Coaching para coaches. Leonardo Wolk
colegas coaches que hacen lo mismo hasta en sus conversaciones más triviales como las que se dan en las reuniones entre amigos. Hacen de ello un modo de estar en el mundo. Ser coach (o ser psicólogo) no es ser el agente 007, no es tener licencia para matar. James Bond lleva un arma, pero solo la usa en determinadas y justificadas situaciones. Como coaches no tenemos armas sino herramientas poderosas y posibilidades de hacer distinciones que sugiero que sean utilizadas en determinados espacios, cuando corresponda y con el pedido o la autorización del ocasional interlocutor.
Personalmente no entiendo el coaching como un estilo de vida. Es una muy noble tarea y de una tremenda responsabilidad en la que nos involucramos profesional, ética, física y emocionalmente.
Además, tenemos que reconocer que el coaching tiene sus limitaciones y nosotros como coaches tenemos las propias.
QUÉ ES COACHING
Coaching es un proceso
de aprendizaje
transformacional
de asunción de responsabilidad.
Es aprendizaje en la medida en que se entienda el aprender como el proceso que posibilita expandir la capacidad de acción efectiva de un individuo, de un equipo o de una organización.
Es un proceso para obtener resultados diferentes. Poder hacer hoy lo que ayer no sabía o no podía hacer. Pero desde la concepción ontológica hay una distinción fundamental ya que se entiende que no se trata meramente de un aprendizaje conceptual o de nuevas habilidades, sino de obtener aprendizajes a partir de una transformación personal.
Es transformacional porque en ese proceso se produce una transformación del tipo de observador del mundo que cada persona es. Tiene el sentido de aquello que transmuta. Por eso me gusta decir que el coaching es un proceso alquímico y el coach un alquimista. Tener mayores posibilidades de hacer distinciones permite observar de manera diferente, pensar diferente y, por ende, decidir acciones diferentes. Estas acciones nos conducirán a resultados diferentes y muchas veces extraordinarios.
Es asunción de responsabilidad o, mejor aún, respons(h)abilidad, ya que implica asumir el protagonismo de ese poder transformador. Es concebirnos como cocreadores y coautores de la gestión de una empresa o una organización, como así también de nuestras propias vidas y decisiones. Significa habilidad para RESPONDER frente a las circunstancias que la vida nos enfrenta.
EL ROL DEL COACH
Es un provocador y un facilitador durante ese proceso en el que ofrecemos, establecemos y hacemos posibles las condiciones y los recursos necesarios para que los individuos sean gestores de sí mismos. Como coaches somos coautores y cocreadores de esas condiciones trabajando con otros sobre sus propias capacidades.
Parafraseando a Martin Buber (1994) diremos que el yo coach no le dirá al otro quién o cómo ser, sino que con su “soplido” creador estimulará al tú del coacheado a ser un cocreador de sí mismo y a responsabilizarse por ello.
El coaching contribuye también al ejercicio de la libertad, entendida como potencial para la creatividad y para la expansión del autoconocimiento y la capacidad, para actuar en forma responsable como un yo en el respeto del otro como un tú.
EL QUIEBRE Y LA BRECHA
Hablo de quiebre para referirme a aquello que aqueja al coacheado. Es esa situación que provocó o desencadenó lo que define como problemático; el dolor, incomodidad, molestia, sentimiento de incapacidad o incompetencia frente a una circunstancia y que se transforma en motivo de consulta.
La brecha, por su parte, es ese espacio o distancia entre lo que el coacheado sabe y no sabe, entre lo que puede y no puede, entre lo que tiene y lo que no tiene, pero quiere.
Coachear es declarar que hay algo que no puedo pero que quiero. Esta declaración implica una herida narcisística.4 Es declarar que hay algo que no sé. Pero al mismo tiempo requiere una declaración de querer saber.
Este es un requisito indispensable para entrar en proceso de coaching. Sin brecha no hay coaching posible. Puedo declarar que hay algo que no sé pero que, al mismo tiempo, no me interesa saber; por lo tanto no hay brecha. Por ejemplo, personalmente me declaro un incompetente en matemáticas o en tecnología informática pero, como todo el mundo, tengo solo veinticuatro horas al día y elijo invertir mi tiempo en el aprendizaje de otras temáticas como psicología o filosofía. No tengo brecha ante las matemáticas y cuando requiero para mis tareas alguna cuestión en esas áreas solicito colaboración a quienes saben de ello.
Diferente es la cuestión cuando un coacheado tuvo un quiebre en su trabajo; por ejemplo un malestar con un superior por una baja evaluación de desempeño que considera injusta y teme las consecuencias de confrontarlo en una conversación. Declara: “Me siento desmotivado y enojado”; su juicio: “Las injusticias de mi jefe”; su deseo: “Aclarar las cosas y recuperar mi motivación.” Su brecha: “No sé cómo, pero quiero hacerlo”.
Entre uno y otro polo de la brecha podemos graficar que hay obstáculos que están impidiendo acortarla. Y, justamente, el trabajo de coaching será el de procesar esos obstáculos, disolverlos o resolverlos asumiendo responsabilidad, protagonismo y poder. En ese proceso, el coacheado transformará el observador que es para encontrar nuevos sentidos, nuevas respuestas, con la finalidad de expandir su capacidad de acción efectiva en procura de alcanzar los resultados deseados.
LA ONTOLOGÍA
Según su etimología, la ontología se ocupa del estudio del ser. “Onto”, en griego, significa ser, estar. “Logos” es tratado, estudio, teoría.
Este término surgió a principios del siglo XVII; se define como la rama de la filosofía que se ocupa de la naturaleza y la organización de la realidad; es decir, de lo que “existe”. Muchas preguntas tradicionales de la filosofía pueden ser entendidas como preguntas de ontología: ¿existe Dios? ¿Existen entidades mentales, como ideas y pensamientos? ¿Existen entidades abstractas, como los números?
La ontología en el sentido que aquí le doy es la investigación del ser en tanto que ser, o del ser en general, más allá de cualquier cosa en particular que es o existe.
Más específicamente, la ontología se encarga de determinar qué categorías del ser son fundamentales y se pregunta si a los objetos incluidos en esas categorías se los puede calificar de “seres”, y en qué sentido.
Echeverría, Maturana y otros pensadores no conciben a la ontología en un sentido metafísico como convencionalmente se define esta noción;5 la refieren a aquellas dimensiones que compartimos como seres humanos y que nos confieren una particular forma de ser. En este sentido, el lenguaje es la clave para comprender los fenómenos humanos. Ese lenguaje de la interacción entre los seres humanos; no como un fenómeno biológico sino social. Un objeto es definido como tal en un dominio consensual con otros y es constituido en el lenguaje. De ahí que digamos que los seres humanos vivimos en un mundo lingüístico y coordinamos acciones con otros a través de él. (Echeverría, 1995)
Siempre que hablo de este tema surge una pregunta y una legítima inquietud en alguno de mis alumnos: “Pero hay especies que también tienen lenguaje propio y coordinan acciones. Por ejemplo, las jaurías o los pájaros”. Efectivamente es así. Sin embargo, hay dos aspectos bien diferenciados entre humanos y otras especies:
1 los humanos tenemos un número mayor de signos consensuados y seguimos creando nuevos;
2 el lenguaje humano es recursivo. Esto significa que podemos hacer girar el lenguaje sobre sí mismo; podemos hablar sobre nuestro hablar o podemos pedir especificaciones sobre algo que ha sido dicho.
Dice Echeverría (1995, pp. 51-52):
Esta capacidad es la base de lo que llamamos reflexión. Los metafísicos vieron la reflexión como una propiedad de la mente, escindida de alguna conexión con el lenguaje (de ahí la caracterización de seres racionales). Sin embargo,