El Misterioso Tesoro De Roma. Juan Moisés De La Serna

El Misterioso Tesoro De Roma - Juan Moisés De La Serna


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momento del año.

      Quizás fue una calle mal tomada, una esquina equivocada, una plaza que giramos en sentido contrario, lo que nos desvió de nuestro objetivo, fuese lo que fuese, ninguno nos disgustamos pues fue toda una experiencia poder ver la ciudad con otros colores, auspiciados por una hermosa y luminosa luna llena que reflejaba en las paredes sinuosas sombras de las estatuas y adornos de las casas de la época medieval.

      Nuestros sueños rotos de esa noche no nos desanimaron para la mañana siguiente recorrer buena parte del centro, para ello contamos con la ayuda de una persona que nos había proporcionado la embajada.

      Era un hombre mayor, de complexión fuerte y con cierto aire bohemio, por su forma de comportarse y de llevar ese llamativo pañuelo en el cuello, doblado hacia fuera.

      Que recuerde era la primera vez que veía a un hombre usando un pañuelo como prenda de vestir, más allá del que las chicas solían utilizar para taparse la cabeza cuando hacía mucho aire evitando que se les alborotase el pelo.

      Este señor nos servía tanto como guía turístico como para controlar nuestras acciones, pues le habían encargado que nos cuidase, para que no nos metiésemos en demasiados altercados mientras permaneciésemos en la ciudad.

      Aunque no creo que fuese necesario pues todos éramos conscientes de la situación política del momento, de lo delicado de nuestra presencia por las implicaciones internacionales que aquello suponía, por lo que procurábamos ceñirnos a lo que había sido el plan aprobado, pero todo se salió de control cuando tuvimos el primer accidente grave del viaje.

      A pesar de las muchas advertencias sobre que nuestra presencia en aquel lugar podría levantar recelos y suspicacias entre sus habitantes no habíamos visto ni un solo mal gesto. Además, no esperábamos que aquello nos afectase en demasía pues veníamos con escasos días para poderlo ver todo e íbamos sobre el plan, pero un incidente con uno de los compañeros, al cual le robaron el poco dinero que llevaba encima, hizo que el grupo se deshiciese y se disgregase.

      Algunos compañeros incluido el afectado por el hurto, iniciaron la persecución tras aquel malhechor, guiados más por la indignación que les había provocado y que éste se hubiese vuelto y reído a los pocos metros de haberle robado, mostrando con burla su botín, que, por la cuantía económica del mismo, pero todo intento por hallarle fue en vano.

      No es que corriese demasiado, pero se conocía cada uno de los rincones y entresijos de aquellos callejones, además sin saber de dónde, salieron un par de compañeros de éste, que les dificultaban la carrera, interponiéndose en el camino, desbaratando así las posibilidades de que diesen alcance al delincuente.

      Aunque los que habían ya salido en su persecución, no creo que tuviesen muy claro lo que harían cuando diesen con él y recuperasen el dinero, sólo reaccionaban de forma instintiva como perros de presa en busca de su trofeo.

      Aquello provocó una sensación desagradable en el grupo, rompiendo la armonía que hasta ese momento llevábamos.

      Algunos decidieron volverse al hotel, para llamar a la embajada y ponerles en aviso de las circunstancias acontecidas y pedir nuevas instrucciones sobre lo que hacer. Unos pocos presionaban a nuestro guía para qué hiciese intervenir a la policía, los carabinieri, pero él negaba con la cabeza pues según parecía aquello era más normal de lo que nos habían comentado.

      Los menos que quedábamos ajenos a la situación, preferimos seguir con la excursión, sabiendo que no teníamos demasiados días antes de terminar la estancia ya que la pérdida provocada, afectaba más que nada al orgullo de aquel joven que había sido violentado en su intimidad con aquel hurto, por ello no creíamos que tuviésemos que parar nuestras actividades culturales recorriendo los lugares más interesantes de la ciudad.

      El guía viendo este desorden nos indicó a los pocos que queríamos seguir la visita por dónde debíamos dirigirnos y a qué hora debíamos de regresar para comer, pues él al final había decidido volver al hotel con los compañeros que querían dar aviso a la embajada.

      Algunos, cambiando de opinión, se quedaron bastante molestos por qué no hizo intervenir a las autoridades locales y continuaron con nosotros la excursión.

      No éramos ni la mitad del grupo, alguno se quedó en el sitio esperando a que los que habían salido corriendo detrás del malhechor volviesen para así poderles indicar dónde nos encontramos el resto y con ello reunirnos antes de volver a comer.

      Ahora sí que era una aventura aquello, en un país del cual ignorábamos el idioma, y que allá dónde mirábamos nos era totalmente desconocida la cultura local.

      Ya habíamos recorrido con el guía los monumentos más importantes, el Coliseo y el Foro, por lo que ahora nos dirigíamos a conocer alguna de las muchas iglesias que están distribuidas por el centro sin ningún tipo de orden ni concierto, como gotas de rocío en el campo, esperando a ser descubiertas por el visitante.

      Aquellas visitas de contenido religioso no tenían demasiado sentido para mí, pues hace tiempo que había abandonado mis creencias, por lo que no le encontraba ningún significado estar entrando en cada iglesia para contemplar unos retablos pintados hace siglos o para admirar una estatua o icono por muy destacable, antigua y bien realizada que estuviese.

      Pero para mi sorpresa las iglesias no sólo contenían arquitectura y restos de temática religiosa, sino que eran refugio de muchos otros elementos, restos arqueológicos o pertenecientes a la cultura popular independientes de su procedencia, pues se habían convertido en sitios de refugio de piezas artísticas, sin necesidad de que la temática fuese exclusivamente religiosa.

      Un ejemplo de ellos fue la visita que realizamos a la iglesia de Santa María de Cosmedin, en cuyo exterior está ese resto arqueológico de una gran rueda labrada con la imagen de una persona mayor con los pelos revueltos y las barbas enmarañadas, con una mirada fija e inquietante y con la boca abierta.

      Al principio nos quedamos algo extrañados, de los que íbamos delante de la fila y ante nuestra perplejidad uno de nosotros se atrevió a meter la mano allí y nada sucedió, tras esto todos la metimos con igual resultado, sin entender del todo el significado de aquello ni para lo que servía.

      Más tarde en el hotel nos explicaría el guía que se trata de la Boca de la Verdad, en la cual, al introducir la mano derecha en la abertura, si la persona que lo hacía no decía la verdad, perdía ésta.

      Tras esto seguimos deambulando por la ciudad, asombrados por la cantidad de restos artísticos y culturales que habían sobrevivido al transcurrir de los años.

      Había escuchado de los castillos del Medievo, aquellas suntuosas y grandiosas construcciones, fortificaciones erigidas para salvar las pertenencias de los reyes y señores feudales del lugar, junto con los habitantes de los pueblos colindantes, pero estar allí era como vivir en una ciudad medieval donde se mantenía todavía la misma arquitectura en sus calles, fuentes y plazas.

      Mirásemos por donde mirásemos, ya fuese un balcón o el dintel de una puerta, nos impresionaba la majestuosidad de los detalles labrados, esculpidos o pintados, recuerdos de una gloriosa época artística anterior. Además, según nos enteramos después, el cultivo de las distintas artes era algo que se mantenía vivo en las escuelas, consideradas como de las más prestigiosas del mundo, un buen lugar para vivir si eres amante de la historia.

      Pero yo era más pragmático, prefería lo que llevase algo de tecnología y todas las ventajas que ello implicaba. Las avenidas extensas y lisas, a donde te podías trasladar con tu vehículo de un lugar a otro en poco tiempo, sin tener que estar subiendo y bajando empedradas calles.

      Una forma diferente de ver y considerar la vida, prefería las grandes urbes, donde era fácil acceder a todos los servicios en minutos. Nunca me había planteado que alguien pudiese vivir en un sitio tan particular.

      Levantarme por la mañana y ver todo aquello me parecía bastante inaudito y desconcertante, no me imagino vivir desde pequeño allí, sería como estar permanentemente en un museo, sabiendo que todo lo que tocase tenía cientos de años.

      Aunque en cuanto a las personas, las


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