Panza de burro. Andrea Abreu
pero Isora le decía que bitch significaba abuela en inglés.
En la venta también trabajaba Chuchi. Chuchi, la tía de Isora, la segunda hija de Chela. A Chuchi todo el mundo la llamaba Chuchi pero nadie sabía cómo se llamaba en realidad. Chuchi tenía los ojos verdes como Isora, pero con manchas como de café derramadas en lo blanco. Como de café en el fondo de la taza. Chuchi era alta, flaca, de patas largas, chupada, seca. No se parecía a Isora sino en los ojos. Nunca nadie la había visto con un novio y no tenía hijos. Chuchi también era mucho de estar en la iglesia, pero su sueño no era ser santa, como su madre, sino vendedora. Durante un tiempo estuvo vendiendo pinturas para la cara y cremas y jabones para el pelo y jabones para el cuerpo a las vecinas del barrio. Iba con su ropa de secretaria, con una chaqueta verde, como sus ojos verdes, y una falda verde, como los ojos de Isora verdes, y unas botas marrones con tacón cuadrado y una carpeta con las revistas de Avon en las que mostraba los produtos, casa por casa. La madre le decía a la gente que la hija se le estaba echando a perder, porque estaba como los cueros, todo el día en los caminos.
Subimos por la carretera hasta pasar por delante de la venta. Isora no se paró a decirle nada a la abuela. Onde irán ustedes? Ustedes no caben en casa?, nos gritó Chela con el mostrador lleno de gente. Que lo único que hacen es estar juroniando poray! Isora siguió subiendo la cuesta como si nada. Yo la seguí y miré a Chela y a Chuchi. Chuchi picaba embutidos con la cabeza agachada, escuchando los rezados de Chela, como con un peso en la punta del cuello, el cernícalo posado en los huesos de la espalda que era la presencia pesada de la madre. Vamos pa cas Eufracia a que me eche el rezado, pa que la bitch esa no se entere, me dijo Isora. Y de nuevo el gusano negro. Yo sabía más bien poco sobre el mal de ojo. Sabía que a los niñoschicos, que están rojos y calvos y feos y sin dientes y con la cabeza llena de costras, les ponían un lacito rojo en el carro porque las madres y las abuelas tenían miedos. Miedos, decía abuela, del mal diojo. Si la gente miraba a los niñoschicos mucho rato a los ojos o les decían muchas cosas bonitas, que qué niño tan guapo, dios lo guarde, dios lo guarde, cuánto tiempo tiene, qué guapo, las madres y las abuelas se ponían más tiesas que la pata de un muerto. Cuando abuela veía un bebé recién nacido lo primero que hacía era hacerle la señal de la cruz y repetirle Dios lo guarde y lo bendiga de los pies a la barriga. De los pies a la barriga y de ahí parriba nada, pensaba yo. Entonces yo creía que el mal de ojo se lo hacían en esa zona del cuerpo, en la zona del pepe y del culo y de los pelos de las piernas, que yo quería que mi madre me afeitase y no me afeitaba. Isora y yo hacíamos muchas cosas por esa zona del cuerpo, la de los pies a la barriga. La zona del pepe, sobre todo. Entonces a lo mejor el mal de ojo tenía que ver con eso. Pero me callé y no lo dije, me callé y seguimos caminando.
Isora Candelaria González Herrera
Cuando llegamos a cas Eufracia, Isora se puso delante de la puerta y me miró y me dijo toca tú, y toqué yo, y me quité y salió Eufracia con un delantal de cocina todo manchurriado de sangre. Miniña, ya me llamó Carmitas. Pasen pa drento, que estaba escuartizando el conejo pa hacer un fisco cena, siéntese ay, miniña, siéntese, le dijo a Isora, y la puso en una silla plástica del patio, en medio de las matas verdes de helechos, verdes y grandes como las del Monte del Agua. Mientras Isora se acomodaba, yo cogí una silla y me senté en una esquinita, porque yo no era la famosa. Isora era la que tenía mal de ojo, solo ella tenía esas cosas, a mí no me pasaba nunca nada, mi abuela siempre decía que yo tenía el buche virado, pero nadie me llevaba a que me santiguaran.
Eufracia se presinó y yo no sabía qué hacer y me presiné también, pero pequeñito, como quien saluda a alguien que no saluda y se rasca los cachetes para disimular. Le hizo la señal de la cruz a Isora y empezó a decirle que en cruz padeció y en cruz murió y en cruz Cristo te santiguo yo, e Isora la miraba con los ojos abiertos como chernes, y la mujer movía la boca y se estregaba los dedos arrugados como troncos de viña seca, retorcidos, cuarteados de los años de lejía y tierra. Y señor mío Jesucristo, por el mundo anduvistes, muchos milagros hicistes, mucho a los pobres sanastes, a María Magdalena perdonastes, al santo árbol de la cruz, y los ojos de la mujer se iban poniendo más blancos que una carta, se estregaba las manos más rápido, más fuerte y yo miraba a Isora, yo la miraba y su cara era tranquila pero atenta, con la cadenita de la Virgen de Candelaria dentro de la boca, de alegría por estar siendo curada. Y yo pensaba se va a morir, se va a morir, la va a matar Lucifer cuando le salga por los ojos a Eufracia. Y Santa Ana parió a María, Santa Isabel a San Juan, lo fueron a bautizar en el río Jordán, le pregunta Juan al señor: yo, señor, que estoy bautizado de tus benditas manos, y se estregaba las manos y le daba un tembleque en las piernas y le vibraban los párpados como un perro espantando gatos en sueños, así como estas palabras, los ojos era como que le corrían dentro de las órbitas y le lloraban, son ciertas, los pelos se le pusieron engrinchados, y verdaderas, y empezó a tragar saliva, haga por bien de quitar fuego, aire, y eructó, mal aire, y eructó, mal de ojo, y eructó, que tenga en su cabeza y en su estómago, y eructó y escupió en el piso del patio, en su garganta y en sus ojos, y escupió, en su espalda y en sus cuyunturas, haga por bien de quitar y botar al fondo del mar, y escupió pal aire y me llegó a la cara, de donde a mí ni a otra criatura le haga mal, y vomitó un fisquito sopa del mediodía y empezó a botar espuma por la boca, un espumaraje como botaban los perros con rabia, como decía abuela, botaba espuma como los perros que si mordían a alguien había que sacrificarlos, e Isora la observaba, mordiendo la cadenita, que siempre le daba infecciones de garganta de tanto chupichupi la cadenita, que le había regalado la madre cuando ella era recién nacida que la abuela le había ido a cambiar la cadenita de oro al pueblo más de cien veces, porque el cuello de Isora crecía y crecía y la cadenita encogía encogía y la abuela le decía que si se la dejaba corta se iba a ajogar, pero a Isora le gustaba apretada contra la garganta porque así era más secsi. Isora llevaba la cadenita de la Virgen de Candelaria porque era la virgen que ella más quería, como quien tenía un pokémon favorito o una brat favorita, y llevaba el collar con un charmander chiquitito colgado del cuello, lo único es que para ella la cadenita era todavía más importante que para mí un pokémon porque se la regaló la madre a la que tanto quería porque casi no había estado con ella, a la que tanto adoraba porque no tuvo la oportunidad de escacharle la cabeza como sí había tenido la abuela, y sobre todo porque su nombre también era el de La Morenita, porque ella se llamaba Isora Candelaria, Isora Candelaria González Herrera.
Y entonces Isora le dijo Eufracia, Eufracia, que se ahoga! Y la mujer levantó la cara, con la boca toda babada como una babosa restregada por el piso del patio, con la cara hecha de caminos de baba de babosa y le dijo y si esto no le baste, que le baste la gracia de Dios, que es grande,
Amén!
Jesús!
Y Eufracia empezó a rezar el credo. Y yo también empecé a rezar. Y me puse nerviosa porque a mí nadie me había enseñado a rezar. Y solo moví la boca, bisebisebisebisé, hasta que Isora me dijo estoy curada, jarrapa, shit, vámolos pa la venta.
Salimos por la puerta de cas Eufracia y por fuera estaba Gaspacho limpiándose la cuca. Al vernos, nos ladró agugugú, un ladrido como cuando queríamos gritar debajo del agua. Caminamos y el perro nos siguió hasta por lo menos la mitad de la carretera, por a cas Melva, justo a la altura en la que estaba el estanque grande en el que habían aprendido a nadar mi madre y mi tío y la madre de Isora y la tía de Isora, que decía mi madre que abuelo la amarraba con una soga por la cintura y la botaba y aprendías a nadar por necesidad, que es como mejor se aprende a hacer las cosas, pero abuelo se había ido a vivir con otra mujer y ya no se hablaba más de él, ni tampoco del estanque ni de aprender a nadar y por eso nadie nos enseñaba a nosotras. Y el perro seguía caminando y le decíamos Gaspa, vete parriba, ssssht, y salió Eulalia de la casa y le dijo juuuuuite, Gaspachocabrón, vete pa casa el carajo! Y el perro se acostó en el centro la carretera y allí se quedó y nosotras seguimos bajando.
Como turmas debajo de la pinocha
Azul marino, rosado, amarillo, más amarillo, amarillo quemado, amarillo güevo frito, rojo. Así eran las casas del barrio, de muchos colores, como las casillas del ludo. De todos los colores y a medio empezar, a medio terminar, pero ninguna completa, eran casas como mostruos incompletos. Casi todas con alguna parte sin encalar, con los bloques descubiertos, con los bloques con mujo y humedades. Casi