Una obra de arte. Iván Dario Fontalvo
entre las sábanas revueltas, por más que lo intentó no pudo recordar las notas fantásticas del sueño, y tuvo que conformarse con el silbido del viento entrampado en las cortinas luminosas de la habitación.
Ocho
Brodel preparó el desayuno, y le llevó al músico una ración.
—Lo siento —dijo el músico cuando abrió la puerta—. No he tenido la decencia de presentarme con usted.
Brodel le entregó el desayuno en la bandeja de madera —esculpida también por el carpintero fantástico— y le dijo que no se preocupara, que ya tendrían tiempo para esas pequeñeces.
Brodel, comprensiblemente, no estaba habituado a las presentaciones formales. En la guerra se acostumbró tanto a la muerte que en algún momento decidió que los nuevos reclutas no debían decirle sus nombres, pues le bastaba el tormento de un rostro anónimo. Y aunque la guerra estaba en el pasado, para él seguía ahí no más, dos pasitos atrás, no tan lejos como lo habría deseado.
El músico parecía saber de dolores. Recibió la bandeja de manos de Brodel y se encerró en la habitación nuevamente. Allí estuvo toda la mañana hasta el mediodía, y de allí escapó azorado por el calor para hacer un reconocimiento cuidadoso de la posada y para advertirle a Brodel que solo podía pagarle el servicio con tarjetas bancarias.
—No importa —le respondió Brodel—, no es con dinero con lo que se paga el arriendo.
La casa constaba de cinco habitaciones de alquiler, además de una habitación de servicio y la de Brodel. Todas estaban en el segundo piso y compartían un único baño. En la planta baja estaban la sala y la cocina, y a través de un pasillo recto que atravesaba la casa entera se salía al patio, con su jardín aporreado, su pozo y su alberca. Por el frente, cruzando un senderillo de piedras que sobresalían entre una hierba recién sembrada que luchaba por sobrevivir, se llegaba a la terraza y a la verja tapizada de enredaderas costosas, y, del lado exterior, estaban las palmeras jóvenes.
El músico quedó maravillado con el paseo por aquel lugar que, aunque inacabado, insinuaba tanta grandeza. Lo siguió impresionando la carpintería: las puertas y las ventanas maravillosas, el lujo de las molduras de cedro en el cielorraso, el trabajo en las mecedoras en la terraza. Le preguntó a Brodel por el carpintero.
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