El paso de José Goles. Eugenio Rengifo

El paso de José Goles - Eugenio Rengifo


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de un pecado me acusan, pero nadie comprende que el amor verdadero, nunca, nunca se vende...

      Sin embargo, Daniça afirma que la amante que Goles nunca dejó a lo largo de su vida, fue la lucha por obtener el reconocimiento hacia el trabajo de los creadores musicales, lo que se llegó a cristalizar en la fundación de la Sociedad Chilena del Derecho de Autor SCD en 1987, luego de más de 50 años defendiendo la dignidad y legitimidad de su gremio junto a figuras como Pablo Garrido, Nicanor Molinare, Luis Aguirre Pinto, Vicente Bianchi, Donato Román Heitman, Fernando Lecaros, Alfonso Letelier, Margot Loyola, Violeta Parra y tantos otros.

      Para la hija menor de este hombre brillante resultaban familiares siglas como Sochayco, Codayco, o nombres como El Pequeño Derecho de Autor o el número de la ley 19.166. En su casa del barrio Ñuñoa eran habituales las reuniones con músicos y autores hasta altas horas de la noche, en las que ella se quedaba dormida debajo del piano escuchando los anhelos y sueños de todos ellos para obtener justicia respecto por la retribución de los derechos de propiedad intelectual que generaban sus obras. Hasta que un día escuchó a su padre decir que, por fin, los creadores iban a administrar sus derechos y que así la SCD se transformaba en la primera entidad de gestión colectiva de derechos intelectuales en el país.

      En este libro, tal como lo ha planteado la familia, se busca manifestar la gratitud y el reconocimiento hacia esta figura, a la que, según Daniça, Chile le sigue debiendo el Premio Nacional de Música: Quiero que se devele a las generaciones actuales de creadores la verdad sobre mi padre y el tremendo aporte que brindó a los músicos chilenos a lo largo de toda su vida.

      Para ello, dan testimonio en estas páginas personas muy cercanas a este hombre brillante: autores y compositores, musicólogos, directores de coros, luchadores gremiales, expertos en propiedad intelectual, a lo cual se agregan citas del propio José Goles Radnic, nacido en Antofagasta el 10 de marzo de 1917 y que nos dejó el 8 de junio de 1993, cuando ejercía como presidente de la Sociedad Chilena del Derecho de Autor SCD.

      biografía

      capítulo i

      en familia

      Desde Croacia y Brac a Antofagasta

      Daniça Goles

      Mi nombre es Daniça Thelma Goles English. Soy hija de Thelma English y José Goles Radnic. Ser su hija me define, porque él era un personaje extremadamente especial, de otro planeta, tenía mística, un sello, un carácter y una amplia diversidad temática cultural. Era muy yugoslavo, apegado a la vida del inmigrante, un sello característico que heredó de sus antepasados. Una marca un poco soberbia en lo trivial, pero que, en lo más profundo, se manifiesta en la persistencia, la profundidad y elaboración conceptual de las cosas. Es una visión de mundo.

      Cerca de Dubrovnic hay una pequeña isla llamada Brac, donde se levanta Supetar, un pueblo chiquito, mediterráneo y muy hermoso. A comienzos del siglo XX no había en la isla tierra de siembra ni cultivable. La gente que vivía allí mezclaba algas marinas con restos vegetales y roca volcánica molida, erosionada, y sobre esa materia cultivaba vides para hacer vinagre y vino en casa. Esa tradición hizo a sus habitantes extremadamente resilientes.

      1914. Primera Guerra Mundial. El Imperio Austro-­Húngaro reúne e invade todas las tierras eslavas, Croacia, Montenegro, Los Balcanes. En ese contexto bélico, los hombres estaban obligados a entrar a la milicia a los 12 años. A raíz de ello, muchos padres desesperados, en especial de lugares costeros de Croacia, comenzaron a exiliar a sus hijos para que no fueran a la guerra que, además, era una guerra del Imperio Austríaco. Las familias más ricas huyeron con sus hijos por vías formales. Así, llegó a Chile mi bisabuela Marietta, con un pasaporte austríaco, aunque ella era de Dubrovnik, hoy tierra croata, antes tierra ­yugoslava. Mi abuela Elena María Radnic Homerovic no había cumplido los 12 años cuando llegó a Antofagasta.

      En familias de menos recursos, los padres subían a sus hijos a un barco antes de cumplir los 12 años, viajando en las bodegas durante meses. Así, muchos de ellos llegaron a Punta Arenas o a Antofagasta, entre los cuales venía mi abuelo José. A Chile llegaron cinco Goles por el lado de mi abuelo, solos y sin sus padres y, por otro lado, también llegaron cinco primos de mi abuelo.

      Aunque esta es una historia de más larga data, el seguimiento que hemos hecho, indica que el origen de la familia proviene más o menos del año 1500.

      En Antofagasta se había creado una comunidad eslava que acogía y recibía a estos niños. Fue así como mi abuelo conoció a mi abuela. Mi nona Elena tenía 16 años cuando se casó con mi nono; eran solo unos niños; lo hicieron para apoyarse, para crear juntos una nueva familia. Antes de casarse, vivieron en la casa de unos yugoslavos que habían llegado a Chile con anterioridad y que acogían como allegados a quienes venían de Brac. Se vivía en comunidad, y es que los eslavos tienen mucho de gitanos o, al revés, muchos gitanos tienen origen eslavo.

      Mi abuelo comenzó a trabajar en una pulpería donde le pagaban con fichas, igual que a los mineros. Ahí es donde se puede apreciar el primer rasgo de persistencia, resiliencia, de fuerza pero, sobre todo, un sentido del honor, del respeto de valores y principios.

      Al año de casados, mis abuelos tuvieron a su primer hijo al que bautizaron como Josep Nicholas, que terminó siendo José Nicolás Goles Radnic. Al crecer la familia Goles, que vivía de la pulpería, mi abuela estableció primero una residencial pequeña y luego un hotel que se llamó Balkan. Este lugar se convirtió en una tradición para todos los migrantes eslavos que llegaban a la ciudad, sin importar si tenían o no recursos. Mis abuelos les ayudaban, tejiendo las redes para que se relacionaran con el resto de la comunidad y consiguieran trabajo. Era un lugar de bienvenida para todos los que venían de Europa. Allí se alojaron los artistas que venían a la ópera y otros grupos que se presentaban en el Teatro Municipal de Antofagasta. El hotel Balkan incluso llegó a tener una sala de espectáculos donde se presentaron circos, óperas y conjuntos musicales.

      Todo aquello modificó la vida de mi papá y de su hermano Ivo, dos años menor que él. No crecieron en una típica familia, eran niños especiales. Todos ellos estudiaban en el Colegio San Luis. Un colegio jesuita, particular, donde se reunía la élite de los croatas que llegaron a Antofagasta. Mi hermano Eric mantuvo la tradición y también estudió allí. La formación tenía el sello de los jesuitas, con una mirada progresista que expresaba la diversidad de temas e intereses que se les presentaba. Mi papá, por ejemplo, pintó frescos en la catedral de Antofagasta a petición de uno de los curas del colegio; ayudaba con la preparación de los caballos de carrera a mi abuelo, aunque no podía ser jinete por su tamaño. Es mi abuela la que detecta en él su capacidad para la música. Hay que entender que dos mundos se conjugaban en la familia. Por una parte, mi abuelo, el nono José que llegó a Chile a los 12 años, venía del mundo obrero, perteneciente a una familia de pescadores de la isla de Brac, un mundo de gente trabajadora de sol a sol. El mundo de mi abuela, en cambio, era el de Dubrovnik, de la clase alta; ella fue criada como una princesa bajo el concepto de la aristocracia europea de ese momento: bordaba, cocinaba, tejía, era la ama de casa perfecta; viniendo de ese mundo, era casi obvio que también sabía tocar piano.

      Cuando mi nona descubrió la capacidad musical de Goles, le dio todo su apoyo de forma incondicional. Empezó a tocar piano de oído, montó obras de teatro y se fue relacionando con los artistas que venían de Europa y se hospedaban en el hotel familiar, lo que, además, le permitió aprender varios idiomas. Mi abuela le tomó clases de piano con un gran maestro, el que rápidamente se sintió sorprendido al descubrir que el alumno lo superaba. Allí se asienta la tesis de que mi padre tenía oído absoluto –la que se confirmaría luego por medios clínicos. La visión dual del mundo marcará su vida, las matemáticas y la música. Tener oído absoluto lo hacía muy introvertido y en su cabeza siempre tenía melodías convertidas en números. Además de las clases de música, tomó clases de ajedrez desde ­temprana edad.

      Poco antes de la crisis económica de comienzos de los años 30, mi papá dejó Antofagasta y se vino a Santiago impulsado por mi nona Elena, quien se dio cuenta de que en el norte no iba a lograr desplegar toda la diversidad y capacidad que ya demostraba


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