Viviane Élisabeth Fauville. Julia Deck

Viviane Élisabeth Fauville - Julia  Deck


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por las huellas del lampazo mientras la otra hurga en la portería en busca de su llavero y la sigue. La encargada abre la puerta sin dificultad, como si se pasara el día curioseando en las casas vacías. Levanta un almohadón del sofá, la guía de los canales de televisión en la cocina, bueno voy a ver en el cuarto, declara sin definir sus intenciones. Viviane la sigue rápidamente por el pasillo y entra en el segundo cuarto. Mientras la encargada examina la habitación matrimonial, ella vuelve a poner el estuche de los cuchillos en su lugar.

      Ahí va, mire esto, dice triunfalmente la encargada desde el otro lado de la pared. Viviane se acerca y ve que ella recogió al pie de la cama un pedazo de plástico brillante que muy probablemente haya servido de envoltorio para un condón. Pero cuando la encargada lo despliega, qué decepción, un simple paquete de chicles. Viviane muestra las viejas pantuflas trabadas en el fondo del armario para justificar haber pasado al otro cuarto; estaba pensando que iba a recuperar esto, ya que estoy. Pero adelante, querida, no se la haga fácil al señor. Terminan de mirar todo el departamento, no hay correo en ninguna parte, Viviane sale primera y deja que la encargada cierre con llave. Gracias igual, señora Urdapilla, un gusto verla.

      Se dirige luego a la place Félix-Éboué, donde entra en un bar, pide un sándwich de jamón y manteca, y un agua con gas; no, deme más bien una copa de vino, blanco, sí, perfecto el blanco. Del otro lado de la vidriera, los ocho leones de la fuente escupen agua como llamas. Viviane se desinteresa rápidamente, mastica un pedazo de sándwich, divisa un Le Parisien tirado en la otra punta de la barra y deja de masticar.

      Pasa rápidamente las primeras páginas, ninguna la concierne, se detiene en la decimotercera, que promete policiales, y en particular en un filete, abajo a la izquierda, con la volanta “Homicidio”. “Una secretaria mata a su exnovio”. No se puede extraer ninguna enseñanza. La mujer, de treinta y nueve años, fue detenida tres horas después de los hechos en su domicilio, en Cambremer, en el departamento de Calvados. Los detectives conocen el oficio, son especialistas en esta clase de criminales aficionadas. Y entonces, ¿qué hace la policía? Son las 12:30. El doctor está muerto desde anoche; seguro que no tardaron en descubrirlo: un paciente, una esposa preocupada con la pata de cordero entre las manos, las papas con perejil que se enfriaron. Seguramente hubo quejidos y gritos, un vecino corrió hasta el lugar de los hechos, marcó el 17 bajo la mirada extraviada de la viuda.

      Tarde o temprano, sonará el teléfono. Un inspector querrá saber qué hizo Viviane durante la noche, por qué pidió una cita urgente, porque seguramente el paciente de la mañana –el que estaba con el doctor cuando él contestó a la llamada– habrá referido la conversación. Bastaba con revisar la lista de contactos del psicoanalista para saber quién lo llamó, qué tonta eres, Viviane, demasiado tonta, deberías haberte llevado su teléfono, estaba sobre el escritorio, lo recuerdas perfectamente.

      Ella cierra el periódico. Consulta, en la última página, el horóscopo. “Amor: algo cambia en su relación con el ser amado. Éxito: usted podría encontrarse en una suerte de viraje. Salud: un poco de tensión nerviosa”. Termina su copa y sale del lugar en dirección a Faidherbe-Chaligny, piensa en la posibilidad del subterráneo, decide seguir caminando. Camina y piensa cada vez más rápido bajo las nubes metódicamente alineadas. Con un poco de suerte, los funcionarios andarán ocupadísimos. Y la tasa de esclarecimiento de los homicidios de cuánto era, del ochenta por ciento según las estadísticas del Ministerio del Interior, sin contar los errores judiciales, esto viene a ser al menos un veinte por ciento de posibilidades de librarse, va pensando ella mientras sube por las rues Faidherbe y Saint-Maur. Por otra parte, no hay ni antecedentes ni motivo, y seguramente nada incriminatorio en las historias clínicas del doctor, tan poco relevante le parecía ella como paciente. Viviane bordea el hospital Saint-Louis por el nornoreste. Ciento cincuenta metros a la derecha la llevan de nuevo a la place du Colonel Fabien, y ahora todo derecho, y ahora en el bolsillo de su gran abrigo gris el celular se pone a vibrar.

      4

      Disimulada por una hilera de comercios de barrio, detrás de la place Maubert, la comisaría central del distrito 5.° ocupa una gran manzana de casas entre el boulevard Saint-Germain, las rues de la Montagne-Sainte-Geneviève, des Carmes y Basse-des-Carmes. Que los diseñadores lo hayan hecho adrede o no, su arquitectura se inspira en la estética militar como se ve en las costas francesas, en los búnkeres, los fortines, las bases submarinas construidas por los alemanes durante la Ocupación. En fin, es bastante feo. Mientras cruzan el vestíbulo apretando los puños sudorosos, Viviane y su hija no despiertan ningún interés entre los agentes que conspiran alrededor de la ventanilla. Pero la encargada de informes escudriña a la madre con cierta desconfianza al enterarse del motivo de su presencia: fue citada por el oficial de policía judicial Philippot, en fin, no sabe por qué la llamaron, cállate Viviane, te estás enredando, te estás hundiendo, cállate. Suba al tercer piso, ya la va a llamar, responde la encargada.

      A la salida del ascensor, se alinean unas sillas de plástico frente a los despachos con vitrales azulados, revestidos por dentro con unas persianas con hojas filosas. Esto es muy parecido a las series que emiten los canales de la televisión pública. Visto desde más cerca, se puede observar sin embargo que la limpieza es deficiente y que la pintura ameritaría una renovación.

      Un oficial le indica a Viviane que se siente, y ella se sienta y observa las idas y venidas en el pasillo. Distingue fácilmente a los polis de civil, que circulan tranquilamente entre los despachos, de los simples civiles que entran a regañadientes y se apuran en salir. Al cabo de un cuarto de hora la bebé empieza a quejarse, llora y termina gritando sin el menor recato. La miran, Viviane se pone colorada, se levanta y camina por el pasillo con su hija en brazos. Cuchichea palabras de amor, pero en su interior está tan poco convencida de que puede tranquilizarse que no hace más que acrecentar los chillidos de la niña.

      Se abre una puerta y aparece un hombre muy alto, muy bello. Le lleva una cabeza a la madre, mira de reojo a la niña, que se calla. Pase, dice el oficial de policía judicial Philippot, terminemos con esta tortura. Entran en un despacho sin alma con una mesa cargadísima de expedientes en el medio, dos sillas de cada lado, una vieja computadora en el rincón.

      Bien, estimada señora, entonces usted es una paciente del doctor Jacques Sergent. ¿Cómo se enteró de su muerte? Y penetra a Viviane con la mirada, que ya no puede pensar en nada. El policía tiene la cabeza lisa y los labios carnosos, una especie de Yul Brynner con ojos claros. Su camisa celeste combina con sus ojos, su chaqueta color arena, con su piel. Tendrá cincuenta y tres, cincuenta y cuatro años. A Viviane le gusta mucho. Le gusta mucho y la va a atrapar porque no parece nada tonto.

      ¿Se murió?, se arriesga a preguntar ella sin esperanza. Pero ¿cómo puede ser que se haya muerto? Lo vi el otro día, estaba muy bien, ¿y ahora quién me va a atender?

      Qué curioso, todos dicen lo mismo, ironiza el inspector. ¿Cuándo fue su última sesión?

      El viernes. Sí, el viernes, tenía sesión a las doce del mediodía. Es el horario que tengo desde hace dos meses, y el miércoles a las diez. Antes estaba embarazada, explica mostrando a su hija con un movimiento del mentón, ese gesto con el que se señalan las verduras en el mercado o el vuelto que se dejó en el mostrador.

      ¿Y le fue bien?

      No le voy a mentir, dice Viviane después de un silencio en el que piensa sería mejor mentir, y luego, no, miento muy mal, no me va a creer jamás, y finalmente seamos sinceras, tal vez consiga su confianza. Entonces Viviane dice no le voy a mentir, nunca me va del todo bien.

      ¿Sí?

      Sí qué, contesta nerviosa. Perdóneme, él era quien decía esto. Siempre repetía sí en vez de contestar mis preguntas, me irritaba.

      Está nerviosa.

      Efectivamente, estoy nerviosa, por eso consulto a un especialista.

      Pero él la pone nerviosa.

      ¿Pero qué me quiere hacer decir, que tengo problemas? Porque lo puedo reconocer ahora mismo. Sí, tengo un montón de problemas y estoy cansada, mi marido me dejó, y se larga a llorar.

      Bueno bueno bueno, se toma


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