Presencia y poder. Enric Lladó Micheli
centrado en su arte o simplemente se trata de alguien completamente descentrado, de un excéntrico. A menudo los extremos se tocan.
Desarrollar tu presencia con un buen fondo de armario está bien, pero no hay nada como estar en forma para que cualquier prenda te siente de maravilla. En un nivel todavía más profundo encontramos la forma física, algo que suele requerir de un esfuerzo personal considerable y que, ahora sí, ya puede empezar a ser un potente indicador (aunque no de manera inequívoca ni mucho menos) de rasgos más profundos de la personalidad de quien tienes delante tuyo.
Mantenerse en forma y practicar unos hábitos saludables requiere de constancia y de dosis elevadas de fuerza de voluntad. Especialmente si estás a cargo de una familia, tienes un trabajo exigente y más de cuarenta años. Mantener un vientre plano con veinte años, sin haber parido, pudiendo ir todos los días al gimnasio, cuando no tienes que controlar tu alimentación porque tu metabolismo lo quema todo y sin tener que preocuparte de cambiar el pañal a nadie, de hacer la comida o de terminar una jornada laboral de diez horas, es mucho más fácil. Como es natural, en este nivel más profundo la dificultad hace que encontremos a menos personas.
De nuevo, algunas presencias poderosas invierten completamente el color en este nivel: el activista político demacrado por la huelga de hambre, o el deportista paralímpico, que a pesar de las dificultades, es capaz de llegar increíblemente lejos. Exhiben un cuerpo que los sitúa en el otro extremo y que por ello impacta, mueve, y a menudo conmueve.
Si seguimos avanzando, en un nivel mucho más profundo estaría el comportamiento observable, la manera en la que nos expresamos, lo que tradicionalmente se ha venido a llamar los modales, la educación.
Seguro que conoces a personas con un aspecto magnífico que en cuanto abren la boca pierden todo su atractivo. Seguro que también habrás conocido a personas quizás menos agraciadas pero que por su manera de hablar, a menudo solamente por la manera en la que se mueven, resultan simplemente irresistibles.
Figura 17. Círculos concéntricos de la dimensión física. Cuanto más externo, más visible a simple vista, pero menos indicador de una presencia realmente poderosa y centrada.
Con los modales ha ocurrido algo muy habitual: el nombre ha sustituido a la cosa, la forma al contenido, el ritual ha acabado con su propia razón de ser. En muchas ocasiones, el protocolo y la etiqueta se han convertido en una mera recopilación de comportamientos absurdos, arbitrarios, desconectados de su para qué, que repetimos de manera casi supersticiosa.
Mete a una gallina en una caja cerrada, con iluminación, un orificio para poder alimentarla y otro orificio para poder observarla (lo que en investigación científica se denomina una caja Skinner). Cada cinco minutos introduce sistemáticamente un grano de maíz. Entonces ocurre lo siguiente.
La gallina piensa que la aparición del primer grano tiene que ver con algún gesto que acaba de realizar. Para comprobar que esto es así, empieza a repetir el gesto más y más. Lógicamente, cuando al cabo de cinco minutos aparece otro grano de maíz, cree que es por el gesto que ha estado repitiendo, con lo que lo repite ahora con mucha más intensidad. Su «deducción» se «confirma» porque al cabo de cinco minutos aparece un nuevo grano de maíz.
Al cabo de una hora, si miras dentro de la caja, te encuentras con una gallina que repite como una loca el mismo gesto una y otra vez.
Si pones diez cajas Skinner una al lado de la otra, te encuentras con diez gallinas locas que repiten frenéticamente cada una un gesto diferente.
Un determinado comportamiento acaba resultando de «buena educación» porque así nos lo han enseñado, pero por ninguna otra razón. Y entonces resulta que tirarse un eructo después de comer es de mala educación en algunas culturas y de buena educación en otras. Hemos pervertido los buenos modales porque hemos olvidado su auténtica naturaleza, su razón de ser.
En cualquier cultura, los modales de una presencia profunda y centrada tienen originariamente un solo objetivo: hacerte sentir bien. Son comportamientos que comunican que para esa persona realmente existes y eres importante, que en definitiva te validan y te abren un espacio seguro para que puedas ser tú mismo con autenticidad. Esa es la verdadera esencia de los modales.
Por ello, en el plano físico, una presencia profunda y bien centrada suele ser esencialmente alguien presente y callado. Que está allí contigo y que te ofrece todo el espacio que necesitas para hablar, para expresarte y para ser en libertad. No es más rico el que más tiene sino el que más puede ofrecer. Y sin duda la generosidad de ese ofrecimiento callado, de ese espacio, te hace sentir bien. Esa satisfacción que experimentas al recibir ese regalo es lo que hace de esa presencia una presencia luminosa.
Pero no es solo ese influjo lo que le da su poder. Porque, como reza el dicho: «el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras». Quien calla mantiene sus posibilidades intactas, no se ha comprometido. Por ello, en una conversación, el silencio es el lugar de máximo potencial.
El negociador que calla hace hablar a la otra parte y ya se sabe que por la boca muere el pez. El gerente que permanece callado en una reunión profesional es quien, cuando hable, recibirá la mayor atención. El orador profesional que calla estratégicamente cuando toca, genera un momento de fuerte expectativa, es capaz de enfatizar con mayor fuerza y transmite una fuerte sensación de seguridad y control.
Las palabras son verdaderamente poderosas cuando vienen precedidas de un profundo silencio. Unos huevos fritos con patatas son el manjar más delicioso del mundo cuando llevas tres días casi sin probar bocado. Callar cuando toca, y hablar lo justo y necesario, siempre ha sido una virtud de todos conocida y de pocos practicada. Para los que queremos desarrollar nuestra presencia en la dimensión física, existe un camino sencillo: simplemente callar. Callar cada día un poco más de lo que nos pide el cuerpo. Y solo haciendo esto tan sencillo, sentiremos cómo al instante se multiplica la profundidad de nuestra presencia y, con ella, nuestra influencia y nuestro control.
Es mejor callar y parecer estúpido,
que hablar y despejar la duda definitivamente.
Groucho Marx
Callar no es lo mismo que estar en silencio
Sin palabras, sin caricias, sin contacto visual. Así es como César Millán, más conocido como «el encantador de perros» aconseja abordar un primer encuentro con un perro desconocido. La idea es evitar que nuestras señales invadan el espacio del perro en ninguna de sus dimensiones sensoriales, ejercer lo que sería una especie de silencio multisensorial y permitir que poco a poco el animal pueda acercarse, empiece a percibir nuestro olor y con él nuestra energía.
Igual que no es lo mismo oír que escuchar, no solemos caer en el hecho de que existe una diferencia abismal entre callar y estar en silencio. De hecho, es habitual estar callado sin estar en silencio.
Pues bien, una presencia poderosa en el plano físico, más que una presencia callada es una presencia realmente silenciosa, vacía.
Para ilustrar la diferencia, imagina que la persona con la que estás hablando está callada pero tiene una ceja arqueada y está con la boca un poco abierta como a punto de decir algo. Su semblante es de contrariedad. Su cuerpo está ligeramente inclinado hacia ti, sus gestos como indicando que está a punto de intervenir.
Efectivamente está callada, pero no está en silencio en absoluto. Es evidente que en su cabeza hay un ruido propio, quizás nuevos juicios o nuevas ideas para contra-argumentar. Su mente no está allí de manera plena y en su cuerpo resuenan vibraciones que empujan, que quieren ocupar tu espacio.
Todo esto se percibe. Consciente o inconscientemente. Y entonces, cuando sientes tu espacio invadido o a punto de ser invadido, tratarás de contrarrestarlo de alguna manera. Tomarás alguna medida para asegurar tu propio espacio y no permitir que la otra persona entre. No te dejarás influir.
Callar es hacer el silencio con tu voz. Pero, como diría Gandhi, el silencio de los labios cosidos no es silencio. El silencio de verdad lo es con toda tu corporalidad.