La Nueva Era de la Humanidad. Jay Tatsay

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un tropiezo o a una involución innecesaria.

      Evolucionar, e incluso mutar en un breve espacio de tiempo, quizá sea más deseable y positivo, sobre todo si se tiene consciencia de dicha evolución, porque al menos así se sabrá hacia dónde encaminamos nuestros pasos, cosa que no hemos hecho desde hace quinientos mil años.

      I: Nuevo Orden Mundial y

      breve Historia de la Humanidad

      ¿De verdad algún día seremos dioses?

      No son pocas las sectas, religiones, esoteristas, santones e iluminados que aseguran que el Plan Divino Universal es que los elegidos de este planeta algún día serán dioses de otros mundos hoy en gestación.

      Fermi asegura que los distintos estados de evolución de los pobladores del Universo impiden que se conozcan entre sí y que, por consecuencia, no puedan comunicarse, porque incluso si entraran en contacto no se entenderían para nada.

      Una raza evolucionada no podría sentir más que asco o indiferencia de la salvaje especie humana, tan joven, malvada y asesina, dormida e inconsciente, poco menos que las hormigas o las polillas, ya que si bien mantienen cierto orden y construyen cosas, carecen del más elemental amor por sí mismos, por sus hermanos y por el medio que les rodea.

      La mente humana va más allá de su propia tecnología, y algún día alcanzará a otras especies siderales, pero de momento todo queda en la imaginación y en la mala o la buena voluntad.

      A estas alturas de su evolución, la humanidad necesita reinventarse para seguir adelante sin autodestruirse, salir del Medievo mental y cultural, para ser congruentes con sus avances en ciencia y tecnología.

      Lo ha necesitado antes, como en la Edad Media y en el Renacimiento, pero entonces no tenía la capacidad armamentística y tecnológica que hoy tiene para arrasar con todo.

      El Nuevo Orden Mundial

      Desde hace unos siglos a esta parte llamada posmodernidad, se han alzado voces y se han creado gremios, grupos y sectas que claman por un Nuevo Orden Mundial, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, proponiendo una serie de puntos:

      —Eugenesia, o selección de los mejores, tanto racial como mental y espiritualmente, lo que iría en contra de los menos favorecidos por la naturaleza desde su nacimiento, pues habría que eliminar a los enfermos, los feos, los disminuidos, los débiles y los deformes, los torpes y los que no aprenden, los diferentes y los raros, como en Esparta o como en el Antiguo Testamento, donde los elegidos por Jehová para ser su pueblo amado no podían tener taras.

      —Un solo Gobierno Mundial, con un mundo sin banderas ni fronteras, sin patriotismos locales y sin identidades excluyentes, lo que no suena tan mal, pero que encuentra muchas resistencias entre aquellos que no quieren abandonar su identidad nacionalista. La localidad contra el centralismo en lucha sempiterna, donde por mucho que el centralismo sea más poderoso, no ha logrado someter a todos los pueblos, ni para bien ni para mal, y tampoco ha podido superar del todo el antagonismo entre el campo y la ciudad, la fisiocracia y el industrialismo.

      —Una sola moneda, e incluso la desaparición de los billetes, papeles de colores con valor simbólico de intercambio, y de las monedas de metal, cuya materia prima a menudo es más cara que su valor simbólico de intercambio. En lugar de ello, se pretende instaurar un crédito virtual, e incluso un crédito ciudadano, como ya se hace en algunos lugares de la China Milenaria, donde una sola tarjeta sirve para compras, viajes, impuestos, gastos varios, cuyo crédito depende tanto de lo productivo que sea el individuo, como su comportamiento social; de esta manera, si la persona trabaja bien pero no hace caso de las imposiciones o “recomendaciones” del gobierno, no tendrá suficiente crédito para adquirir ciertos bienes, mientras que si trabaja mal, pero se porta bien, recibirá ciertas ayudas para mejorar su rendimiento laboral, como becas y cursos de formación. Si se porta mal y trabaja peor, o no trabaja, no tendrá crédito alguno, y, si acaso, solo derecho básico a techo, vestido y sustento, como dádiva del Estado, pero nunca como mérito propio. La economía mundial, con una moneda finita y unas operaciones infinitas, ha de regularse cíclicamente, unas veces por falta de dinero, y otras veces, aunque usted no lo crea, por exceso del mismo, que se regala a las poblaciones en forma de becas y ayudas (total, en breve regresará a las manos de las grandes firmas), se presta a los países en créditos impagables, y se utiliza para toda clase de corrupciones porque no se sabe qué hacer con el exceso. Una moneda única ayudaría al control casi total de la economía mundial, como lo fue el dólar en su día, y como pretende serlo el yuan chino.

      —Un solo pensamiento académico y científico, con campos de estudio, creación e investigación predeterminados y exclusivos, sin poder estudiar o investigar ninguna otra cosa, bajo pena de perder todo crédito personal, laboral y de acceso a centros de investigación científica. Esta idea no es nada nueva y se ha querido implementar desde hace tres o cuatro mil años, primero en Grecia, luego a partir y en el seno de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, más tarde en Europa y en las tierras conquistadas y usurpadas, luego en el Occidente Capitalista en contra del Oriente Comunista, y finalmente en el estilo de vida norteamericano (american way of life), que ha colonizado incluso el pensamiento de sus competidores a través de las artes, el ocio, las ciencias y la tecnología, poniendo e imponiendo a la vetusta Universidad de Harvard, como el paradigma epistemológico (de conocimiento) a seguir en todo el mundo. China y Rusia no tardarán en dar su respuesta, pero la idea es la misma: Un Pensamiento Único.

      —Una sola religión, creencia o ideología, como proponía Madame Blavatsky a finales del siglo XIX con su Teosofía, que se encargue del control social, la moral, la ética y, en fin, del “buen comportamiento” de los seres humanos, con un pensamiento programado desde la más tierna infancia, insertado en su cultura y tradiciones más queridas, con la promesa de recompensas sociales y “espirituales” sujetas a fidelidad y cumplimiento, sumisión y lealtad, proselitismo y defensa a ultranza, por el bien de los demás o de algo más grande que uno mismo, con el sacrificio propio, el asesinato de los infieles o el suicidio del creyente si falla en su celo correligionario, tal y como han venido funcionando en los últimos tres mil años las grandes religiones con cierto éxito entre las poblaciones humanas, pero sin haberse puesto de acuerdo por intereses económicos y de poder partidario.

      —Un mundo cada vez más virtual y menos social, donde todos son policías controladores de todos, las reuniones son pocas y alejadas, las opiniones no se pueden contrastar con una realidad palpable, las marchas y las manifestaciones populares, siempre tan molestas, vayan desapareciendo poco a poco de las calles para recluirse en las redes sociales, el contacto humano sea desagradable o peligroso, y las relaciones afectivas se encierren en sí mismas, siempre fruto de la desconfianza, y con muy poca o nula productividad, tanto de ideas como de hijos, a pesar de saber que la represión subliminal suele provocar socialmente efectos contrarios a los deseados.

      —Reducción drástica de la población mundial, o aumento bestial de la misma para que sucumba por sí misma. En este punto siempre ha habido desacuerdo, pues los maltusianos abogan por desprenderse de un 99% de la población, mientras que los antimalthusianos prefieren mantener una alta cota de esclavos, soldados, policías, sirvientes, funcionarios y amplias clases medias sin futuro ni posibilidades de movilidad ascendente socioeconómica, pero buenas repetidoras, cobardes, sumisas y de buena conciencia, siempre dispuestas a cualquier indignidad; y una amplia base de pobreza, algo rebelde y esquiva, pero a la vez barata, fanática y dispuesta a cargar con los desechos de los demás. Malthus creía en el siglo XVIII, con mil millones de habitantes en la Tierra, que el alimento no alcanzaría para todos al doblar la población, y que África sería el primer continente en morirse de hambre, cosa que no ha sucedido en absoluto: somos siete mil millones de habitantes en la actualidad y se tira la comida al mar, o se destruye, mientras miles de niños mueren de hambre cada día. Cada tanto hay campañas para reducir la población mundial, pero también hay países que creen que su fuerza radica en el número de sus habitantes, con lo que las campañas de reducción se convierten en campañas de aumento por simple efecto rebote. Ahora mismo, han implementado una torpe campaña de pandemia (el coronavirus) que las clases medias han asumido con brutal entusiasmo de patológico de pánico y escasa salud mental, la cual, en lugar de reducir la población por la muerte y los


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