La traición de Darwin. Gerardo Bartolomé
querido adelantarle ni una palabra sobre el propósito de la reunión. Tan solo le dijo que vistiera su mejor ropa y que se armara de paciencia, porque la agenda muy apretada del Ministro generalmente le infligía a sus visitas una larga espera.
El joven había visto pasar al mozo vestido de etiqueta, llevando una bandeja cargada de bebidas y tortas. Cuando se abrió la puerta para que entrara el mozo, escuchó de adentro del despacho las voces de varias personas. Frente a él un gran reloj de péndulo empezó a tocar las cuatro de la tarde. El estaba citado a las tres. No estaba acostumbrado a que el tiempo pasara sin hacer nada útil, la situación de esperar y esperar lo ponía de mal humor sin embargo no podía decir que no estuviera avisado de que esto pasaría. La carga de la bandeja le avisaba que la espera se prolongaría. Al salir el mozo, se dirigió hacia él y le dijo:
—El doctor lamenta que usted deba esperarlo, pero motivos de Estado prolongaron la reunión anterior. Me dijo que le ofreciera algo para comer o para tomar ya que él todavía se demorará una media hora.
El joven sólo pidió un vaso de agua fresca mientras mascullaba su impaciencia sin saber que la entrevista con Elizalde cambiaría su vida.
Mientras esperaba hizo memoria sobre lo que su tío le había dicho del ministro. Ya había sido Ministro de Relaciones Exteriores durante la anterior presidencia de Mitre y hubiera sido su sucesor si no fuera que “el loco sanjuanino”, como le decían a Sarmiento, le arrebató el cargo. El siguiente Presidente, Nicolás Avellaneda, precisaba del apoyo de Mitre y por eso varios de sus partidarios ocuparon cargos de alta jerarquía en el gobierno. Rufino de Elizalde era el garante de que Avellaneda contara con el apoyo de Bartolomé Mitre, el principal político porteño. Al joven no le interesaba la política y se había perdido en la explicación de su tío. Tan sólo sacó en limpio que estaba por reunirse con una de las personas más importantes del país.
Ahora el tiempo había pasado sin que se diera cuenta, notó que no había tomado el agua y cuando iba a agarrar el vaso lo sorprendió el ruido de la puerta abriéndose. Pensó que saldrían las personas que estaban antes que él pero en el marco de la puerta vio sólo a un hombre delgado de alrededor de cincuenta años, con largas patillas que sonriendo le dijo, en un tono simpático y casi socarrón:
—¡Francisco Pascasio Moreno, naturalista y explorador de lagos recónditos, adelante, que la Patria lo precisa!
El joven Moreno abrió grandes sus ojos y se levantó. La bienvenida le había causado gracia y mejorado el humor. Le dio la mano firmemente al Ministro y pasó al despacho en el que esperaba encontrar esas otras personas, pero no había nadie.
—¿Sorprendido? —dijo Elizalde.
—Es que pensé que estaba con otras personas y como no las vi salir…
—Ahá, es Ud. muy observador. Lo que pasa es que este despacho tiene un pequeño secreto muy útil para los políticos. Tiene dos entradas, con sendas salas de espera, para evitar que los visitantes puedan encontrarse.
—O también para que Ud. salga sin ser visto por quien lo espera.
—¡Muy bien Francisco! También para eso, y no diré que alguna que otra vez no usé esa artimaña, ja, ja. Bueno sentémonos en los sofás, que estaremos más cómodos.
Moreno se dio vuelta y le dio un vistazo al despacho. Este era bien grande y estaba un tanto sobrecargado de adornos y muebles. Las paredes estaban cubiertas por una soberbia boisserie, de las que colgaban cuadros de personalidades y escenas de batallas. Uno en especial atrajo su atención.
—Es de la batalla de Caseros. Yo estuve allí —dijo el ministro —cuando vencimos al tirano1.
—Claro, el 3 de febrero de 1852, casi 4 meses antes de mi nacimiento.
Los dos se sentaron en mullidos sofás. Elizalde extendió un mapa del sur del continente sobre la mesa. Grandes partes del mapa estaban ocupadas por las palabras Terra incognita, territorio aún inexplorado.
—Su tío me estuvo contando sobre su viaje exploratorio a las nacientes del río Limay. Entiendo que el lago que lo forma se interna en la cordillera.
—Así es, los indios lo llaman Futa Laufquen que en mapuche significa “laguna grande”. Uno de sus brazos llega hasta un paso que es el que ellos usan para cruzar a Chile.
—También me contó su tío que usted es un gran naturalista, se interesa por la geología y la antropología.
—Veo que mi tío le habló bastante de mi… Es verdad, me atrae la ciencia en general. La antropología me resulta una de las ramas más fascinantes. En este viaje encontré una cueva que fue habitada por indios muy antiguos. Ahí había dibujos en la roca, huesos y puntas de flecha, probablemente de época anterior a la conquista de América. También tengo una colección de cráneos y armas indias de viajes anteriores… La verdad es que me podría pasar horas hablando de la exploración de tierras desconocidas pero intuyo que Ud. no me llamó para que yo le cuente esto.
—Es verdad Francisco ¿no le molesta que lo llame por su nombre de pila, verdad? En realidad le pedí que viniera para proponerle que realice un viaje de exploración que le podría ser de gran utilidad a nuestro país. ¿Qué sabe usted del río Santa Cruz?
—No mucho. El año pasado fui allí en barco con el naturalista Carlos Berg, pero sólo pudimos ver la desembocadura. Lo demás lo sé por haber leído sobre la expedición inglesa de Fitz Roy y Darwin. Sé que Piedra Buena mandó a un grupo de aventureros que fueron los primeros en llegar al lago del cual nace el río y que hace poco una expedición de la Marina llegó con un bote al mismo lago.
—Así es, y a los pocos días una expedición chilena llegó al mismo lugar. Si no reaccionamos, Chile se quedará con gran parte de la Patagonia o quizás con toda ella. Vea Francisco, el gobierno de Sarmiento perdió muchísimo tiempo. No supo asentar la soberanía argentina en la Patagonia y los chilenos aprovecharon muy bien nuestra inacción. Nuestro Presidente, el doctor Avellaneda, ha decidido que la expansión argentina es una de sus políticas de estado más importantes. Mientras el ministro Alsina tiene como tarea terminar con el problema del malón de los indios, a mí se me ha encomendado la tarea de reforzar la presencia territorial como país soberano de este territorio.
—Pero doctor, lo que no entiendo es qué papel puedo cumplir yo.
—Déjeme que haga un poco de historia, así le puedo explicar mejor. Los países de América del Sur se crean, al derrumbarse el imperio Español, siguiendo los mismos límites que tenían las distintas jurisdicciones administrativas creadas por Sevilla, esto se llama el principio de Uti possidetis juris. De esa manera Argentina surge de lo que era el Virreinato del Río de la Plata (con las escisiones de Uruguay, Paraguay y Bolivia que no se plegaron a la Revolución de Mayo de la que participó su famoso antepasado Mariano Moreno). Chile hereda el territorio de la Capitanía General de Chile. Todo hubiera sido simple pero… siempre hay un pero… los buenos españoles no se tomaron el trabajo de delimitar fronteras en los territorios que no conocían y que además estaban dominados por los indios. Vea en este mapa.
Ambos se inclinaron sobre una reproducción de un antiguo mapa español.
—Mire estos territorios que hace 100 años se declaraban como desconocidos: la Puna, el Chaco y la Patagonia. Al no existir fronteras en las antiguas jurisdicciones españolas, en estos tres territorios hubo grandes problemas fronterizos. En el Chaco, un problema limítrofe con Paraguay que se resolvió en una cruel guerra que supo ganar nuestro entonces Presidente, don Bartolomé Mitre. En la Puna tenemos una situación explosiva entre nosotros, Bolivia, Perú y Chile. Y en la Patagonia todo está para disputarse con Chile. Nosotros sostenemos que la cordillera debe separar los dos países pero Chile no piensa igual y aspira a quedarse con todo. Si no reaccionamos se quedarán con toda la Patagonia. Hasta ahora han demostrado ser mucho más audaces que nosotros. La fundación de Fuerte Bulnes y de Punta Arenas, mientras Argentina “dormía”, marca una importante presencia chilena en la zona que hace que para las potencias europeas, Chile tenga un mejor fundamento para reclamar la Patagonia.
Moreno