La inexplicable lógica de mi vida. Benjamin Alire Sáinz

La inexplicable lógica de mi vida - Benjamin Alire Sáinz


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en los escalones y lo encendió.

      Me senté junto a él.

      —¿Qué pasa, papá?

      —Tu Mima —dijo.

      —¿Qué le ocurre?

      —El cáncer ha vuelto.

      —Creía que había desaparecido.

      —El cáncer es complicado.

      —Pero no ha tenido cáncer desde que yo tenía…

      —Doce años. —Le dio una calada profunda a su cigarrillo—. Tiene metástasis.

      —¿Eso qué significa?

      —Significa que seguía habiendo algunas células malignas dentro de su cuerpo, y se han desplazado a otro lugar.

      —¿Adónde?

      —A los huesos.

      —¿Es grave?

      —Muy grave.

      —¿Se curará?

      Me cogió la mano y la apretó.

      —No creo, Salvi. —Parecía que iba a llorar, pero no lo hizo. Si él no iba a llorar, yo tampoco lo haría. Apagó el cigarrillo—. Tu tía Evie y yo pasaremos el resto del día con Mima.

      —¿Puedo ir?

      —Tú y yo iremos con ella a misa mañana. Luego le prepararemos algo de comer. ¿Te parece bien?

      Entendí qué estaba diciéndome. Tenían asuntos de que hablar, y no querían tenerme cerca. Cómo odiaba que me excluyeran…

      —Sí, me parece bien —dije.

      Sabía que papá había notado la decepción en mi voz. Me puso la mano en el hombro.

      —No tengo una hoja de ruta para este viaje, Salvi; pero no te dejaré atrás, lo prometo.

      Papá sabía honrar las promesas.

      Fito

      Papá había ido a ver a Mima. Cáncer. Me imaginé a papá, Mima y la tía Evie conversando. Sobre el cáncer. Ellos hablando; yo excluido. Aquello no me gustaba nada.

      No quería pensar en Mima, en perderla, y solo recordaba la expresión en el rostro de papá cuando dijo «muy grave».

      Me senté en el porche con Maggie. Iba a escribirle a Sam, pero no sabía qué decir. Así que me quedé mirando el móvil.

      Levanté la mirada y vi a Fito acercándose por la calle. Caminaba como un coyote en busca de alimento. En serio. Era un tipo muy delgado. Siempre me daban ganas de ofrecerle algo de comer. Me saludó con la mano.

      —¿Cómo va todo, Sal?

      —Bueno, pasando el rato.

      Se acercó por la acera, se sentó en los escalones junto a mí y dejó caer su mochila.

      —Acabo de salir del trabajo.

      —¿Dónde trabajas?

      —En el Circle K, al final de la calle.

      —¿En serio? ¿Y te gusta?

      —Hay un montón de gente desequilibrada que pasa por allí durante toda la semana, las veinticuatro horas del día. Todos los yonquis del vecindario están esperando a que sean las siete de la mañana para comprar alcohol y que se les pase el subidón.

      Lo interesante de ser amigo de un tipo como Fito era que me educaba. Entre él y Sam, ya estaba listo.

      —Bueno, al menos no es aburrido.

      —Sí, bueno, no estaría mal aburrirme un poco. Un tío intentó que le consiguiera cigarrillos gratis. Como si pudiera hacerlo. Tengo que dejar uno de mis empleos.

      —¿Cuántos empleos tienes?

      —Dos. Es mucho mejor que estar en casa, pero he de mantener las buenas notas.

      —No sé cómo lo consigues.

      —Verás, Sal, funciona de la siguiente manera: yo no tengo un padre como el tuyo. Tu padre entiende que tu trabajo es ir al instituto y sacar buenas notas y toda esa mierda. Pero yo no he vuelto a ver a mi padre desde que se despidió de mí hace años. Sé que está intentando mantenerse a flote. Mi madre le hizo daño, lo entiendo; pero la realidad es que no lo tengo aquí para apoyarme. Mi madre recibe ayuda del Estado, y supongo que tengo suerte de que no la hayan arrestado. Si la arrestan, estoy jodido. Solo me falta acabar en un centro de acogida. Lo bueno es que en un par de meses cumpliré los dieciocho. Entonces seré completamente libre.

      —¿Te mudarás?

      —No. He estado ahorrando dinero para la universidad, y no quiero utilizarlo para pagar un alquiler. De todos modos, voy a casa solo para dormir. Es solo una cama. Tengo que aguantar un poco más. No voy a morirme.

      Cielos, qué cansado parecía.

      —Estaba a punto de prepararme un sándwich —mentí—. ¿Quieres uno?

      —Sí —dijo—. Estoy muerto de hambre.

      «Muerto de hambre» era la expresión correcta. Aquel muchacho se zampó el sándwich en una milésima de segundo. Fito era un tipo interesante. Aunque era un chico de barrio, tenía un aspecto realmente pulcro. Pelo corto, gafas ridículas, camisa blanca, pantalones caqui, y le gustaba llevar corbatas negras estrechas. Como papá. Vaya, que tenía un estilo bien definido. En cambio, yo no tenía ningún estilo en particular.

      —Dime, ¿por qué Sam y tú no os liáis?

      —Es mi mejor amiga.

      —¿Por qué no puede ser más que una amiga? Está buena.

      Lo miré con dureza.

      —¿Qué?

      —Es como mi hermana. A los chicos no les gusta oír comentarios sobre su hermana… Comentarios como «está buena».

      —Lo siento.

      —No pasa nada.

      —Y es muy inteligente. De todos modos, supongo que no eres su tipo.

      Negué con la cabeza.

      —No hablemos de eso. —No me gustaba hablar sobre Sam a sus espaldas. No fue difícil cambiar de tema—. ¿Tienes novia, Fito?

      —Novia no. Durante un tiempo tuve una relación con Ángel.

      Hasta ese momento no supe que era gay. Quiero decir, que no se comportaba como un gay… Significara lo que significase eso.

      —Es buen tío.

      —Bueno, es muy exigente. No tengo tiempo para eso. Los chicos me cansan.

      Aquello me hizo reír.

      —¿Alguna vez has estado con un chico, Sal?

      —No, no es lo mío.

      —Es que como tu padre es gay…

      Me eché a reír de nuevo.

      —Como si funcionara así.

      Fito se rió de su propio comentario.

      —Soy tan idiota…

      —No, no lo eres —dije—. Me caes bien, Fito.

      —Tú también me caes bien, Sal. Eres diferente. Quiero decir que sueltas cosas como: «Me caes bien, Fito». La mayoría de la gente no dice nunca mierdas de estas. Bueno, los gays sí, pero no lo dicen porque les caigas realmente bien, sino porque tal vez estén interesados en llevarte a la cama. Sabes a qué me refiero, ¿verdad?

      Le preparé otro sándwich. Se lo zampó tan rápido como el primero. No dejaba de acariciar a Maggie y de decir:

      —Cómo


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