La vagina mecánica de Dios. Daniel Polunin

La vagina mecánica de Dios - Daniel Polunin


Скачать книгу
ne/>

      LA VAGINA MECÁNICA DE DIOS

      Daniel Polunin

      © La vagina mecánica de Dios

      © Daniel Polunin

      ISBN: 978-84-18411-03-8

      Editado por Tregolam (España)

      © Tregolam (www.tregolam.com). Madrid

      Calle Colegiata, 6, bajo - 28012 - Madrid

      [email protected]

      Todos los derechos reservados. All rights reserved.

      Diseño de portada: © Tregolam

      Imágen de portada: © Jules Joseph Lefebvre

      1ª edición: 2020

      Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o

      parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni

      su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico,

      mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por

      escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos

      puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

      PRIMERA PARTE

      LOS ANARQUISTAS

      «Han asesinado algo, a lo lejos. Se lo disputan. Sí. Gritando. Con su cacareo de locos mientras desgarran el cadáver blando. Está despierto: son las 5:05. Oscuro como boca de lobo. Coyotes a lo lejos. Deben de haber sido. Él está despierto, en cualquier caso. Mirando a las vigas. Adaptándose al “lugar”. Despierto incluso después de un Xanax entero, para anticiparse a los diablillos: caballos con cabeza humana».

      Sam Shepard

      EL IMBERBE BARDO

      Vagué con fajas y pañales en brazos de mi alma.

      Desvaído, maldito de estanques voluptuosos,

      tiembla el mar engendrando hambrientos reptiles,

      hierbas mojadas de nalgas desbordantes

      y a medianoche llenas de vómito tu candor insulso.

      He contemplado en la soledad la mundana inquietud.

      Macilento, he gateado por fondas de rebaño pútrido

      y he jodido en albergues olorosos de helmintos atiborrados,

      de suspiros inefables en rostros desfigurados,

      ¡cuya indolencia me retuerce furiosas cefalalgias!

      He abrevado demasiadas lágrimas de mis ojos,

      sollozando en la ensenada como una infanta arrodillada.

      El chamán hipnotizó a los espectadores de la sala:

      vudú, brujería, álgebra, aritmética, creencia;

      los ojos del caballo son azotados en la cuadra.

      Dulce vivaquear en los juncos africanos:

      bailes, tugurios, cazadores, muertos en el vientre.

      Retozada aldeana, agazapada a orillas del Jordán,

      ondeando cuantiosas togas en el fondo de su garganta,

      disipando bebés ahorcados de mugrientos leguleyos.

      Quiebra mis desdichados labios para que pueda respirar.

      Tendido, boca arriba, sonrío a los misericordiosos,

      emponzoñando de escupitajos la cosecha de sus frutos.

      Hemos recibido el conocimiento meditativo a través

      de la iniciación y de la autodestrucción.

      He nadado en deslumbrantes destellos que besan el sol con la mar,

      queriendo hablarte de la pérdida de Dios a las tierras lejanas.

      Empalagosas fisonomías de extraño incesto en la madre abortada.

      Calesa de hierro, ruedas de goma y látigo de cuero ataviado:

      estrecho y ardiente antiguo, difícil de dominar en sus montañas

      de barro.

      HIJO DE CAÍN

      «Caín.— Dios o demonio o lo que fueres, ¿acaso la tierra es tuya?

      Lucifer.— ¿No reconoces el polvo que formó a tu padre?».

      Lord Byron

      Pero tú vienes, como un chivo erecto, como un cadáver que se pudre en los ojos de mi madre en forma de otoño, empujado por los remordimientos, golpeado por el trastorno personal, atado a una estaca de huesos apolillados junto al toro lanceado que lleva entre sus lomos abatidos el clavel y el vellón.

      ¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrarte insecto verde, vaca parturienta?

      Pero tú vienes, tú, hijo último de Caín, con las manos manchadas de fratricidio y la mortaja cenicienta y oriunda de tu hermano muerto, ¡muerto!, en un mundo olvidado, en un mundo seco lleno de contradicciones, en un mundo donde las tuertas y barbadas Parcas entregan el horror de las tinieblas

      y los difuntos mártires destapan los insidiosos gases cabalísticos de sus tumbas envidiadas en la larga noche de los santos ambulantes. ¡Oh, la condición humana tiene los días contados!

      ¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar las llagas de tu carne torturada, la prolongación

      de tu ojo ampuloso?

      Pero tú vienes, lagarto repugnante, llegas en la noche con tus pies calcinados, con el grumo espumoso de la cal viva aborrecida en los oídos, con las cóncavas pupilas extirpadas, las venas abiertas, la espalda roída y cubierta de pus, la cabeza apedreada y el circuncidado prepucio sefardí tragado un Viernes de Dolores.

      ¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar el súcubo que presiona mi pecho e incuba mis moribundas pesadillas?

      Pero tú vienes, simio infectado, vienes con la reina calavera chupada y la muela del santo exculpado arrancada, con tenazas y alicates, ¡oh, bendita tú eres entre todas las mujeres! Los sacerdotes buscan insistentemente la carne feliz en la sinagoga y beben la leche cándida e ingenua de los niños.

      ¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar a esa generación de víboras que se retuercen de dolor y miserias?

      Pero tú vienes, tú, último hijo de Caín, en la penumbra del miedo y del espanto vienes con el velo del templo rasgado en dos, con las rocas partidas y los sepulcros abiertos, llenos y llevado en tus brazos hendidos traes el cuerpo resucitado del arcángel cananeo, aquel cuya institución mental nos entregó las llaves del Gehena.

      ¿Dónde busco? ¿Dónde podría encontrar en tu cráneo espeso, en tu cerebro reptiliano la glándula pineal?

      Pero ya vienes, ya, con el ciempiés velludo de Cristo vienes, con la cara oculta de la luna vienes, errando la arcana tierra entre el hombre moderno y el animal prehistórico, con dolores del parto, agonizando vuestro amor, sin vida, sin materia, sin ningún recuerdo y con todos los gusanos dormidos, retorciendo el alma.

      EL MUELLE DE LOS DESAFORTUNADOS

      Castrado de la propia pérdida, envidiamos

      a los parásitos doblados, retorcidos, de nuestras

      referidas llagas incurables en lenguas tuberculosas.

      Si pudieras oír en cada lugar, en cada rincón,

      en cada viga de acero que sucumben los merodeadores,

      al


Скачать книгу