Matar. Dave Grossman
el objetivo no implica necesariamente disparar descaradamente arriba, y dos décadas en los campos de tiro del ejército me han enseñado que un soldado tiene que disparar inusualmente hacia arriba para que sea obvio para el observador. En otras palabras, el fallo deliberado puede ser una forma sutil de desobediencia.
Uno de los mejores ejemplos de un fallo intencional lo encontramos en mi abuelo John, quien había sido asignado a un pelotón de ejecución durante la primera guerra mundial. Una fuente principal de su orgullo de sus días como veterano era que había sido capaz de no matar mientras formaba parte de ese pelotón de ejecución. Sabía que las órdenes serían «preparados, apunten, fuego», y sabía que, si apuntaba al prisionero a la orden de «apunten», le daría al objetivo al que apuntaba cuando se diera la orden de «fuego». Su respuesta era apuntar a un punto un poco alejado del prisionero a la orden de «apunten», lo que le permitía errar cuando apretaba el gatillo a la orden de «fuego». Mi abuelo fanfarroneó el resto de su vida por haber sido de esta forma más listo que el Ejército. Por supuesto que otros en el pelotón de ejecución mataban al prisionero, pero él tenía la conciencia tranquila. De igual forma, al parecer generaciones de soldados ganaron la partida a los poderes fácticos, de forma intencionada o instintivamente, simplemente ejerciendo el derecho del soldado a errar el tiro.
Otro ejemplo excelente de soldados que ejercen su derecho a errar el tiro es este relato de un mercenario y periodista que acompañó a una unidad de la Contra de Edén Pastora (alias Comandante Cero) en una emboscada contra una lancha fluvial civil en Nicaragua:
Nunca olvidaré las palabras de Surdo cuando imitaba una arenga de Pastora previa a una batalla, en la que le decía a la formación al completo: «Si mata una mujer, mata una piricuaco; si mata un niño, mata un piricuaco».
Piricuaco es un término ofensivo que significa perro rabioso, y que empleábamos para referirnos a los sandinistas. Así que, de hecho, lo que decía Sardo era: «Si mata a una mujer, está matando a una sandinista; si mata a un niño, está matando a un sandinista». Así que nos fuimos a matar mujeres y niños.
De nuevo formaba parte de los diez hombres que realmente iban a realizar la emboscada. Despejamos el campo de fuego enemigo y nos dispusimos a esperar la llegada de mujeres y niños y cualquier otro pasajero civil que pudiera haber en esa lancha.
Cada hombre estaba solo con sus pensamientos. No se habló ni una sola palabra sobre la naturaleza de nuestra misión. Surdo caminaba nervioso de un lado a otro unos metros por detrás, bajo la protección de la jungla.
… El ruidoso zumbido de los poderosos motores diésel de la lancha de veinte metros precedieron su llegada unos buenos dos minutos. Cuando apareció frente a nosotros, se dio la señal para que comenzáramos a disparar y vi el arco proveniente de un lanzacohetes RPG-7 sobrevolar el barco y caer en la orilla opuesta. La ametralladora MP60 abrió fuego, y mi FAL escupió una ronda de veinte balas. El latón volaba con el grosor de los insectos de la jungla a medida que nuestro escuadrón vaciaba sus cargadores. Todas las balas volaban inocuas por encima de la embarcación civil.
Cuando Surdo se dio cuenta de lo que estaba pasando, salió corriendo de la jungla maldiciendo en español y disparando su AK hacia la lancha mientras esta desparecía. Los campesinos nicaragüenses son unos hijos de puta y unos soldados duros. Pero no son asesinos. Me pude a reír a carcajadas de alivio y orgullo mientras empaquetábamos y nos disponíamos a partir.
Doctor John
«American in arde»
Nótese la naturaleza de tal «conspiración para errar». Sin que nadie dijera nada, todos y cada uno de los soldados que estaba obligado y adiestrado para disparar optó, como sin duda lo han hecho miles y miles de soldados a lo largo de los siglos, por ejercer el truco de la incompetencia. Y, al igual que el pelotón de fusilamiento mencionado anteriormente, estos soldados sintieron un gran placer íntimo por haberle ganado la partida a aquellos que querían que hicieran lo que ellos no estaban dispuestos a hacer.
Lo que resulta incluso más llamativo que las instancias de postureo, e igualmente indiscutible, es el hecho de que un número significativo de soldados en combate no opta por disparar por encima de la cabeza del enemigo, sino que no dispara en absoluto. En este sentido, sus actos se asemejan mucho a las acciones de esos miembros del reino animal que se «someten» pasivamente a la agresión y la determinación de su oponente, en vez de huir, luchar, o adoptar una postura.
Ya tratamos antes las conclusiones del general S. L. A. Marshall sobre la tasa de disparos de entre el 15 y el 20 por ciento de los soldados estadounidenses en la segunda guerra mundial. Tanto Marshall como Dyer señalan que la dispersión del campo de batalla moderno fue probablemente un factor decisivo en esta baja tasa de fuego, y la dispersión es, sin duda, un factor en una compleja ecuación de mecanismos limitadores y propiciadores. Sin embargo, Marshall apunta que, incluso en situaciones en las que había varios fusileros juntos en una posición bajo avance enemigo, lo probable era que solo uno disparara mientras que los demás se ocupaban de tareas tan «vitales» como llevar mensajes, suministrar munición, atender a los heridos y detectar objetivos. Marshall deja claro que, en la mayoría de los casos, los que disparaban eran conscientes del gran número de fusileros a su alrededor que no estaban disparando. La inacción de estos individuos pasivos no parecía tener un efecto desmoralizador en los que realmente disparaban, antes bien, la presencia de los que no disparaban parecía permitir a los que sí disparaban que continuaran haciéndolo.3 3
Dyer sostiene que todas las demás fuerzas en los campos de batalla de la segunda guerra mundial debieron tener más o menos la misma tasa de soldados que no disparaban. Si, dice Dyer, «una proporción más grande de japoneses o alemanes hubiera estado dispuesta a matar, entonces el volumen de fuego que hubiera producido habría sido cuatro o cinco veces superior al que hubiera sido de haberse tratado de un número similar de estadounidenses; pero no fue el caso».4
Existe una amplia variedad de indicios que indican que las observaciones de Marshall son de aplicación no solo a los soldados estadounidenses, o incluso a los soldados de la segunda guerra mundial de ambos bandos. En realidad, hay datos contundentes que indican que esta singular falta de entusiasmo por matar a un semejante ha existido a lo largo de la historia militar.
Un estudio de 1986 de la división de estudios de campo del British Defense Operational Analysis Establishment empleó estudios históricos de más de un centenar de batallas de los siglos xix y xx así como ensayos en los que se usaban armas con láser pulsado para determinar la efectividad a la hora de matar esas unidades históricas. El análisis fue diseñado, entre otras cosas, para determinar si los números de no tiradores de Marshall eran correctos en otras guerras anteriores. La comparativa entre el rendimiento en combate en el pasado con el rendimiento de los sujetos que participaron en el ensayo (que no mataban con sus armas y no corrían un peligro físico por parte del «enemigo») determinó que el potencial para matar en la segunda circunstancia era mucho mayor que las bajas reales históricas. Las conclusiones de los investigadores apoyaban claramente los hallazgos de Marshall, y apuntaban a una «negativa a participar en combate como el factor principal» que mantenía la tasa histórica real de muertes significativamente por debajo de los niveles conseguidos en los ensayos con láser.
Pero no necesitamos ensayos con láser y reconstrucciones de batallas para determinar que muchos soldados han rechazado participar en combate. Los indicios siempre habían estado ahí; solo hacía falta mirar.
1 En inglés, Battle of the Wildernes. Batalla librada entre el 5 y el 6 de mayo de 1864.
2. La distribución universal de las armas automáticas es probablemente responsable de este mayor número de disparos por muerte. Gran parte de estos disparos correspondería a fuego de supresión y fuego de reconocimiento. Y en su mayor parte provenía de armas de fuego operadas por servidores de la pieza (por ejemplo, ametralladoras de escuadrón, tiradores de puerta en helicópteros y Miniguns montadas en aeronaves que disparan miles de balas por minuto) que, tal y como se mencionó, casi siempre disparan. Pero incluso cuando se tienen en consideración