La traición de Darwin. Gerardo Bartolomé

La traición de Darwin - Gerardo Bartolomé


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la misión que se nos encomendó. Relevaremos y mapearemos el sur del continente americano para que nuestros barcos puedan cruzar de un océano a otro sin peligro. Buscaremos e identificaremos rocas peligrosas, corrientes traicioneras y peligros ocultos pero también encontraremos los caminos más cortos y los mejores puertos donde en el futuro la naves en peligro puedan pasar tormentas o esperar la llegada de auxilio. Dominar el cruce de los dos océanos es fundamental para que Inglaterra siga reinando en los mares.

      Pero a diferencia de otras expediciones de relevamiento, la nuestra tiene otra misión que es absolutamente nueva para la Marina Inglesa. Además del relevamiento geográfico haremos un relevamiento científico de toda la región. Enumeraremos animales terrestres y marinos, plantas, hongos y también se realizarán observaciones geológicas. Por este motivo nos acompaña el señor Charles Darwin en carácter de extranumerario, es decir que no forma parte de la tripulación del Beagle pero será tratado como si tuviera el rango de oficial. El señor Darwin cuenta con mi más absoluta confianza para lograr este objetivo. Así que señores, ¡Hacia la Gloria navegamos! (To Glory we steer).

      En ese momento sonaron dos cañonazos que dieron el cierre perfecto a la arenga. La tripulación dio tres hurras, delirando de entusiasmo. Fitz Roy se los había puesto en el bolsillo, sabía perfectamente cómo manejarlos, era su líder y ellos lo adoraban.

      Cuando ya todos volvían a sus puestos el capitán les ordenó quedarse. Lo que siguió no fue tan agradable. Tres guardiamarinas trajeron a los acusados de ebriedad en el día de Navidad y se procedió a azotarlos, según el reglamento de disciplina. Así Fitz Roy mostraba que también podía ser un capitán implacable. Cada uno debía elegir si iba a estar entre los que “navegaban hacia la Gloria” o entre los que recibían latigazos.

      Los hombres asistieron en silencio a la triste ceremonia y todos entendieron que no sólo Inglaterra esperaba que cumplieran con su deber sino que su capitán también.

      En los primeros días de viaje, el Beagle avanzaba rápidamente. El viento era fuerte y el mar estaba picado por lo que el barco se movía mucho. Darwin se pasaba casi todo el día en su hamaca de la sala de mapeo, tratando de dominar unas náuseas persistentes. Stokes le explicó que la “gente de tierra” siempre se marea al principio pero después de un par de semanas la mayoría se acostumbra. Darwin temía no formar parte de esa mayoría y se preguntó, aterrado, si sería capaz de soportar un viaje de cuatro años en esas condiciones.

      Stokes continuó explicándole que en las peores tormentas hasta los marinos más experimentados se marean. —“Le podría decir que los únicos que nunca vi que se marearan, ni aún en la peor marejada, son los aborígenes fueguinos. Cuando los traíamos, en nuestro viaje anterior, pasamos por momentos terribles y ellos jamás mostraron el menor signo de incomodidad.”

      A medida que pasaban los días y el Beagle avanzaba hacia el sur el clima se fue haciendo más templado –venían de un crudo invierno inglés– y el mar también se mostraba cada vez más benigno. Darwin pudo salir a cubierta, disfrutar del buen tiempo. Con una red y unos alambres hizo un embudo que, mantenido un par de horas en el agua, le permitía recolectar fauna marina. Así empezó su trabajo de naturalista a bordo del Beagle, mientras esperaba llegar al lugar de la primera parada, Santa Cruz de Tenerife, en la Islas Canarias.

      En la mañana del 6 de enero Darwin se despertó, Stokes lo estaba sacudiendo. “Charles, está amaneciendo, ya llegamos. Venga a cubierta.”

      Darwin se vistió rápidamente y salió con pasos ligeros. Había gran actividad en la cubierta a pesar de ser muy temprano. Muchos se habían levantado antes de su turno para contemplar el maravilloso Teide.

      El sol acababa de salir; apenas por encima del brumoso horizonte se lo veía enorme y anaranjado. Con el sol a sus espaldas Charles vio delante de él una isla con un pequeño poblado compuesto mayoritariamente por casas blancas, por encima del nivel de las casas un poco de niebla quitaba visibilidad, pero por encima de ésta sobresalía con su enorme majestuosidad una montaña de aspecto volcánico. La mitad superior del perfecto cono montañoso estaba cubierto por nieve, a pesar de que estaban casi a la latitud del Trópico de Cáncer. La luz del sol de madrugada le daba a la nieve un color entre amarillo y naranja que resaltaba por sobre el cielo, todavía oscuro, del fondo.

      Para los aborígenes ya extintos de las Islas Canarias, los guanches, esta montaña tenía un carácter sagrado, semi divino. Los españoles le habían mantenido el nombre aborigen original El Teide.

      —Es mucho más alto de lo que me imaginaba —dijo Darwin

      —Tiene unos doce mil pies de altura, más alto que cualquier montaña de Gales o Inglaterra y creo que también que cualquiera de los Alpes.

      —Es más espectacular que cualquier montaña que yo haya visto. Supongo que porque por un lado nunca vi una tan alta y por otro lado, en general las montañas forman parte de cordones montañosos en cambio ésta está sola, aislada en el mar, lo que la hace resaltar más.

      —No tan sola y aislada —dijo Stokes, y señaló hacia la proa del barco. —Vea allá en el horizonte, —se veía otra isla también dominada por una gran montaña, ésta sin nieve— esa isla es la Gran Canaria. Medí la altura de la montaña con mis instrumentos, harían falta mediciones desde tierra firme para lograr mayor exactitud, pero parece tener unos seis mil pies de altura, lo que para una isla tan pequeña representa muchísimo.

      —¿Cómo son las demás islas del archipiélago?

      —Todas ellas con gran relieve, aunque ninguna otra con montañas tan altas como estas. ¿Por qué lo pregunta?

      —Porque me imagino que ambas montañas son volcanes seguramente todavía activos. Estas islas no son ni más ni menos que montañas que, desde el fondo del mar, llegan a la superficie. Las continuas erupciones las deben de haber elevado por encima del nivel del mar. Seguramente todo el archipiélago tiene el mismo origen, por eso son todas muy montañosas. Cuando descendamos verificaré si las rocas son producto de la lava.

      —Para eso faltan por lo menos dos horas. No podemos bajar hasta que tengamos permiso de tierra, y la oficina de puerto aún no ha abierto.

      Los jóvenes se quedaron en silencio con los codos apoyados sobre la baranda de cubierta admirando el paisaje que la mañana les ofrecía. Luego de unos minutos Stokes rompió el silencio.

      —Dígame Charles, supongo que hasta hace cuatro meses no estaba en sus planes que alguien lo invitara a ser naturalista de una expedición que daría la vuelta al mundo. ¿Cómo hubiera seguido su vida sin la invitación de Fitz Roy?

      —Mi padre quería que yo fuera médico rural, como lo es él. Pero al estudiar medicina me di cuenta que la sangre y el sufrimiento humano me hacían mal. Creo que nunca me habría acostumbrado a eso, como quizás nunca me acostumbre al mareo de mar. A mi padre no le gustó nada cuando le dije que no sería médico. Se me ocurrió que ser pastor3 sería muy parecido. Él siempre dice que no hay mucho que pueda hacer contra las enfermedades, su principal tarea es conformar al paciente para que así se recupere o se resigne al mal que sufre. Pues bien, yo le expliqué que la tarea del pastor no es muy distinta a la de un médico rural sólo que en lugar de tratar los males del cuerpo trata los males de alma. —Pero Charles, para ser pastor hace falta tener una gran convicción. Por lo que me dice no había recibido el “llamado divino”.

      —Es cierto, supongo que esperaba que con el tiempo recibiría el llamado divino, como usted le dice. Pero la verdad es que elegí esa profesión para conformar a mi padre.

      —Usted respeta mucho a su padre.

      —Claro que lo respeto, pero no es que lo quería conformar por una cuestión de respeto sino más bien porque mi padre es una persona muy sabia y él tiene claro qué es lo mejor para mí.

      —Entiendo Charles… entonces supongo que ahora, al estar lejos de su padre por tanto tiempo, ¿siente que le falta su guía?

      —Yo pensé que así sería, sin embargo supongo que ya debo haber madurado. Siento que estoy haciendo lo correcto más


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