Manifiesto. Gastón Soublette

Manifiesto - Gastón Soublette


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industrial masificó a los pueblos, porque el concepto de pueblo es correlativo al de cultura. Los pueblos son tales cuando están en posesión de su cultura, esto es, la estructura interior que da forma y sentido a su existencia como comunidad humana, y orienta la evolución de su devenir histórico. De la cultura procede la identidad de las naciones, porque abarca todos los aspectos de la vida y pone su sello distintivo a sus creaciones, usos y costumbres.

      El concepto de masa es el contraconcepto de pueblo, y corresponde en los hechos a un conglomerado humano amorfo, carente de estructura interior. Si la cultura vivida por un pueblo le confiere a su gente sabiduría, virtud, creatividad e identidad, la masa, por el contrario, al ser desarraigada del espacio espiritual de su cultura, pierde esas aptitudes, en tanto que los individuos son despojados de su carácter original de personas para ser uniformados por los lugares comunes de una racionalidad ajena en todo a la noción de sentido y de trascendencia. Así, la vida, que es un don, se vuelve un problema, y el vivir se reduce al solo hecho de solucionar esos problemas.

      Fue la civilización industrial la que produjo ese tipo de hombre afectado por múltiples carencias, que vive en conglomerados urbanos donde los individuos están físicamente juntos, pero no son comunidad. Creó también los espacios indiferenciados donde desaparece el arte de habitar la Tierra, y con él, las tradiciones de sabiduría y prudencia de los pueblos, para en seguida insertarse en la pura mecánica de una existencia sin alma ni valores. Fue la civilización industrial la que creó esas masas de hombres que venden su fuerza de trabajo para enfrentarse a una existencia sin más contenido que el esfuerzo laboral exigido por un sistema en el que delegan sus aptitudes en especialistas, productores e intermediarios para transformarse ellos en consumidores y usuarios pasivos.

      GÉNESIS DE LA CULTURA

      Para una mejor comprensión de lo dicho hasta aquí, no se puede omitir una reflexión sobre cómo se generan las culturas históricas, porque si bien el tema parece una digresión, no lo es en cuanto el colapso de una cultura implica la pérdida de los valores fundamentales en que se sustenta su devenir histórico, y esa pérdida, que es advertida y sufrida por el sector más lúcido de la sociedad, obliga a una reconsideración del proceso de la génesis y vigencia secular de esos valores hasta el punto de inflexión en que comienzan a perderse.

      Toda cultura nace de un acontecimiento espiritual, el cual ocurre en el seno de una sociedad destinada a vivir un proceso gradual de integración. Este suceso, en su apariencia, suele presentarse como un hecho insignificante e ignorado por la sociedad, y solo conocido por los más próximos a la fuente de su procedencia. Esa fuente se identifica siempre con la vocación de un hombre carismático revestido de una autoridad que trasciende toda forma de autoridad conocida en el mundo, quien comunica a los pueblos un mensaje que contiene una nueva concepción del hombre y su destino, de la sociedad y del mundo todo.

      Si bien el mensaje de esos hombres, en el inicio de su ministerio, sufre contradicción y ellos mismos son rechazados y hasta perseguidos por un sector de la sociedad, especialmente por quienes ejercen el poder, la trascendencia del mensaje termina por imponerse y transformarse en un referente supremo que nos enseña el sentido de la vida. Es en torno a ese referente que se constituyen los pueblos y las naciones. Y así la posterioridad podrá entender, después de transcurridos varios siglos, que tal fue el proceso del nacimiento y desarrollo de una nueva cultura.

      Este proceso histórico es el que se observa en el caso de la vocación de Mahoma, el profeta de Arabia y fundador de la cultura islámica; también el caso de la vocación de Kung Fu Tze (Confucio), fundador de la cultura clásica china.

      En lo que se refiere a la cultura occidental, su origen se remonta hasta el profeta judío Jesús de Nazaret, quien siendo un humilde carpintero trajo al mundo una Buena Nueva capaz de cambiar el paradigma de civilización de su época y fundar una nueva cultura en Europa y Medio Oriente. Los hombres se congregaron en torno a nuevas verdades fundamentales y surgieron nuevas motivaciones para el quehacer humano; se liberó la creatividad de los pueblos y surgió el sello identitario que marcó todas las formas de vida, creaciones, usos y costumbres del nuevo orden.

      Visto así el fenómeno del nacimiento de una cultura, se llega a la conclusión de que el acontecimiento que inicia su proceso histórico es como una simiente pequeña, pero de la que ha de surgir un gran árbol cuya vida puede durar varios milenios. Esa simiente es espiritual, con lo cual no se pretende decir necesariamente que sea “religiosa”, como el caso de Confucio lo demuestra, aunque posteriormente las verdades fundamentales que trae al mundo pueden generar un culto, lo cual es de importancia secundaria para la comprensión del fenómeno.

      SENTIDO DE TRASCENDENCIA

      Decir que el impulso original que da nacimiento a una cultura es un acontecimiento espiritual significa que la fuerza que congrega a los hombres y los constituye como pueblos y naciones es interior, incide en el fundamento de la conciencia y da sentido a la existencia. Ese sentido no es personal sino comunitario, y genera patrones de pensamiento y de conducta que lo expresan, pues el fenómeno mismo de la conciencia es correlativo a la noción de sentido y de destino. Todas las culturas, desde sus orígenes, se han basado en la noción de un destino trascendente de la criatura humana. En todas las culturas, el pacto social se ha hecho no en relación a cómo los hombres se organizan para producir, sino en referencia al sentido. Sin asumir como comunidad las verdades que expresan el sentido, la conciencia humana carecería de fundamento para hacer del hombre un habitante del mundo que comparte su vida y su destino con otros de su especie en un orden social establecido.

      Aquello no le resta importancia al hecho de que el pacto social incluye necesariamente una forma de organización para producir, pero esta supone la congregación previa de los hombres en torno a esas verdades fundamentales que dan sentido y forma a la sociedad.

      DECADENCIA Y COLAPSO DE LAS CULTURAS

      Las culturas no son eternas; se desgastan. Están vivas y creativas mientras son animadas por el espíritu del acontecimiento que las hizo nacer y les dio su organización interior y sus valores. Las grandes culturas emprenden grandes obras y generan formas complejas de vida. Y ocurre que la creciente envergadura de las obras y de la complejidad de la trama de la actividad social, a través de los siglos, va generando una transformación en el alma de las naciones, debilitando el vigor interior de las personas y aumentando la actividad por lo que la conciencia se ve en la obligación de proyectarse constantemente hacia el exterior, formándose al fin el tipo humano cautivo de la problemática del mundo, esto es, cautivo de su propia obra, lo cual anula la lucidez del espíritu que antes le permitía tener presentes los valores que constituían el fundamento de su cultura.

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