Vamos a follar hasta que nos enamoremos. Ana Elena Pena
evitaré la crueldad nihilista
y la evidencia científica de que solo somos un conjunto de
reacciones químicas. Que algún día un puñado de hambrientos
gusanos se darán un festín con nuestros cadáveres aún frescos.
Como a ti,
me asusta la eternidad tanto como la muerte,
las lombrices y la nada,
pero no puedo evitar ser un poco cursi
y permanecer absorta contemplando las caprichosas formas
de las nebulosas con su infinidad de colores.
Aunque, técnicamente no sean más que gases,
materia cósmica celeste
difusa y luminosa
y de contorno impreciso.
Vamos a hacerlo
Vamos a hacerlo despacio,
sin prisa ni pausa,
sin rabia y sin miedo.
Vamos a hacerlo deprisa, con furia y con fuerza,
crujiendo los huesos.
Despreocupados e incrédulos, a golpes y a besos, sin disculpas
ni pretextos, sobre el capó de un coche, en la cama, en el suelo,
entre gritos desgarrados, pero también en silencio. Como niños
jugando, como locos, como enfermos, con vicio y con lascivia,
como animales en celo, con placer y alevosía…
De un modo salvaje,
suave, sucio, lento y hasta la agonía.
Ven, vamos a hacerlo…
Vamos a follar hasta que nos enamoremos.
¡COÑO!
Sortearé verjas, cruzaré vallas,
treparé muros, saltaré alambradas
tan solo para demostrarte,
doliente y ensangrentada,
que no hay barrera en el mundo
que frene lo que palpita
en el interior de mis bragas.
Fragile
¡CUIDADO!
*Material delicado*
No tocar
con las manos o el alma sucias.
Mantener alejado
de hombres brutos,
mujeres retorcidas
y alimañas en general.
*Frágil*
No acercarse
bajo ningún concepto
con intención maliciosa
ni despliegue alguno de malas artes.
Contiene elementos altamente sensibles,
tiernos,
fácilmente excitables,
emotivos
y extraordinariamente sinceros.
Niña mala
Hazme daño, hazme mal,
pero todo lo bien que puedas.
Castiga a la niña mala que,
desobediente,
pisa las flores y los charcos,
roba la fruta de los árboles y apedrea a los gatos
solo porque les tiene miedo.
La niña de los dientes rotos y el vestido sucio,
Diosa odiosa
que trepa al árbol como una ardilla traviesa
y te pide que adivines el color de sus braguitas
mientras se orina entre risas sobre tu cabeza.
–¡Bébeme!
El otro lado de la cama
A veces quisiéramos que las almohadas pudiesen hablar, para saber si quien se acuesta a nuestro lado es un hombre o un animal. Si cuando ronca en realidad está rugiendo o si cuando nos abraza sueña con agarrar fuertemente una presa.
Solía creer que las almohadas eran conocedoras del ser durmiente y que saben todo sobre quien reposa en ellas la cabeza. Que se impregnan de nuestros pensamientos, sueños, anhelos y obsesiones. Que conocen los secretos más oscuros que nos rondan al caer la noche. En efecto, así es, pero hay que prestar mucha atención, dejar la mente en blanco y dejarse llevar.
Por eso, una noche que él estaba ausente, dormí en su lado de la cama, intentando capturar su olor y penetrar en su mundo. Descifrarlo, apoderarme de sus deseos y temores.
Entonces fue que, al cerrar los ojos y ya vencida del todo, soñé conmigo.
Esto no es una carta de amor al uso
Con frecuencia sobrestimo mi resistencia a los golpes y, para cuando me doy cuenta, tengo las costillas rotas y eso no hay vendaje que lo remedie; solo queda esperar a que cese el dolor y los órganos vuelvan cada uno a su sitio.
Tengo el hígado cansado de beber sin festejar nada, el estómago me duele de ayunos y excesos, los riñones han dejado de filtrar palabras malsonantes, comentarios maliciosos y pensamientos dañinos, el corazón parece estar en una caja de vidrio con un letrero que pone «solo en caso de emergencia» (y no me atrevo, ni siquiera encuentro el martillo), y los intestinos… ¡uf! Los intestinos son lo único que me queda para hacerme una soga y colgarme de un manzano. ¿Que para qué me colgaría de un manzano? Para que me confundieras con una manzana y pensaras que has descubierto algo, algo no obstante investido de gran gravedad. Tú estarías medio dormido, sentado bajo el árbol y yo caería sobre ti haciendo zigzag, como una plumilla; pero esta fatal atracción no tendría nada que ver con las leyes de la física, sino de la metafísica, y entonces… entonces descubrirías una nueva ley que no te haría millonario, pero al menos te haría feliz.
Es así como empezaría el cuento.
Gente vulgar
Hay gente vulgar
que se enamora de gente vulgar.
Llevan una vida corriente,
se enzarzan en discusiones triviales, mezquinas,
y viven de esta forma acomodados en una vida
adocenada y gris.
Mantienen una relación anodina,
mediocre,
convencional.
Y duermen cada noche, el uno al lado del otro,
sin preguntarse nada más.
Esa gente tan vulgar,
tan gris,
tan mediocre y anodina,
inmersa en un amor tan trivial,
también tiene hijos.
Os sorprenderá esto,
pero a veces
esos niños
son asombrosamente extraordinarios.
Madrigueras