Manhattan Napoli. Iara Paggiola


Manhattan Napoli - Iara Paggiola


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      Manhattan Napoli

      Iara Paggiola

      Paggiola, Iara

       Manhattan Napoli / Iara Paggiola. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2020.

       Libro digital, EPUB

       Archivo Digital: descarga

       ISBN 978-987-4116-40-6

       1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

       CDD A863

      No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

      ISBN 978-987-4116-40-6

      Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

      Impreso en Argentina.

      Manhattan se presenta

      A la espera del servicio notaba cómo las personas pasaban el buen rato en compañía mientras que, a través del espejo, se reflejaba su rostro pequeño y su silueta esbelta bien marcada por aquel vestido rojo bermellón; Apreciaba la soledad que estaba experimentando en ese preciso momento. Sus cabellos platinados, largos y livianos flotaban en una brisa cálida de verano con el aroma de la lluvia que pronto avecindada.

      Posó sus labios sobre la taza y bebió el té tibio sin apartar su mirada de la gente. Podía por fin comprender que lo hermoso que tanto buscaba se encontraba frente a ella y le emocionaba el hecho de que sea tan simple. Se levantó sutilmente de su asiento, tomó su holgada bolsa de tela y salió afuera, donde lo real la esperaba.

      A dos calles de donde estaba, se encontraba el puesto ambulante al que cada fin de semana sin falta pasaba para comer una manzana caramelizada, de esas que tanto le gustaban y platicar con el vendedor. La historia que le traía hoy el señor George resultaba un poco menos entretenida esta vez. Trataba del mismo mundo del que estaba obsesionado, aquel donde todas las cosas cotidianas dejaban de serlo por completo y donde la magia y lo sobrenatural era real. Resultó que la historia que traía hoy era nada más y nada menos que una de las tantas; la joven se dispuso a escuchar atentamente su relato:

      -La profecía dice claro que los que estamos viviendo…- decía con voz quiebra y ronca mientras observaba y señalaba al cielo con su dedo anular temblequeando por su vejez- …en esta dimensión somos mayormente los que estuvimos y estaremos involucrados en la guerra de la posesión. No hay forma de que escapemos, jovencita, porque somos quienes prometimos prosperidad futura al palacio de la tierra. El gran palacio, oh, el gran palacio, majestuoso e imponente- La joven observaba cómo los ojos del hombre brillaban, era justamente por esos ojos que se dejaba merodear de tal forma en sus relatos- Es una leyenda poco común, Manhattan, acuérdate de lo que te digo, un día podremos darles las gracias y servirles ahora nosotros. En la guerra de la profecía hubo mucha sangre, derramaron mucha sangre para salvar la vida de los seres humanos. Oh, por dios, no quiero ni pensar en un ataque tan desesperante. Gracias a nuestros antepasados, pudimos salir ilesos, gracias al pacto de los diez mil años; un compromiso aún más significativo de lo que ya era salvar nuestro propio pellejo- Ella puso sus ojos en blanco suspirando, dándose cuenta de que ya había escuchado por séptima vez la misma historia y sabiendo que sin quererlo, esperaba algo nuevo del señor George. El hombre se dio cuenta e hizo una pequeña pausa por un momento para pensar si debía terminar el relato otro día, pero al final supo que ya casi estaba por el final, así que continuó: es para nosotros un privilegio. Aquellos dignos serán invocados en el viaje de la perdición, no creo que vuelvan a su hogar jamás, pero ese es el deber nuestro a cambio a la propia vida…

      -Nosotros somos vidas que pronto acabarán en la nada, señor George, usted está por pasar a la siguiente era de la que tanto hablaba- Respondió dulce e irónica- Pero no se preocupe porque seguiré visitándole todos los fines de semana sin chistar, llueva o truene, dejaré lirios naranjas sobre su tumba siempre, de eso no hay duda…

      -Oh, Manhattan, cuánto desearía que lo hagas, cuánto… pero no se trata sino del deber que hay que cumplir…

      -Pero George ¿de qué deber me está hablando?- dijo ya exasperando- Creo que estuvo tomando un par de copas de más- rió- solo debe estar preocupado por descansar ¿cuántas veces tendré que decirle que yo puedo hacerme cargo del carrito ambulante?

      El viejo suspira levemente mirando una vez más al cielo.

      -Comprendo que no quiere desapegarse del hecho de que quiere ayudar económicamente a su nieto, sin embargo opino que él es bastante adulto como para cuidarse solo.Esta vez bajó la mirada para encontrarse con la de la muchacha. Ella se irguió y observó fijamente, como si estuviera determinada a hacerlo cambiar de opinión cueste lo que cueste. George se dio cuenta en ese momento de la situación, sintió algo extraño.

      -Está bien, puedes quedarte con el carrito ambulante pero prométeme una cosa.

      -Sí...

      -No dejarás de hacer lo que te gusta por culpa del trabajo, puedes atender cuando lo desees, no dejes de hacer lo que haces, Manhattan.

      -¿Tan solo eso me pide? Con gusto lo haré, señor, y usted prométame que volverá a su casa con su esposa.

      Manhattan sacó de su bolso una libreta pequeña y un bolígrafo y tachó una de las tareas que finalmente cumplió. Así fue cómo después de tres meses de luchar en convencer al viejito testarudo, pudo dar por terminada su tarea. Comenzó a leer el siguiente trabajo, en letras minúsculas ilustraba “cambiar agujas y comprar lana roja”. Una tarea mucho menos tortuosa, a decir verdad, pensó ella. Decidió hacerlo rápidamente, entonces se levantó, despidió a George con la mano y se encaminó casi trotando a la mercería.

      Era un camino habitual que adoraba pasear. Debía adentrarse por una calle angosta que daba con la peatonal comercial que tanto le ansiaba llegar. Tumultos de gente iban y venían constantemente, algunos compraban verduras, otros se detenían a tirar pan a las palomas y otros a sentarse a beber café con sus amistades. Las personas parecían estar en sus propios mundos y pensamientos. A Manhattan le hubiera gustado conocer a cada uno de ellos e indagar profundamente, conocer las emociones que podrían transmitirle sus historias. No como las historias del señor George, sino historias simples, sin fantasía y reales.

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