciar una visita planteando diferentes temas y en tono resolutivo, sin explorar antes el estado del enfermo.
▶ Imponer un estado de ánimo: «Hay que animarse», sin acoger con todos los sentidos la experiencia del enfermo.
▶ Distraerse con conflictos del pasado o planes para el futuro sin acoger la experiencia del presente: el aquí y ahora del paciente.
Buenas prácticas
▶ A ser posible, antes de visitar a un enfermo, dedicar algún momento de silencio interior, de relajación. No importa su duración, pueden ser segundos de disposición y apertura al encuentro.
▶ Coger el hábito de ser conscientes de nosotros mismos, de nuestro cuerpo, de nuestras sensaciones y sentimientos.
▶ Cultivar la admiración ante la naturaleza, las personas, respetando las diferencias: predispone saludablemente para el encuentro con las personas que sufren.
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CENTRARSE EN LA PERSONA
El caso de la 2329, el hígado de la 2, la hemoglobina de la 8, el timbre de la 16, y dale y dale. Por más que en todos los congresos de salud y de acompañamiento se hable de la necesidad de personalizar y humanizar la atención a las personas, seguimos anclados en dinamismos que no favorecen una consideración integral de la persona. Voces reiteradas en diferentes lugares del mundo reivindican un modelo de atención centrado en la persona, tanto en la enfermedad como en la dependencia. Es una clave fundamental para la visita al enfermo.
¿Conseguiremos realizar los cambios necesarios para promover una medicina centrada en la persona? ¿Será que la atención a los enfermos y a la dependencia superará viejos modelos de atención individualizada, pero al fin y al cabo seriada, porque es igual para todos en cuestiones de hospitalidad, de institucionalización, de normas de funcionamiento y protocolos? ¿Estamos realmente en camino? ¿No habíamos empezado con el surgimiento de la psicología humanista y con el desarrollo de la psicología positiva y los movimientos en torno al holismo?
Los significados
Hay quien