Obras Completas de Platón. Plato

Obras Completas de Platón - Plato


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—No es eso lo que yo quiero decir.

      SÓCRATES. —Pues entonces ¿qué entiendes por hombres buenos?

      ALCIBÍADES. —Entiendo los que saben gobernar.

      SÓCRATES. —Gobernar, ¿qué?, ¿caballos?

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —¿Hombres?

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Los enfermos?

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —¿Los pilotos?

      ALCIBÍADES. —Tampoco.

      SÓCRATES. —¿Los labradores?

      ALCIBÍADES. —Tampoco.

      SÓCRATES. —Pues, ¿quiénes? ¿Los que hacen algo, o los que no hacen nada?

      ALCIBÍADES. —Los que hacen alguna cosa.

      SÓCRATES. —¿Quiénes son? ¿Qué? Trata de explicarte y de hacérmelo comprender.

      ALCIBÍADES. —Los que viven en sociedad y se sirven los unos a los otros, como los que vivimos en las ciudades.

      SÓCRATES. —Según tú, es gobernar a los hombres que se sirven de otros hombres.

      ALCIBÍADES. —Así lo entiendo.

      SÓCRATES. —¿Es gobernar a los contramaestres que se sirven de los marineros?

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —Porque eso pertenece a los pilotos. ¿Es gobernar a los tocadores de flauta que se sirven de músicos y danzantes?

      ALCIBÍADES. —Tampoco.

      SÓCRATES. —Porque eso pertenece a los maestros de capilla.

      ALCIBÍADES. —Es cierto.

      SÓCRATES. —Entonces ¿qué entiendes por gobernar a los hombres que se sirven de otros hombres?

      ALCIBÍADES. —Entiendo mandar a hombres que viven juntos bajo las mismas leyes y el mismo gobierno.

      SÓCRATES. —¿Y qué arte es ese que enseña a mandarlos? Si te preguntase, cuál es el arte que enseña a mandar a todos los marineros de un mismo buque, ¿qué me responderías?

      ALCIBÍADES. —Que es el arte de los pilotos.

      SÓCRATES. —Y si te preguntase, ¿cuál es el arte que enseña a mandar a los músicos y danzantes?

      ALCIBÍADES. —Yo te respondería que es el arte de los maestros de capilla.

      SÓCRATES. —¿Cómo llamas este arte que enseña a mandar a los que forman un mismo cuerpo de Estado?

      ALCIBÍADES. —El arte de aconsejar bien, Sócrates.

      SÓCRATES. —¡Cómo! ¿El arte de los pilotos es el arte de dar malos consejos?

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —¿No se proponen darlos buenos?

      ALCIBÍADES. —Ciertamente, por el bien de los que se hallan embarcados.

      SÓCRATES. —Dices muy bien. ¿Pero de qué buenos consejos hablas, y qué es a lo que tienden?

      ALCIBÍADES. —Tienden a conservar y mejorar la gobernación.

      SÓCRATES. —¿Pero que es lo que conserva los Estados? ¿Qué cosa es esa cuya presencia o ausencia sostiene la sociedad? Si tú me preguntaras, qué es lo que un cuerpo debe tener o no tener para mantenerse sano y en buen estado, yo te respondería sobre la marcha, que debe tener la salud y no tener la enfermedad. ¿No lo crees tú como yo?

      ALCIBÍADES. —Lo mismo que tú.

      SÓCRATES. —Y si me preguntases lo mismo sobre el ojo respondería igualmente, que está bien cuando tiene buena vista, y mal cuando tiene ceguera; sobre los oídos lo mismo, que están bien cuando tienen todo lo que necesitan para oír, sin ninguna disposición para la sordera.

      ALCIBÍADES. —Eso es cierto.

      SÓCRATES. —Y en un Estado, ¿qué es lo que debe haber o no haber para que se halle en la mejor situación posible?

      ALCIBÍADES. —Me parece, Sócrates, que es preciso que la amistad reine entre los ciudadanos, y que se destierren entre ellos el odio y la división.

      SÓCRATES. —¿Qué llamas amistad? ¿Es la concordia o la discordia?

      ALCIBÍADES. —La concordia ciertamente.

      SÓCRATES. —¿Cuál es el arte que hace que los Estados concuerden, por ejemplo, sobre los números?

      ALCIBÍADES. —Es la aritmética.

      SÓCRATES. —¿Es un arte en el que concuerdan entre sí los particulares?

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Y cada uno consigo mismo?

      ALCIBÍADES. —Sin dificultad.

      SÓCRATES. —¿Y cómo llamas al arte que hace que cada uno concuerde consigo mismo siempre sobre la magnitud de un pie o de un codo?, ¿no es el arte de medir?

      ALCIBÍADES. —Sí, sin duda.

      SÓCRATES. —Y los Estados y los particulares ¿se ponen de acuerdo por medio de este arte?

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿No sucede lo mismo sobre los pesos?

      ALCIBÍADES. —Lo mismo.

      SÓCRATES. —¿Y cuál es la concordia de que hablas?, ¿en qué consiste y qué arte es el que la da a conocer?, ¿la de un Estado es la misma que hace que un particular se ponga de acuerdo consigo mismo y con los demás?

      ALCIBÍADES. —Me parece que es la misma.

      SÓCRATES. —¿Cuál es?, no desistas de responderme, e instrúyeme por caridad.

      ALCIBÍADES. —Creo que es esta amistad y esta concordia que hacen que un padre y una madre estén bien con sus hijos, un hermano con su hermano, una mujer con su marido.

      SÓCRATES. —¿Crees que un marido puede estar de acuerdo con su mujer sobre obras de lana que ella entiende perfectamente y que él no entiende?

      ALCIBÍADES. —No, sin duda.

      SÓCRATES. —Es imposible, porque es una obra de mujer.

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Es posible que una mujer pueda estar de acuerdo con su marido en materia de armas, cuando no sabe lo que son?

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —Me podrías responder que solo es acomodado al talento del hombre.

      ALCIBÍADES. —Es cierto.

      SÓCRATES. —¿Convienes en que hay ciencias que están destinadas a las mujeres, y otras que están reservadas a los hombres?

      ALCIBÍADES. —¿Quién puede negarlo?

      SÓCRATES. —Sobre todas estas ciencias no es posible que las mujeres estén de acuerdo con sus maridos.

      ALCIBÍADES. —Eso es cierto.

      SÓCRATES. —Por consiguiente no habrá amistad, puesto que la amistad no es más que la concordia.

      ALCIBÍADES. —Soy de tu opinión.

      SÓCRATES. —Y así cuando una mujer haga lo que debe hacer, no será amada por su marido.

      ALCIBÍADES. —No, me parece.

      SÓCRATES. —Y cuando un marido haga lo que debe hacer, no será amado por su mujer.

      ALCIBÍADES.


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