Sacate ese clavo. Y.D.L.
eso, quizás aún estaría atrapada en esa relación victimizándome o creyendo que es lo que merezco. Por suerte, encontré la fuerza para salir. Aunque hasta el día de hoy sigo teniendo miedos e inseguridades que a veces me paralizan, pero sé que son los efectos secundarios o las famosas “secuelas” que tarde o temprano se desvanecerán (con mucho trabajo interno y no por “arte de magia”).
Analizando un poco la experiencia vivida, tratando de encontrar el motivo por el cual el ser humano a veces actúa de forma tan cruel e inconsciente, con un poco de meditación y una gran dosis de compasión, llegué a entender una gran Verdad, que en parte cambió mi forma de ver al mundo:
NO EXISTEN MALAS PERSONAS. EXISTEN PERSONAS HERIDAS QUE AÚN NO HAN SANADO.
El problema es que, si no sanan, pueden contagiar a las personas de su entorno, sobre todo a aquellas del círculo más íntimo.
Descubrí que, así como hay enfermedades físicas que se pueden contagiar, también las enfermedades mentales y emocionales se pueden transmitir de persona a persona. Esto lo entendí después de salir de esa relación, en el momento que empecé a conocer a Diego, mi actual compañero de vida.
Nuestros caminos se cruzaron en el momento perfecto, aunque en aquella época pensé que era muy pronto o que no estaba “preparada”. Y claro, yo en pleno proceso de separación, un viaje pendiente y las ganas de que me trague la tierra -literalmente-, no veía las cosas de forma muy optimista. Pero se ve que el encuentro que pactaron nuestras almas fue mucho más fuerte que todo. Y ahí nomás, cuando empecé a conocer a ese ser de inmensa luz que había llegado a mi vida, como un ángel caído del cielo, empezaron a asomarse todos los miedos. En mi cabeza resonaban frases como: “lo vas a lastimar”, o “no merecés a alguien tan bueno”, o “no es el momento para empezar otra relación”. Y claramente, con la autoestima por el piso, los miedos y las inseguridades que venía arrastrando, los resultados podían llegar a ser desastrosos. Recuerdo que prometí darme mi tiempo, pero cuanto más lo conocía, más me daba cuenta que Diego era exactamente lo que yo le había pedido al Universo, y por fin había llegado mi momento para disfrutar de tan hermoso regalo. Él, por su lado, me acompañó con tanto amor y con tanta seguridad y confianza que no me dejó otra opción más que entregarme.
Me acuerdo que cada vez que iba a terapia, había una frase muy recurrente que salía de mí: “no quiero contagiarlo con mis miedos”. La verdad es que, en ese entonces, esos miedos eran muy grandes y yo los veía como monstruos capaces de destrozar todo aquello que tocaran. Se necesita mucha valentía para mirarse por dentro y descubrir todo lo que no nos gusta, pero está ahí hace tiempo, saboteando muchas de nuestras acciones cotidianas, y llega un momento en la vida en el cual es preferible enfrentar todo eso de una vez, resolver lo que esté irresuelto, soltar lo que ya no haga falta seguir cargando en nuestra mochila y seguir con el equipaje más liviano. Al principio es aterrador, pero la libertad que se siente después no tiene precio.
Hasta el día de hoy siento una gran admiración por mi pareja, por la paciencia que tuvo en esperar a que yo sane mis heridas, sin hacerme sentir nunca la obligación de darle explicaciones o de contarle en detalle la revolución interna que había en mí, y aunque nunca me lo haya dicho sé que se daba cuenta cuando mis emociones y pensamientos se tornaban más oscuros y negativos. Siento admiración por el amor incondicional y el respeto con el que se manejó desde un principio, y por eso mismo me prometí que iba a hacer lo posible para que mis “mambos” no le afectaran, o le afectaran lo menos posible.
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