Meditaciones sobre la oración. Carlo Maria Martini
nosotros existe la espera de la salvación, el deseo de ver la gloria de su pueblo y la luz de las gentes: «Señor, mi deseo de ti, de tu gloria, de la luz de las gentes, de la justicia, de la verdad y de la paz, ¿es de veras tan grande como para atormentarme como se atormentó Simeón?».
Si dejamos espacio al silencio, creo que de nuestro corazón brotará ciertamente este grito de deseo: «¡Señor, ven! ¡Señor, ilumíname! ¡Señor, que seas la gloria de tu pueblo! ¡Señor, haz que veamos tu rostro! Haz que contemplemos entre nosotros tu justicia y tu verdad».
Y del deseo brota la gracia de la apertura de los ojos: «Abre mis ojos, Señor, para que sepa ver los signos de tu salvación entre nosotros; ábrelos para que en mi vida, en mi experiencia de Iglesia, en la oración, en el sacramento, en la experiencia de los hermanos, en la experiencia del Espíritu Santo que nos llena el corazón y en la fuerza de la Palabra viva que se nos ha transmitido, sepa ver, Señor, el signo de tu salvación; que sepa abrazar de todo corazón a este Niño, que abrace la novedad que aparezca en mi vida».
«Señor, haz que no cierre los ojos diciendo: “Este Niño no existe, esta salvación no existe, esta novedad no existe”. Ábreme los ojos para que pueda ver y comprender cómo tu salvación está entre nosotros, para que pueda comprender que basta con abrir los brazos para poder acogerla en nuestro corazón».
Preguntémonos todavía qué significa para nosotros abrir los ojos. Qué significa para mí superar los hábitos, los juicios desconfiados y triviales sobre las cosas, sobre las situaciones, sobre las personas, qué significa descubrir la novedad de Dios, su verdad, su alegría, el poder de su amor, y descubrirlo más allá de las apariencias y de los sufrimientos, más allá de todo lo que pueda nublar los ojos y la vista.
Así nacerá también en nosotros la oración de la contemplación y de la gratitud, y así es como nuestra vida será salvación y luz para los muchos que esperan.
LA EXULTACIÓN DE JESÚS
FRAGMENTO EVANGÉLICO: LUCAS 10,1-24
Después de esto designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo:
–La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: «Paz a esta casa». Y si hubiere allí un hijo de la paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: «El Reino de Dios está cerca de vosotros». En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: «Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca». Os digo que en aquel día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad.
¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho entre vosotras, ya hace tiempo que se habrían convertido, vistiéndose con sayal y ceniza. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras.
Y tú, Cafarnaún, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado...
Regresaron los setenta y dos alegres, diciendo:
–Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les dijo:
–Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar serpientes y escorpiones y sobre cualquier poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos...
En aquel mismo instante exultó Jesús en el Espíritu Santo, y dijo:
–Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Y volviéndose a los discípulos les dijo aparte:
–¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.
«En aquel mismo instante exultó Jesús en el Espíritu Santo» (Lc 10,21). Al decir «en aquel mismo instante», el evangelista conecta el regocijo de Jesús con el contexto inmediato del fragmento evangélico. Mateo, en cambio, trae las mismas palabras, pero fuera de un contexto preciso (Mt 11,25). Lucas inicia este capítulo con una acción misionera; enseguida relata un gesto de caridad (la parábola del samaritano) y acaba con la oración contemplativa (Marta y María). En medio de estos elementos (misión, caridad-prójimo, oración contemplativa) es donde Lucas inserta y destaca la oración de Jesús.
JÚBILO Y ALEGRÍA
Esta oración, dice el texto, es de júbilo: Jesús exultó. La expresión ya la hemos encontrado en el Magnificat, donde María dice: “Mi espíritu se alegra [exulta] en Dios, mi Salvador» (Lc 1,47), retomando el cántico de Ana: «Mi corazón exulta en el Señor» (1 Sam 2,1).
La misma palabra aparece en otro cántico de la liturgia, un himno de agradecimiento de la ciudad amnistiada y liberada: «Mi alma exulta en mi Dios» (Is 61,10). Hay personas y situaciones que ya antes de Jesús expresan lo que sienten como júbilo: el cántico de Ana, el cántico de agradecimiento de Jerusalén, el cántico de María.
El júbilo subraya el estado de ánimo de quien, frente a un acontecimiento repentino e inesperado, pero alegre, se siente como sacado fuera de sí; esto hace que en su intimidad surja un profundo sentido de la alegría. Se trata de una conmoción interior por algo inesperado y bonito que llega del exterior y que sorprende, como por ejemplo una persona lejana a la que no se espera y que de repente vuelve y provoca júbilo y alegría al poder volver a verla. Si esperamos una mala noticia, es lógico que estemos llenos de pesimismo; pero si nos dicen que todo ha acabado bien se experimenta el júbilo.
En todo caso, es preciso distinguir entre el simple júbilo humano, como el de María, Ana o Jerusalén, y el júbilo de Jesús.
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