Complejo. Santiago Vizcaíno Armijos
lo hacen por pocos meses porque ya no se acostumbran. su país, nuestro país, es precisamente una línea imaginaria, un espectro lleno de hijos y mujeres abandonadas, o, en el caso de las mujeres, de hombres abandonados. estar en españa y añorar ecuador, estar en ecuador y añorar españa. esa división mental los convierte en cabrones aculturados.
ya sé que dos o tres noches no son suficientes para percibir una forma de vida, pero ha sido mi primera sensación. mi primer contacto con lo que llamarían los «míos». como la última noche antes de partir al mediterráneo. fuimos a una discoteca al sur de madrid. era domingo. no lo podía creer. en quito los domingos dan ganas de matarse. no encuentras nada abierto. la gente huye. pero aquí es el día en que el migrante sale de marcha, porque muchos tienen el lunes libre, día bendito de resaca, de chuchaqui, de guayabo, de ratón, de cruda. el domingo en la noche se llena del olor del perfume del panchito. las mujeres salen muy maquilladas con vestidos muy ceñidos que han comprado en las rebajas. o con abrigos de imitación de piel que han pasado de moda. es como estar en los años ochenta. incluso la música que bailan tiene casi treinta años. es el vivir de la nostalgia. qué jodidos están, aunque son sumamente divertidos. ya los ves salir a bailar muy pegaditos con la pareja de turno, mientras las mesas se llenan de baldes de cerveza o de botellas de ron.
de pronto una salsa, luego una cumbia, después una bachata, para rematar un reguetón o un vallenato. se mueren de gusto. parece una fiesta de quince años. los hombres están siempre muy engominados, llevan zapatos de colores y camisas con flores para llamar la atención. casi siempre una cadena de oro resalta sobre su cuello desnudo. es como underground de kusturica pero con latinoamericanos. hay jóvenes y viejos. todos comparten el mismo gusto. es un consenso. aquí nadie se queja de nada a menos que le miren a la mujer. o al hombre.
la cosa es que estamos allí tres tipos sentados con todas las ganas del mundo de beber porque es mi último día en madrid. mi tío insiste en que saque a bailar a alguna chica y me la lleve por allí. aquí no te hagas problema, loco, dice, todo es muy fácil. están todas locas por culiar. me río de buena gana y le digo que espere, que tenga paciencia, que todavía no se me alborota. y brindamos por el gusto de vernos a los años. somos ya amigos, hemos rebasado la línea de la sangre. y por eso, salud. ven cuando quieras, ñaño. mi casa es humilde y es tu casa. gracias, ñaño, volveré. y así.
entonces veo que uno de los tipos que va con nosotros, ecuatoriano también, se levanta y avanza hasta otra mesa donde hay una chica sola y la invita a bailar. la pega a su cuerpo pero evidentemente no sabe seguir el ritmo. es cantinflesco. ella trata de soltarse, lo empuja un poco y él le dice algo al oído y ella se ríe. es morena, de nariz larga, lleva un vestido turquesa con una especie de flor sobre la clavícula derecha. tiene un cerquillo que le queda muy mal a media frente. es fea con ganas pero tiene un culo que le resalta. el tipo nos mira y nos guiña el ojo. reímos.
de pronto un tipo se acerca a nuestro amigo y lo empuja hasta tirarlo al piso. nuestro amigo se pone en pie y se arma la trifulca. nos levantamos de la mesa para ver qué pasa y empiezan a caer puñetes y patadas por todas partes. yo me refugio a un lado para mirar el espectáculo. veo a mi tío defendiéndose en medio de la pista con una botella de cerveza. acudo hasta él para tomarlo por la espalda y tranquilizarlo. llegan los gorilas y nos sacan a empujones de la discoteca. así de simple. la noche termina en el centro de madrid con una botella de whisky y risas. parece que todo es normal.
II
ese ruido inmenso de la noche ha alimentado mi goce efímero. también bebí mucha de su cerveza para sentirme valiente. muy mala por cierto: agua con alcohol y una pizca de gluten. recuerdo que la cerveza más puerca de la habana —por poner un ejemplo— era tres mil veces mejor que esta levadura insalubre que ahora bebo en málaga porque no puedo dormir. es por el jet lag me dijo un alemán que se las daba de sabroso también el muy hijo de puta. ya que estamos.
y ahora en málaga la cuestión se ha puesto peor. hay muchos miserables borrachos como yo de buen vestir. claro que estoy en la zona turística, todo pagado en una residencia de mierda y no me puedo quejar. esta es mi forma de quejarme. vine por una beca y empiezo un cuento del resentimiento, del complejo, un afán mediocre de superación al que le faltan sus comas —sus silencios cortos—. lo bueno es que no lo saben. lo más probable es que nunca lo sepan. qué van a saber estos insepultos que se solazan con esos hermosos rostros. las malagueñas son tan guapas que parece que no necesitaran hacer la deposición como la gente normal. es decir como los mestizos. y si lo hacen uno se pregunta cómo se limpiarán ese hermoso culo.
las mujeres malagueñas tienen el rostro de la misericordia de dios. miran siempre a un frente disoluto, encierran su veneno en oscuras minifaldas. el pelo les cae como una muchedumbre de querubines barnizados. por fuerza rubias, unas, entre el espanto de sus ojos negros. por fuerza pelirrojas, otras, entre el espanto de su carne aceitunada. en las noches se las ve acorraladas por hombres recios en los portales de antiguas guaridas románticas. las discotecas se pueblan del aroma embotellado de su sexualidad. las mujeres malagueñas se maquillan con la arena de un mar que no las baña. da miedo tocarlas, ensuciar su blusita que trasluce su pálido esternón. ¿adónde van las mujeres malagueñas cuando se han tropezado con el filo de su propio tacón esbelto? y cuando hablan, ah, cuando hablan, parece que un vampiro va a chuparte la sangre, a devorar la aorta hinchada de la excitación. cortan las palabras para no desbocarse. las mujeres malagueñas copulan consigo mismas y tienen orgasmos a rabiar sobre la alfombra del abismo. entre ellas se odian y se aman como dos abejas reinas. pero nunca, nunca, oídme, han de delatar la enfermiza pasión que las devora frente al espejo.
yo solo quería mirar el áfrica desde la costa de málaga y he terminado muy borracho y compungido. inmensas son las ganas de sufrir pero me he puesto a reír al darme cuenta de mi pequeñez. vivo en la calle duque de la victoria número 9 piso cuarto frente a un hospital. a veces miro en la mañana unas mujeres en la ventana de enfrente que dan de mamar a sus hijos recién nacidos, blancos como michael jackson pienso y me río. aquí las mujeres me miran ya no como un bicho raro sino como un animal exótico. algo ha cambiado. capaz miraron alguna vez una película sobre la conquista y piensan que soy unos de esos actores que hacían de cacique inca. y les doy gusto. me pavoneo con mi bufanda larga. miro sus tetas lechosas y se me ilumina una escena porno tan genial que el mismo henry miller se pondría cachondo pero de vergüenza. no les hablo desde luego. apenas coqueteo con una decencia enorme que no sé de dónde me ha salido. ha de ser algún actor o pintor naif o bailarín de música folclórica han de pensar. esa es mi ilusión. porque la mirada también puede ser de soslayo o de impresión como ya he dicho. esto que soy da vergüenza ajena.
ahora han puesto al polaco goyeneche en una radio local. mi alegría no se puede creer. me siento más latinoamericano que nunca. porque nunca había escrito tanto y vuelvo a beber esta cerveza cojuda y me asomo al balcón para mirar la cúpula de la catedral y abajo el mar de una borrachera envidiable de la que no puedo participar porque no soy de este mundo. traigo una novelita de bolaño que pesa como una biblia. traigo en mi mente una noche inmensa del siglo XVI que me parece que la hubiera vivido. traigo en una bolsa unas chanclas para pisar la arena de málaga como una jaiba y mirar la costa de áfrica. no se sabe si esta suerte de zombi se convertirá en alguien. si alguien podrá leer a ese otro que se contempla con asombro y asco. aceptarme sería como volver a una suerte de normalidad que no existe. aceptarse es el premio que uno no quiere encontrar para apagar la voz penetrante de su conciencia. aceptarse es permitir que el rostro de lo otro sea lo que uno quiere y uno nunca será lo que uno quiere. porque lo que uno quiere ya se ha ido cuando uno quiere.
tengo tantas citas que revolotean en mi cabeza que ahora alguien me ha dicho que no se puede creer que un ecuatoriano haya leído tanto. yo me río de rabia porque en mi país hay un montón de giles que han leído mucho más que yo y se creen la crema y nata de la literatura. una vez conocí a un escritor. bueno, había leído unos cuantos cuentos suyos no muy malos en mi época universitaria. pero no lo había visto en persona. y así habría sido mejor. uno de esos tipos que se creen el nabokov de la literatura ecuatoriana. uno de esos tipos gordos. sí, aquellos de saquito gris. aquellos que llaman a los periodistas para «concederles» una entrevista. esos que tienen detrás un séquito de escritores mediocres que lamen la solapa de su traje oblongo como él mismo. a veces es mejor no conocer al tipo