La Santa Biblia - Tomo III. Johannes Biermanski

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de la iglesia habían podido satisfacer. Encontró en la Palabra de YAHWEH lo que antes había buscado en vano. En ella halló revelado el plan de la salvación, y vio al Mesías representado como el único abogado para el hombre. Se entregó al servicio del Mesías y determinó proclamar las verdades que había descubierto.

      A semejanza de los reformadores que se levantaron tras él, Wicleff en el comienzo de su obra no pudo prever hasta dónde ella le conduciría. Su actitud no fue de abierta oposición contra Roma, pero su devoción a la verdad no podía menos que ponerle en conflicto con el error. Conforme iba discerniendo con mayor claridad las falsedades del papado, presentaba con creciente ardor las enseñanzas de la Biblia. Vió que Roma había abandonado la Palabra de YAHWEH cambiándola por las tradiciones humanas; acusó desembozadamente al clero de haber desterrado las Santas Escrituras y exigía que la Biblia fuese restituída al pueblo y que se estableciera de nuevo su autoridad dentro de la iglesia. Fue maestro entendido y abnegado y predicador elocuente; su vida cotidiana era una demostración de las verdades que predicaba. Su sconocimientos en las Sagradas Escrituras, la fuerza de sus argumentos, la pureza de su vida y su integridad y valor inquebrantables, le atrajeron la estimación y la confianza de todos. Muchos de entre el pueblo estaban descontentos con su antiguo credo al ver las iniquidades que prevalecían en la iglesia de Roma, y con inmenso regocijo recibieron las verdades expuestas por Wicleff, pero los caudillos papistas se llenaron de ira al observar que el reformador estaba ganando una influencia superior a la de ellos.

      Wicleff denunciaba los errores con mucha sagacidad y se opuso valientemente a los abusos que sancionaba la autoridad de Roma. Mientras que desempeñaba el cargo de capellán del rey, adoptó una actitud atrevida oponiéndose al pago de los tributos que exigía el papa del monarca inglés, y demostró que la pretensión del pontífice al asumir autoridad sobre los gobiernos seculares era contraria tanto a la razón como a la Biblia. Las exigencias del papa habían provocado profunda indignación y las enseñanzas de Wicleff ejercieron influencia sobre las inteligencias más prominentes de la nación. El rey y los nobles se unieron para negar el dominio temporal del papa y rehusar pagar el tributo. Fue éste un golpe certero asestado a la supremacía papal en Inglaterra.

      Otro mal contra el cual el reformador sostuvo largo y reñido combate, fue la institución de las órdenes de los frailes mendicantes. Pululaban estos frailes en Inglaterra, comprometiendo en gran manera la prosperidad y la grandeza de la nación. Las industrias, la educación y la moral fueron afectadas directamente por la influencia enervante de dichos frailes. La vida de ociosidad de aquellos pordioseros era no sólo una sangría que agotaba los recursos del pueblo, sino que hacía que el trabajo fuera mirado con menosprecio. La juventud se desmoralizaba, cundiendo en ella la corrupción. Debido a la influencia de los frailes, muchos fueron inducidos a entrar en el claustro y consagrarse a la vida monástica, y esto no sólo sin contar con el consentimiento de los padres, sino aun sin que éstos lo supieran, o en abierta oposición con su voluntad. Uno de los primitivos padres de la iglesia romana colocando las necesidades de la vida conventual por sobre las obligaciones y los lazos del amor a los padres, había hecho esta declaración: "Aunque tu padre se postrase en tierra ante tu puerta, llorando y lamentándose, y aunque tu madre te enseñase el seno en que te trajo y los pechos que te amamantaron, deberías hollarlos y seguir tu camino hacia el Mesías sin vacilaciones." Con esta "monstruosa inhumanidad," como la llamó Lutero más tarde, "más propia de lobos o de tiranos que de cristianos y del hombre," se endurecían los sentimientos de los hijos para con sus padres. (Barnas Sears, "The Life of Luther," págs. 70, 69.) De esta manera los caudillos papistas, a semejanza de los fariseos de antaño, hicieron nulo el mandamiento de YAHWEH, trocándolo por las tradiciones de ellos, y los hogares eran desolados, viéndose privados los padres de la compañía de sus hijos e hijas.

      Aun los mismos estudiantes de las universidades eran engañados por las falsas representaciones de los monjes e inducidos a incorporarse en sus órdenes. Muchos se arrepentían a poco de haber dado este paso, al echar de ver que perjudicaban sus propias vidas y que causaban congojas a sus padres; pero, una vez cogidos en la trampa, les era imposible recuperar la libertad. Muchos padres, temiendo la influencia de los monjes, rehusaban enviar a sus hijos a las universidades, advirtiéndose luego una notable diminución en el número de alumnos que asistían a los grandes centros de enseñanza; así decayeron estos planteles y prevaleció la ignorancia.

      El papa había investido a estos monjes con el poder de oír confesiones y de otorgar absolución, lo que vino a convertirse en mal incalculable. Dispuestos como lo estaban a incrementar sus ganancias, estaban listos para conceder la absolución al culpable, y, de esta suerte, toda clase de criminales se acercaba a ellos, notándose, en consecuencia, un gran desarrollo de los vicios más perniciosos. Dejábase padecer a los enfermos y a los pobres, en tanto que los donativos que pudieran aliviar sus necesidades eran depositados a los pies de los monjes, quienes con amenazas exigían las limosnas del pueblo y denunciaban la impiedad de los que las retenían. No obstante su voto de pobreza, la riqueza de los frailes iba en constante aumento, y sus magníficos edificios y sus mesas suntuosas hacían resaltar más la creciente pobreza de la nación. Y mientras que ellos pasaban el tiempo en el fausto y en los placeres, mandaban en su lugar a hombres ignorantes, que sólo podían relatar cuentos maravillosos, leyendas y chistes, para divertir al pueblo y hacerle cada vez más de los engaños de los monjes. Así siguieron estos conservando su dominio sobre las muchedumbres supersticiosas, haciéndoles creer que todos sus deberes religiosos se reducían a reconocer la supremacía del papa, adorar a los santos y hacer donativos a los monjes, y que esto era suficiente para asegurarles un lugar en el cielo.

      Hubo hombres instruídos y piadosos que en vano habían trabajado por realizar una reforma en estas órdenes monásticas; pero Wicleff, que tenía más perspicacidad, descargó el golpe sobre la raíz del mal, declarando que de por sí el sistema era malo y que debería ser suprimido. La discusión y la investigación se despertaron luego. Cuando los monjes atravesaban el país vendiendo indulgencias del papa, muchos había que dudaban de la posibilidad de que el perdón se pudiera comprar con dinero, y se preguntaban si no sería más razonable buscar el perdón de Dios antes que el del pontífice de Roma. (Véase el Apéndice.)

      EL Apéndice: INDULGENCIAS. - Para una historia detallada de la doctrina de las indulgencias, véase art. Indulgencias, en el "Diccionario de ciencias eclesiásticas," por los Dres. Perujo y Angulo (Barcelona, 1883-1890); C. Ullmann, "Reformatoren vor der Reformation," tom. I, lib. 2, sec. 2, págs. 259-307 (Hamburgo, ed. de 1841); M. Creighton, "History of the Papacy," tom. V, págs. 56-64, 71; L. von Ranke, "Deutsche Geschichte im Zeitalter der Reformation," lib. 2, cap. 1, párs. 131, 132,139-142, 153-155 (3.° ed., Berlin, 1852, tom. I, págs. 233-243); H. C. Lea, "A History of Auricular Confession and Indulgences"; G. P. Fisher, "Historia de la Reformación," cap. 4, pár. 7 (traducida por H. W. Brown, catedrático del seminario teológico presbiteriano de Tlalpam, México. Filadelfia, E. U. A., 1891); Juan Calvino, "Institución religiosa," lib. 3, cap. 5, págs. 447-451 (Obras de los reformadores antiguos españoles, No. 14, Madrid, 1858).

      En cuanto a los resultados de la doctrina de las indulgencias durante el período de la Reforma, véase el estudio en inglés del Dr. H. C. Lea, intitulado, "Las indulgencias en España" y publicado en los "Papers of the American Society of Church History," tom. I, págs. 129-171. Refiriéndose al valor de la luz arrojada por este estudio histórico el Dr. Lea dice en su párrofo inicial: "Sin ser molestada por la controversia que se ensañara entre Lutero y el Dr. Eck y Silvestre Prierias, España seguía tranquila recorriendo el viejo y trillado sendero, y nos suministra los incontestables documentos oficiales que nos permiten examinar


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