Deja de intentar cambiar. Rodrigo Martínez de Ubago

Deja de intentar cambiar - Rodrigo Martínez de Ubago


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      Las neurociencias ya tienen muchas certezas sobre los factores que determinan el comportamiento humano y estas certezas van penetrando muy poco a poco en nosotros. Este libro es un elemento más que intenta poner al servicio de la sociedad las implicaciones de estos avances.

      Es hora de pararse. Te invitamos a que descubras una forma de mirarte desde la cual dejes de intentar cambiar para, ¡por fin!, poder ser tú.

      Capítulo uno. El hombre que sí podía cambiar

      Érase una vez un hombre que podía cambiar. De pequeño su madre le dijo que tenía mucho carácter, así que él decidió ser muy tranquilo y no enfadarse y su madre estaba muy contenta. Más tarde, en su grupo de amigos le decían que no tenía agallas y él decidió enfadarse más para defender sus opiniones, y a sus amigos les pareció muy bien, aunque a su madre no. Su padre le dijo que no podía tener tanto miedo, así que él decidió no tener miedo nunca más y su padre se puso muy contento. Pero más tarde su pareja le dijo que era un temerario y que había que ser más prudente, así que él decidió volver a tener algo de miedo y ser más prudente; su mujer estaba feliz, pero su padre le llamaba «gallina». Sus hijos le dijeron que era demasiado rígido y que tenía que saber improvisar y adaptarse mejor, así que decidió improvisar y ser más flexible y sus hijos estaban muy contentos. Pero en el trabajo el jefe le pidió que fuera más estricto y disciplinado así que él decidió serlo y su jefe le felicitaba todas las semanas, pero sus hijos no estaban ya contentos y no entendían qué le había pasado. Así que el hombre decidió cambiar según dónde y con quién estuviera. Con su madre era muy tranquilo, con sus amigos tenía carácter, con su padre era temerario y con su mujer prudente; con sus hijos era flexible y en el trabajo disciplinado. Y así fueron muy felices él y todos los que le rodeaban.

      D

      Se acerca mucho más a la realidad esta fábula atribuida a Esopo, La rana y el escorpión:

      Un escorpión le pide a una rana que lo ayude a cruzar el río prometiéndole no hacerle ningún daño. La rana no se fía al principio, pero acaba accediendo y el escorpión se sube a su espalda. Cuando están a mitad del trayecto, el escorpión pica a la rana y esta le pregunta incrédula: «¿Por qué lo has hecho?, ahora moriremos los dos». Y el escorpión le responde: «No he tenido elección; es mi naturaleza».

      C

      Los seres humanos nos parecemos al escorpión más de lo que creemos. Nuestra naturaleza nos lleva a comportarnos de forma estable (casi todo el tiempo) y consistente (en multitud de situaciones) a lo largo de nuestra vida. Intentaremos aclarar en este libro gran parte de lo que es eso que llamamos «nuestra naturaleza».

      Figura 2. «No he tenido elección; es mi naturaleza».

      A

      1 Gianni Rodari (2002) Gramática de la fantasía. Rodari escribe sobre cómo generar cuentos con los niños. Una de sus propuestas es el «binomio fantástico» que consiste en coger dos palabras al azar y unirlas con un relato. Nuestro cuento parte del binomio fantástico «hombre» y «cambiar».

      Capítulo dos.Lo evidente invisible

      «Ordena tu habitación», «por favor, ese pupitre está hecho un desastre», «¿cómo puedes tener así la mesa?, no entiendo cómo encuentras las cosas». Llevo oyendo estas frases y parecidas desde que tengo uso de razón. Y de verdad que me esforzaba en ser ordenado y me sentía mal cuando no lo conseguía. Hasta el día que descubrí que no podía serlo. Fue un alivio, la verdad. Así que dejé de intentar ser ordenado y por fin pude hacerme cargo de mi desorden. Más adelante os cuento como, ahora el objetivo es tomar consciencia de la trampa del «cambio».

      Desde que naces te piden que cambies. Cualquier aspecto de tu forma de ser que la sociedad en la que vives no considere «normal», serás invitado (en el mejor de los casos), instigado, presionado... a que lo cambies. Y si no lo haces serás reprendido, castigado, juzgado...

      Pero es tu forma de ser; así que no puedes cambiar, y de algún modo sufrirás por ello.

      Supongamos que Enrique puntúa 90 en extroversión. Esto quiere decir que el 90% de la población es menos extrovertida que él:

      Figura 3. Extroversión de Enrique

      Es un hombre muy extrovertido que lleva toda la vida oyendo: «Quique, para ya», «Enrique, no hay quien te aguante», «¿quieres estarte quieto por favor?» Pero Enrique no ha parado quieto nunca, aunque se ha esforzado mucho; incluso le han castigado por ello.

      Marta, en cambio, puntúa 20 en la escala extroversión, lo que significa que el 80% de la población es más extrovertida que ella:

      Figura 4. Extroversión de Marta

      Marta es introvertida desde niña y lleva toda la vida oyendo: «Marta, anímate», «Marta deja de leer tanto y sal a jugar», «Marta tienes que relacionarte más», «¿ya te vas? ¡Si estamos en lo mejor de la fiesta!» Y Marta se esfuerza mucho y aguanta como puede intentando seguir a los demás, pero no lo pasa bien.

      Entonces Enrique y Marta oirán que tienen que esforzarse más; que si quieren, pueden. Pero es una trampa: la fuerza de voluntad también tiene una base biológica; forma parte de nuestra naturaleza tener más o menos fuerza de voluntad y a lo mejor no es el motor que dirige nuestras acciones.

      Si no estás entre el 25 y el 75 de la escala (donde está la mayoría de la población), la sociedad te pedirá que cambies y entres en ese rango.

      Figura 5. Curva normal

      El grupo intenta que los individuos cambiemos para adaptarnos a los demás, a la zona media.

      Pero la mitad de la población puntúa entre 0 y 25 y entre 75 y 100 en los componentes de la personalidad. Está fuera de la zona media. Son personas que, en algún aspecto de su forma de ser, no encajan, son diferentes. En los próximos capítulos veremos por qué ocurre esto y por qué paradójicamente está instaurado en nuestra cultura que sí podemos cambiar si nos esforzamos lo suficiente.

      Este intento de cambiar a las personas se da en todos los ámbitos.

      Los profesores experimentan la frustración de intentar cambiar a sus alumnos. Empiezan ilusionados y cargados de herramientas destinadas a implantar los comportamientos y valores «adecuados». Pero ven como pasan los cursos y que hay alumnos que no terminan de adaptarse. Quizás conocer a esos estudiantes y adaptar las herramientas a ellos y no tratar de adaptarlos a ellos a las herramientas, sería más útil. Luisa, orientadora en un colegio, dice: «Es como intentar que encajen cuadrados en círculos; siempre te sobra o te falta algo, nunca acaba de funcionar». Posiblemente el mejor profesor que recuerdas era aquel que no te juzgaba, que no te pedía que cambiaras. Era el profesor que te «vio», más allá de lo que tú mismo eras capaz de verte, y sacó lo mejor de ti sin pedirte lo que no podías dar.

      En las empresas se dan por «perdidos» a los empleados que, a pesar de haber sido formados y ascendidos –y culpabilizados al final–, no acaban de dar lo que se esperaba de ellos. Porque nadie se ocupó de


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