El amor y sus corazones; las dualidades. Andrés Pérez Mariz
de cariño y ternura.
Flor de ambrosía, estrella de mi ilusión
y toda esperanza en la mía vida.
Pero a poco truncose la fantasía
que, como marea, emergió los defectos.
Unos por pensar, otros por herencia.
Mas a los míos... los erigió proscritos.
Eso ayudó a hacer los tuyos dormitar.
Más bien los de herencia, alzar fue verlos;
de no al reconocer su existencia
y (a ello) es el mío ruego de atenderlos.
Por eso tu padre es peor ejemplo
y si, el puro amor de nuestra historia,
ser capaz debe en reconocerlo:
¡Nuestro es motor de riqueza y alegría!
Y con ello retomé la pasión;
por tu posesión. Tuya inocente;
por la hambruna. Recelos sin razón;
por tu amor chalón (luz floreciente).
ACEPTA EL CAMBIO Y ELIMINA TU HERENCIA MALDITA
Las uvas del mundo te veo comer
y, de la vida, aceptas su yelmo.
A igual modo, deseo herencias malditas
y, por siempre anales, rompas su yugo.
Nunca más tu chantaje me hará caer,
pues la lid por ti es vencida, y afirmo:
la guerra ganada, haces por mí dadas.
Si en la relación humana al mundo,
no se trata de las guerras vencer;
que males al ser riegan cual racimo.
Sino que, de la paz y concordia,
pierden y ganan todos… a su fallo.
Vacía disculpa con versos de éter,
que a tu voz se pronuncia cual salmo:
¡Para que un solo paso!, ¿tú cedas?
Pero tras de ti, amparas mil y uno.
Maldito chantaje por el querer,
del que tan fácil yo te lo eximo.
Si para cuando con Dios te encuentras,
debes cuerpo y alma hacerlos suyo.
Del perdón al cambio mismo ha de ser,
y del amor al encuentro humano.
Dejemos las disputas y enfrentas;
reprobando y amedrentando en puño.
E inquiramos acordar y conceder
con la paz solemne del solo amor.
RECUERDO
Su recuerdo ingrato y afín, mi falta es,
y la ausencia por lo que fue, mi alma hiere.
Embriagándose en dolor sin su presencia,
se niega mi ser la esperanza mía perder.
Nuestro fue el momento; divino en gracia hubo:
que los ángeles, otorgando, nos dieron.
Ni espacio ni tiempo encuentro nuestro tuvo;
que así fueron dos almas las que se unieron.
Mas todo tu nombre aclaman los serafines de amor,
por retomar tú el nuestro pasado. Que son mis pesares:
oír tus quejas como un acto previo hacia tus puentes;
a poder llegar yo a tu alma y, todo yo (en nuevo nacer);
bien se verterá a ti, presuroso, mi corazón de ardor.
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